jueves, 1 de julio de 2010

GROPOS FAMILIAR REMA


GUIA PARA ESTUDIO DEL LIBRO
Cuando el estudio se haga en clase:

1. Cuando menos se ofrecerán diez clases de 1 hora cada una.

2. Las personas que deseen obtener su sello deberán:
a) Asistir cuando menos a seis clases,
b) Presentar lo requerido por escrito y obtener una calificación mínima de 70% y
c) Comprobar que han leído cuidadosamente el libro.
Deberá leerse el libro durante la semana del estudio. Al juzgar esto impracticable se aceptará la promesa de que se leerá en el transcurso de dos semanas.

IL Cuando el estudio se haga individualmente por correspondencia:

No se requerirá el examen. Los estudiantes escogerán:
1. Escribir las respuestas a las preguntas impresas en el libro, o
2. Hacer un desarrollo por escrito del bosquejo de los capítulos.
Los estudiantes del curso por correspondencia estudia¬rán el libro a su manera, y después con el libro abierto y provisto de alguna otra ayuda que puedan procurar, es¬cribirán las respuestas a las preguntas impresas, o si así lo prefieren, harán un desarrollo por escrito del bosquejo de los capítulos. En ambos casos encontrarán los estu¬diantes que es muy necesario estudiar cuidadosa-mente el libro, meditar sobre el mensaje que para cada uno tiene y escribir en sus propias pala-bras las enseñanzas más esenciales. Si el libro no tiene cuestionario , puede pedir una lista de preguntas a la dirección que figura a continuación.
Todo examen por escrito, así como toda la correspon¬dencia referente al asunto, se enviará a la Calle 25 N° 1853 MIRAMAR (7607) Provincia de Buenos Aires ARGENTINA.


LA EXPIACION
I. LA PROMESA DE LA EXPIACION
II. LA PERSONA QUE HACE LA EXPIACION
1. Debe ser sin pecado
2. Debe identificarse con el hombre
3. Debe ser divina.

III EL PLAN PARA LA EXPIACION

1. De origen divino
2. Vicario en su naturaleza
3. Eterno en su eficacia
4. Mundial en su alcance
5. Personal en su aplicación

IV. EL PROPOSITO DE LA EXPIACION

1. Salvar a los hombres de sus pecados
2. Santificar a los hombres

V. EL PODER DE LA EXPIACION

VI. ALGUNAS OBLIGACIONES

1. Debemos aborrecer el pecado
2. Debemos amar a Cristo
3. Debemos dar a conocer el mensaje

LA EXPIACION
Estudiaremos en este capitulo la doctrina más gran¬de de la Biblia: la expiación. La palabra aparece mu¬chas veces en el Antiguo Testamento; pero no se encuentra ni una sola vez en el Nuevo Testamento. Aunque esto es cierto, la doctrina de la expiación es la doctrina central del Nuevo Testamento. La historia de Jesús, como es relatada en los cuatro evan-gelios, culmina en la expiación. Los escritos de Pablo, Pedro y Juan tienen como su tema central la expia¬ción de Cristo.
¿Qué queremos decir con la palabra expiación? es: "La expiación es la obra re¬conciliadora de Cristo, por la cual, por medio del sa¬crificio de sí mismo en beneficio del hombre pecador, fini-quitó el pecado humano, e hizo posible la recon¬ciliación de Dios y el hombre.

I. La promesa de la Expiación.
La cruz no fue un accidente de la historia. Fue el cumplimiento de un plan eterno y el propósito de Dios, la realización de una promesa de Dios. El libro del Apocalipsis habla del "Cordero, que fue inmolado desde el principio del mundo" (13:8). En la tem¬prana revelación de Dios al hombre, encontramos la promesa de la expiación. En la maldición pronuncia¬da sobre la serpiente en el jardín del Edén, hay una promesa de expiación: "Y enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el cal¬cañar" (Gn. 3:15). Era una profecía del conflicto que debía culminar en la victoria obtenida en la cruz. Cuando Dios hizo túnicas de cuero para cubrir la desnudez del hombre pecador, anunció así la expia¬ción de Cristo. Cuando dio instrucciones para el sa-crificio del cordero pascual en Egipto, y para que marcaran los dinteles de las puertas con la sangre del cordero, estaba señalando para los siglos venideros la en z del Calvario.
En el sistema de sacrificios establecidos por el mandato de Dios, la expiación es clara-mente simbo¬lizada. El pueblo de Israel traía las primicias de sus ganados al altar, y el sumo sacerdote ofrecía estas víctimas en un sacrificio como propiciación por los pecados del pueblo. Un día en el año era señalado de¬finitivamente como un día de expiación. En ese día el sumo sacerdote mataba un buey en el altar, toma¬ba un poco de sangre y entraba en el lugar santísimo detrás del velo, donde la rociaba en el propiciatorio para expiar sus pecados y los de su familia. Entonces tomaba dos carneros y se los presentaba al Señor en la puerta del tabernáculo. Ofrecía uno como ofrenda por los pecados del pueblo, y rociaba su sangre sobre el propiciatorio. Ponía sus manos sobre la cabeza del otro carnero, y confesaba los pecados del pueblo. Entonces el carnero era conducido al desierto, llevan¬do en sí los pecados del pueblo, y allí lo dejaban para que se muriera.
No había nada de virtud en la sangre de aquellos sacrificios. Esa sangre no tenía el poder de quitar el pecado. El autor de la epístola a los Hebreos dice "Porque la sangre de los toros y de los machos ca¬bríos no puede quitar los pecados" (Hebreos 10:4). Esa sangre señalaba hacia la sangre de Cristo que iba a ser vertida en la cruz del Calvario, que tenía el po¬der de limpiar los pecados. "Al que nos amó, y nos ha lavado de nuestros pecados con su sangre" (Apocalipsis 1:5). "La sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado" (1 Juan 1:7).
La diferencia entre la expiación, como es expuesta en el Antiguo Testamen¬to y como es pre-sentada en el Nuevo Testamento, es que en el primer caso la oveja muere por el pastor, y en el segundo el Pastor muere por la oveja.

I I. La Persona que Hace la Expiación.

"El Señor nuestro Jesucristo, por el cual hemos aho¬ra recibido la reconciliación" (Romanos 5:11). En la dis¬pensación del Antiguo Testamento el sumo sacerdote era la figura central. El era quien ofrecía el sacrifi¬cio y rociaba la sangre sobre el propiciatorio. En la ex¬piación como la expone el Nuevo Testamento, Jesu¬cristo es el sumo sacerdote. No solamente ofreció el sacrificio para expiar los pecados del hombre, sino que él mismo fue el sacrificio. "pero ahora en la consumación de los siglos, se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado” (Hebreos 9:26).
Tres cosas son necesarias en la persona que hace la expiación.
1. Debe ser sin pecado.
En la dispensación del Antiguo Testamento, en el día de la expiación, el sumo sacerdote debía lavarse con agua, y vestirse de ropa limpia, señalando así que el que oficiaba delante del altar debía ser puro. Las víctimas que eran traídas para el sacrificio no debían tener ni un de-fecto físico. Las que eran cojas, o cie¬gas o tenían algún otro defecto físico eran rechaza-das, significando que Aquél que iba a ser la expia¬ción por el pecado debía ser sin pecado. No podía expiar los pecados de otros si había pecado en su propia vida.
Así es que leemos acerca de Jesucristo que fue "ten¬tado en todo según nuestra semejanza, pero sin pe¬cado" (Hebreos 4:15). Los hombres lo seguían por don¬dequiera que iba, tratando de encontrar algo en sus palabras o en sus hechos que pudiera usarse para condenarlo, pero buscaron en vano. El les hizo fren¬te y les echó en cara su desafío diciéndoles: "¿Quién de vo-sotros me redarguye de pecado?" (Juan 8:46). Cuando sus enemigos finalmente lo prendieron y lo trajeron ante el Sanedrín para juzgarlo, tuvieron que pagar a unos testigos falsos para que testifica¬ran en contra de él. Cuando el gobernador romano 10 examinó, se dirigió a sus acusadores y les dijo "Ninguna culpa hallo en este hombre" (Le. 23:4). Y ese ha sido el veredicto por todas las edades. Jesu¬cristo se destaca delante del mundo como aquel que vivió en la tierra sin pecar. Es en verdad aquel mo¬delo de virtud, el Cristo cristalino.
2. Debe identificarse con el hombre.
Si alguien ha de hacer la expiación por el hombre, debe compartir la naturaleza del hombre, y las ex¬periencias del hombre. Esto es lo que hizo Jesucristo. "Aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nos¬otros" (Juan 1:14). "Por lo cual, debía ser en todo semejante a los hermanos, para venir a ser miseri¬cordioso y fiel pontífice en lo que es para con Dios, pa-ra expiar los pecados del pueblo" (Hebreos 2:17). Se encarnó y vivió entre los hombres. Como hombre padeció de hambre y de cansancio. Como hombre probó la tribulación y el sufrimiento. Como hombre sufrió toda clase de tentación.
Hay una historia hermosa acerca de un monarca persa que reinó hace muchos años. Ama-ba a sus va¬sallos, y para poder conocerlos mejor solía mezclarse entre ellos usando diferentes disfraces. Un día se presentó en los baños públicos como un hombre po¬bre, y allí en el pe-queño sótano se sentó al lado del fogonero que cuidaba la fornalla. A la hora de la co-mida comió de los alimentos simples del fogonero, y conversó con él como si fuera un amigo. Lo visitó frecuentemente hasta que el hombre llegó a querer¬lo mucho. Llegó el día en que se reveló la identidad del rey. El fogonero, mirándolo con cariño y con ad¬miración, le dijo: "Tú dejaste tu palacio y tu gloria para sentarte aquí conmigo en este lugar oscuro, participaste de mis alimentos simples, y te preocupas¬te por saber si mi corazón estaba triste o contento. Quizás darás ricos dones a otros, mas a mí me diste tu persona."
Esto es parecido a lo que Jesucristo hizo. El era rico, sin embargo, se hizo pobre por nosotros para que por medio de su pobreza nosotros fuéramos ricos.(2 Corintios 8:9).
Dejó su hogar en la gloria y vino a la tierra para an¬dar al lado del hombre y compartir sus experiencias.
3. Debe ser divina.

Un Cristo humano no podría salvar al hombre de sus pecados. Aunque fuera posible que un mero hom¬bre pudiese vivir en el mundo sin pecado, nunca po¬dría expiar los pecados de otros. Sólo un Cristo divi¬no pudo ser nuestro Salvador. Un Cristo que no es Dios es un puente que está roto en el otro extremo. La expiación está envuelta en la deidad de Cristo. Fue el Hijo de Dios quien fue crucificado en esa cruz del Calvario y dio su vida por los pecados del mundo. Cristo proclamó su deidad. Más de una vez él dijo que era uno con el Padre. Los autores inspirados del Nuevo Testa¬mento declararon que Cristo era divino. Su propio carácter y su obra atestiguan su divinidad.


III. El Plan para la Expiación.
1. De origen divino.

La idea de la expiación no nació en la mente del hombre sino que en el corazón de Dios. Tuvo su ori¬gen en el amor de Dios. Leer Hechos 2:23; 4:28; Dios no tenía obligación al¬guna de preparar una manera en que el hombre pe¬cador podría salvarse. Podría haber dejado que el hombre respondiera por sus propios pecados y él ha¬bría continuado siendo un Dios justo y recto. La expiación vino del amor y la misericordia de Dios. "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito" (Juan 3:16). "Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros”. (Romanos 5:8).
La expiación era necesaria para que el hombre se salvara de sus pecados. La santidad de Dios y la na¬turaleza del pecado la hicieron necesaria. El pecado es rebelión en contra de Dios. El pecado es anarquía espiritual. Un Dios santo no puede dejar pasar el pe¬cado. La ley de la justicia tiene que mantenerse. El pecado tiene que ser castigado. La única manera en que el hombre pudo escapar de las terribles conse¬cuencias de su pecado fue por medio de un Reden¬tor que tomara su lugar y sufriera por él. El amor de Dios proveyó ese Redentor en la persona de su Hijo.
Hay una antigua historia judía que dice que cuan¬do, Dios iba a crear al hombre, llamó a su concilio a los ángeles que estaban alrededor de su trono. El ángel de la justicia le dijo: "No debes crear al hom¬bre porque cometerá toda clase de maldades en con¬tra de sus semejantes; será duro y cruel y deshonesto y perverso." "No debes crear al hombre," dijo el ángel de la verdad, "porque será falso y engañará a su hermano y aun a ti." El ángel de la santidad dijo: "No debes crear al hombre, porque seguirá lo que en tu presencia es impuro y te deshonrará descarada¬mente." Entonces el ángel de la misericordia se ade¬lantó y dijo: "Créalo, oh Dios nuestro, porque cuan¬do cometa pecado y se desvíe del camino de recti¬tud y verdad y santidad, yo lo tomaré de la mano y te lo volveré a traer a ti." Esto es lo que fue la ex¬piación de Cristo; fue la misericordia divina que tomó la mano del hombre pecador y lo llevó de nuevo a Dios. ( 1 Pedro 3:18).

2. Vicario en su naturaleza.

Existen muchas teorías acerca de la expiación. Algunos mantienen que por su muerte en la cruz, Je¬sús reveló en tal manera el amor de Dios como para conmover los corazones de los hombres para que se arrepientan. Otros han dicho que por su muerte Je¬sús nos dio un ejemplo inspirador de la lealtad a un ideal. Otras teorías existen y todas tienen algo de verdad. Pero seguramente que nadie puede leer las Escrituras sin darse cuenta que la expiación abarca mucho más que eso. Encontramos declaraciones co¬mo las siguientes: "Como el Hijo del hombre no vino ,para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos" (Mateo 20:28); "la iglesia del Señor, la cual el ganó por su propia sangre " (Hechos 20:28); "Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él". (2 Corintios 5:21); "Sabiendo que fuisteis res-catados de vuestra vana manera de vivir ... no con cosas corruptibles, como oro o plata; sino con la san¬gre preciosa de Cristo, como de un cordero sin man¬cha y sin contaminación" (1 Pedro 1:18,19); "Y él es la propiciación por nuestros pecados: y no sola¬mente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo" (1 Juan 2:2) ; "quién llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero" (1 Pedro 2:24). Se habla de la expiación como una redención, un rescate, una propiciación, una adquisición, una substitución, ese lenguaje significa que Cristo tomó el lugar del hombre pecador ante la ley quebrantada de Dios y sufrió en su lugar.
Una vez un señor pidió prestada cierta suma de dinero a un banquero. Muy poco tiempo des-pués sufrió pérdidas financieras bas¬tante severas. Cuando llegó el día en que debía pa¬gar la letra, no lo pudo hacer, y fue a ver al banquero para pedirle una prórroga. El banquero le dijo: "Señor, aquí no tenemos ninguna letra suya." "Sí que la tienen," dijo el señor, "Yo firmé una le¬tra aquí, hace seis meses." "Es verdad," dijo el banquero, "teníamos tal letra hace unos meses, pero un amigo suyo vino y la pagó, y ahora no hay ninguna deuda en su contra en nuestros li¬bros."
El hombre había quebrantado la ley de Dios, y no podía cumplir sus obligaciones para con Dios. Cristo, el gran Salvador y Amigo, fue a la cruz y pagó la deuda.
Un viejo himno dice:"Todo fue pagado ya, Nada debo yo; Salvación perfecta da Quien por mí murió Cristo dio por mi su sangre carmesí; Y por su muerte en la cruz La vida me dio Jesús."
La verdad de esto es confirmada por la actitud de Cristo frente a la cruz. Cuando la sombra de la cruz ya lo cubría, fue al jardín y estando en agonía cayó sobre su rostro y oró así:”Padre mío, si es posible pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú”. (Mateo 26:39) Y, mientras oraba, su sudor fue como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra.¿Por qué este estremecimiento frente a la cruz? Otros fueron crucificados, y algunos de ellos hasta se acercaron a la cruz con una canción en sus labios. ¿Es posible que Jesús haya tenido menos valor que ellos? No, en verdad, él se daba cuenta de que estaba saboreando la muerte en el lugar de todos los hombres; estaba llevando la carga de los pecados del mundo entero.
Otra vez vemos revelado algo de la naturaleza de la expiación, cuando Jesús clamó a gran voz desde la cruz donde moría: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?" (Mateo 27:46).(Cristo estaba citando el Salmo 22 que habla justamente de ese momento en la cruz. En esa hora de su agonía suprema, al llevar en sí los pecados del mundo, el rostro de Dios estaba escondido de él; co¬mo siempre estará escondido de todo hombre que mue¬re en sus pecados.
3. Eterno en su eficacia.
Dios no tenía un plan de salvación antes de la muerte de Cristo y otro después de su muerte. Dios nunca ha tenido más que un solo plan, y ese es por medio de la expiación de Cristo. Dios no es limitado por el elemento del tiempo. Para él es siempre un eterno ahora. "Un día delante del Señor es como mil años y mil años como un día" (2 Pedro 3:8). Pa¬ra él la expiación de Cristo es eterna. Se remonta has¬ta el principio de la creación, y hace posible la salva¬ción de todos los que vivieron antes de que Cristo vi¬niese a la tierra.
Y la expiación se extiende hasta el fin del mundo.
Nunca habrá otro Cristo, porque el mundo no necesita otro Cristo. Nunca habrá otro Cal-vario.'Mien¬tras que el mundo exista, la expiación de Cristo nun¬ca perderá su eficacia. "Mas ahora una vez en la consumación de los siglos, para deshacimiento del pecado se presentó por el sacri-ficio de sí mismo" (Heb. 9:26). Nunca volverá a hacer él ese sacrificio.
4. Mundial en su alcance.

1 Juan 2:2 dice: "Y él es la propiciación por nues¬tros pecados: y no solamente por los nues-tros, sino también por los de todo el mundo." El autor de He¬breos dice: "para que por gracia de Dios gustase la muerte por todos"(2:9). Cristo hizo algo en la cruz que puso la salvación al alcance de todos los hom¬bres por todos los siglos. Si un hombre se pierde, no es porque la expiación de Cristo no ha sido suficien¬te para salvarlo.

5. Personal en su aplicación.

El hecho de que Cristo murió por el mundo entero no quiere decir que el mundo entero se salvará. El hombre no se salva por grupos o por familias. Se sal¬va al aceptar como suya la obra de la expiación de Cristo. La expiación era una cosa tan personal para el apóstol Pablo, que hablando de Cristo dijo: "el cual me amó, y se entregó a sí mismo por mi" (Gál. 2:20). Cualquier hombre, dondequiera que esté puede pe¬dir lo mismo para sí; Jesús me amó, y se dio a sí mis¬mo por mí; cuando Jesús colgaba en la cruz del Cal¬vario, estaba pensando en mí.
Cuando el señor Jorge Nixon Briggs fue goberna¬dor de Massachusetts, tres de sus amigos fueron a visitar la Tierra Santa. Cuando estaban en Jerusa¬lén subieron al monte Calvario hasta el lugar donde se cree que Jesús fue crucificado. En ese lugar sa¬grado cortaron una pequeña vara para que les sir¬viera de bastón. A su regreso le regalaron el bastón al gobernador, diciéndole: "Queríamos que supiera que cuando estuvimos en el monte Calvario pensa¬mos en usted." El gobernador les agradeció el rega¬lo, y agregó: "Pero agradezco aun más, caballeros, que hubo Otro que pensó en mí en ese lugar."
Si el individuo ha de recibir los beneficios de la expiación debe apropiarlos a las necesidades de su propia vida por medio de la fe.


IV El Propósito de la Expiación.

El propósito divino de la expiación ha sido men¬cionado ya. Ese propósito es doble:

1. Salvar a los hombres de sus pecados.
Pensamos que el versículo más grande de las Es¬crituras es: "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna." Ese fue el propósito de Dios al enviar a su Hijo al mundo, y a la cruz, que el hombre no se pierda, sino que llegue a ser partícipe de la vida eter¬na. Dios no quiere que el hombre se pierda. Quiere que todos se salven, y lleguen a tener conocimiento de la verdad. No quiere "que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento" (2 Pedro 3:9). La cruz del Calvario se destaca para siempre como un monumento al amor de Dios, y como el de¬seo de Dios de que todo hombre se salve.

2. Santificar a los hombres.
No es bastante que el hombre se salve de sus pe¬cados; debe ser conforme a la imagen de su Hijo. Escuchad las palabras de Pedro: "El cual mismo lle¬vó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros siendo muertos a los pecados, vivamos a la justicia" (1 Pedro 2:24). El propósito del Calvario no es solamente un alma redimida, sino una vida dedicada; no solamente un pecador sal¬vado, sino también un carácter transformado. La persona que profesa haber tenido una experiencia salvadora con Jesús, y continúa viviendo como siem¬pre, o se está engañando a sí misma, o está tratando de engañar a otro. "De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es" (2 Cor. 5:17), con nue¬vos deseos y propósitos.

V El Poder de la Expiación.
Hay poder en la expiación para realizar las cosas que hemos discutido. Hay poder en la expiación para quebrantar los corazones pecaminosos de los hombres para que se arrepientan. Cuando Pedro predicó acerca de Cristo en el día de Pentecostés, las multitudes se rindieron y clamaron: "Varones hermanos, ¿qué ha¬remos?" (Hech. 2:37). Hay poder en la expiación pa¬ra limpiar a los hombres de sus pecados. "La sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado" (1 Juan 1:7). Hay poder en la expiación para transfor¬mar las vidas de los hombres.
El historiador inglés Juan Ricardo Green, trató de reformar uno de los barrios miserables del este de Londres, donde los hombres y las mujeres bebían, jugaban dinero y pecaban. Con este objeto, abrió bibliotecas, enseñó clases, limpió las calles, mejoró los hogares y ali-mentó a los hambrientos. Después de diez años, lo abandonó todo en desesperación di¬ciendo: "No vale la pena. Seguirán jugando dinero y bebiendo hasta el fin del mundo." Regresó a Ox¬ford y escribió su historia de Inglaterra. A esa misma y miserable sección de la ciudad fueron Gui¬llermo Booth y Catalina, su esposa. Predicaron la cruz de Cristo a estas mujeres y a estos hombres pe¬cadores, y se dieron a sí mismos en servicio sacrifi¬cado. Las vidas fueron redimidas, los borrachos de¬jaron de Deber, los jugadores fueron transformados en hombres honrados, y hogares fueron regenera¬dos. Hay poder transformador y regenera-dor en la expiación de Cristo.
En alguna parte leí de una antigua costumbre que había entre los antiguos anglosajones. Consistía en levantar una cruz en la plaza del mercado de sus pueblos y aldeas para que los hombres pudiesen com¬prar y vender debajo de ella. A la sombra de esa cruz los hombres no podían ser deshonestos e in¬justos.¡Cómo necesitamos hoy en día que toda nuestra vida pudiera estar a la sombra de la cruz! Sería un nuevo día si el negocio, el hogar, la vida social pu-dieran desarrollarse a la sombra de la cruz. El egoís¬mo, la avaricia, la injusticia se desvanecerían bajo la sombra de ella. Orgías, borracheras y el pecado no podrían encontrar lugar bajo la sombra de la cruz.

VI. Algunas Obligaciones.
A la luz de la expiación vemos varias obligaciones que descansan sobre nosotros.
1. Debemos aborrecer el pecado.

Fueron nuestros pecados los que clavaron al Hijo de Dios en la cruz. Fue el pecado el que trenzó la corona de espinas y la puso sobre sus sienes. Fue el pecado el que enterró los clavos en sus pies y en sus manos. Fue el pecado el que lo levantó entre el cielo y la tierra y lo dejó allí para que sufriera y muriera. Al pensar en eso, seguramente que estamos listos para decir: "Si esta cosa que en nuestras vidas lla¬mamos pecado pudo hacer una cosa como esa, enton¬ces nos alejaremos de él para siempre."
2. Debemos amar a Cristo.
Si él nos amó lo suficiente como para dejar el cie¬lo y venir a la tierra para ir a la cruz y su-frir y morir para que nosotros pudiésemos vivir, entonces debié¬ramos amarle con una devo-ción suprema.

Hay una historia antigua de un joven príncipe y su esposa, quienes fueron hechos prisioneros por Ciro, rey de Persia, en una de sus campañas victoriosas. Cuando fueron traídos a la presencia de Ciro, éste le dijo al príncipe: "¿Qué me darlas para que te die¬ra la libertad?" El príncipe contestó: "Gustosamen¬te te daría la mitad de todo lo que poseo." "¿Y qué me darlas si le diera la libertad a tu esposa?" pre¬guntó el rey. "Gustosamente te daría mi vida," dijo el príncipe. Tal devoción y nobleza conmovió a Ciro y les dio la libertad sin recompensa alguna. Esa no¬che, cuando el príncipe y su esposa estaban regoci¬jándose con motivo de su libertad, él le dijo: "¿No piensas que Ciro es un hombre muy bien parecido?" "No me di cuenta, no lo miré bastante para poder decir eso," contestó la princesa. "¿Dónde, entonces, estaban tus ojos?" le preguntó el príncipe. Y ella respondió! "Tenía ojos solamente para el hombre que ofreció su vida por mi."
Hubo Uno que no solamente estuvo listo para dar su vida por ti y por mí, sino que realmente la dio. A él debemos dar nuestra devoción suprema.

3. Debemos dar a conocer el mensaje.

Este es el mensaje que el mundo necesita más que ninguna otra cosa. Al mirar la tierra quebrantada, sufriendo y muriendo hoy día, el hombre se pre¬gunta: "¿Qué podemos hacer para establecer la paz y buena voluntad entre los hombres?" La primera cosa y la cosa más grande que podemos hacer es pre¬dicar a Cristo crucificado.


LA REGENERACION

1. EL SIGNIFICADO DE LA REGENERACION
1. Una experiencia definitiva 2. Una experiencia instantánea 3. Una experiencia espiritual
(1) Forjada en el espíritu de uno mismo
(2) Forjada por el Espíritu Santo 4. Una experiencia duradera
II. LA NECESIDAD DE LA REGENERACION
1. La depravación universal 2. El texto de Whitefield
3. La ilustración de Spurgeon
III. EL MISTERIO DE LA REGENERACION
1. Reconocido por Jesús
2. La experiencia del hombre ciego 3. La ilustración de Jowett
IV. EL PODER DE LA REGENERACION
1. 'El testimonio de la experiencia humana 2. Algunas ilustraciones


LA REGENERACION
En todo el proceder de Dios para con el hombre, hay un lado divino y un lado humano. Hubo un ele¬mento divino y un elemento humano en la inspira¬ción de las Escrituras. La Biblia fue inspirada por Dios, y sin embargo fue escrita por los hombres. En 2 Pedro 1:21 leemos: "Porque la profecía no fue en los tiempos pasados traída por voluntad humana, sino los santos hombres de Dios hablaron siendo ins¬pirados del Espíritu Santo." "Sino los santos hom¬bres de Dios, hablaron", ese fue el lado humano de la revelación. "Siendo inspirados del Espíritu San¬to," este fue el lado divino. Hubo en Jesús un lado divino y un lado humano. Era a la vez Dios y hombre. "En el principio era el Verbo y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios" (Juan 1:1); ese fue el lado divino. "Y aquel Verbo fue hecho carne y habitó entre nosotros" (Juan 1:14); ese fue el lado humano. Hay un lado divino y un lado humano en la experiencia de la salvación. Al lado divino lo lla¬mamos regeneración. "Mas a todos los que le reci¬bieron, dióles potestad de ser hechos hijos de Dios, a los que creen en su nombre"(Juan 1:12); ese es el lado humano. "Los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, mas de Dios" (Juan 1:13); ese es el lado di¬vino.
Estudiamos en este capitulo el lado divino en la experiencia de la salvación: la regenera-ción. Es una doctrina que quizás ha sido dejada a un lado en los Últimos años. Un corto tiempo antes de su muerte, Calvin Coolidge, expresidente de los Estados Uni¬dos, dio una entrevista a un joven que estaba estu¬diando en la universidad de Boston, en la Escuela de Teología, En esa entrevista dijo: "Me temo que la gran mayoría de los ministros de hoy día predican el socialismo." Entonces agregó : "Pienso que la igle¬sia debe predicar un nacimiento nuevo, un cambio de corazón, un cambio en la manera de vivir." Vea¬mos algunas de las verdades acerca de esa gran doctrina.
I. El Significado de la Regeneración.

El significado literal de la palabra es renacimien¬to. Una persona regenerada es una persona que ha renacido, nacido de arriba, nacido de Dios. Debemos notar varias cosas acerca de esta experiencia:
1. Una experiencia definitiva.
El nacimiento nuevo es tan definitivo como el primer nacimiento, el nacimiento físico. Alguien le preguntó al Dr. Summerfield, un pastor inglés muy renombrado, el lugar en donde había nacido. Con¬testó: "Nací en Dublín y en Liverpool." Lo que que¬ría decir era que físicamente había nacido en Du¬blín, y que había renacido en Liverpool. Cuando al-gunos periodistas le pidieron a Dwight L. Moody algunos detalles breves de su vida, el escribió: "Dwight L. Moody, nacido según la carne en 1837; nacido según el Espíritu en 1856; no sé cuando mo¬rirá la carne; el espíritu es inmortal."

2. Una experiencia instantánea.
La experiencia de salvación no es una experiencia que se alarga indefinidamente. Se efectúa en un momento. Puede haber habido un largo tiempo de acercamiento, y puede ser que el individuo no se haya dado cuenta enseguida de que en verdad se efectuó, pero la expe-riencia misma es instantánea. El momento mismo en que el Espíritu divino entra al corazón, en ese mismo momento el individuo nace de nuevo.

3. Una experiencia espiritual.
(1) Forjada en el espíritu de uno mismo. Es espi¬ritual porque es una experiencia forjada en el espí¬ritu de una persona. Es interna y no externa. Es completamente diferente a una reforma. En una re¬forma, uno trata de limpiar su vida exteriormente .dejando ciertos pecados y adquiriendo ciertas virtu¬des. En la regeneración uno recibe una naturaleza nueva, y le es impartida una vida nueva. Cuando uno nace de nuevo, la experiencia no cambia su aparien¬cia exterior, solamente que la transformación inter¬na a veces da al rostro una expresión nueva. Pero el cuerpo de una persona es igual antes y después del nacimiento nuevo. Sus facciones no cambian. Su corazón ha cambiado, su vida interior ha sido trans¬formada. No es una experiencia física, sino una expe¬riencia espiritual.
El Dr. Santiago Smith cuenta acerca de unos pá¬jaros curiosos que se encuentran en Sur Améri-ca. Or¬dinariamente tienen plumas de color amarillo; pero los indios han aprendido el arte de hacerlos cam¬biar de color. Les sacan las plumas y ponen en las heridas una secreción extraída de la piel de un sapo. Cuando las plumas crecen de nuevo, son de otro color. Pero aun-que los indios han podido cambiar la apariencia exterior de los pájaros no han podido cambiar su naturaleza. Son los mismos pájaros con plumas de otro color. De una manera parecida, la vida exterior del hombre puede ser cambiada sin que se cambie en forma alguna el corazón. Puede ser un hombre reformado sin ser un hombre regenerado. Tiene que haber un cambio en su naturaleza inte¬rior.
(2) Forjada por el Espíritu Santo. Es una experien¬cia espiritual ya que es forjada por el Espíritu de Dios. El es la parte activa de la regeneración. "El que no naciere de agua y del Espíritu, no puede, en¬trar en el reino de Dios" (Juan 3:5). Ese Espíritu divino entra al corazón y lo limpia y renueva hasta tal punto que uno llega a ser una criatura nueva.
El instrumento que el Espíritu Santo usa para obrar este cambio es la Palabra de Dios. En San-tiago 1:18, leemos: "El, de su voluntad nos ha engendrado por la palabra de verdad." Y en 1 Pedro 1:23 encon¬tramos estas palabras: "Siendo renacidos, no de si¬miente corruptible, sino de incorruptible, por la pa¬labra de Dios, que vive y permanece para siempre." El Espíritu Santo puede hacer uso de otros medios para obrar este cambio en un corazón humano, pero la Palabra de Dios es su instrumento principal, pues la Palabra de Dios es la "espada del espíritu ","Por¬que la palabra de Dios es viva y eficaz, y más pe¬netrante que toda espada de dos filos; y que al¬canza hasta partir el alma, y aun el espíritu, y las coyunturas y tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón" (Heb. 4:12).
Esta experiencia no se realiza aparte de Cristo y su expiación. Es la divina aplicación de la expiación al corazón. Es forjada por medio de la unión de Cristo y el espíritu humano. Las Escrituras la des¬criben en esta forma: "Porque somos hechura suya, criados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó para que anduviésemos en ellas" (Ef. 2:10) ; "Si alguno está en Cristo, nueva criatura es" (2 Cor. 5:17).

4. Una experiencia duradera.
Esta experiencia de la regeneración no puede re¬petirse. Una persona puede ser regenerada solamen¬te una vez. Puede perder el poder y el gozo de la ex¬periencia a causa de la negligencia y el pecado, pero nunca podrá perder la experiencia misma. Cuando uno llega a ser un hijo de Dios por medio del naci¬miento nuevo, siempre será un hijo de Dios. Puede llegar a ser un hijo descarriado y vagabundo, pero nunca deja de ser hijo. Cuando uno nace de nuevo, no puede volver a ser uno que aún no ha nacido.
La experiencia de la regeneración es ilustrada a veces por el proceso por el cual pasa la oruga para llegar a ser mariposa. Primero, tenemos un gusano velloso y feo, que se arrastra por el polvo. Entonces un día el gusano se envuelve en un capullo. Allí se queda por un tiempo y entonces en un día caluroso, ese capullo se rompe y sale una hermosa mariposa, ya no para arrastrarse como un gusano por el polvo, sino para volar en lugares celestiales y posarse en el corazón de las flores. Esa mariposa puede ser herida y caer a tierra para yacer en el polvo, pero todo el poder del mundo no podría convertirla en gusano nuevamente. Así es con la regeneración. El hombre en su estado degenerado no es más que el gusano del polvo. Mas cuando el Espíritu de Dios se apodera de él, y obra aquel cambio maravilloso en su alma, llega a ser un hijo de Dios, para sentarse en lugares celestiales en Cristo Jesús. Puede resbalarse y caer, y puede yacer en el polvo un tiempo, pero todo el poder del mundo y del infierno no podrá cambiarlo a lo que era antes.

II . La Necesidad de la Regeneración.
"Os es necesario nacer otra vez" (Juan 3:7). Fue Jesús quien dijo aquellas palabras. No hay ningún otro camino hacia el reino de Dios. "El que no na¬ciere otra vez, no puede ver el reino de Dios" (Juan 3:3). Es una experiencia necesaria.

1. La depravación universal.
Esta experiencia se hace necesaria en vista de la depravación universal de la naturaleza humana. "Eramos por naturaleza hijos de ira" (Ef. 2:3). Eso no quiere decir que todos hemos pecado igualmente. Al¬gunos son peores que otros. Pero delante de Dios to¬dos son pecadores y nunca podrán entrar al reino de Dios, hasta que nazcan de nuevo.
Alguien relata la historia de una mujer de buen carácter moral a quien se le habló acerca de su ne¬cesidad en la salvación. Ella contestó: "No puedo entender por qué una persona que ha tratado de vivir una vida buena y moral no tenga mayores pro¬babilidades de entrar al cielo, que una persona per¬versa." Entonces le dijeron: "Supongamos que us¬ted y yo quisiéramos ir a un lugar de diversión don¬de el valor de la entrada fuese un dólar. Usted tie¬ne cincuenta centavos, yo sólo diez. ¿Cuál de nos¬otros tendría más probabilidades de entrar?" Ella contestó: "Es' claro que ninguno de los dos. podría entrar." "Es verdad" le contestaron. "El hombre de buen carácter moral no tiene más probabilidades de entrar en el reino de Dios, que el hombre que es más pecador. La rectitud del hombre bueno no es sufi¬ciente; pero supongamos que un hombre rico se diese cuenta de nuestra situación y nos diese a cada uno el, valor de la entrada, ¿qué pasaría entonces?" La mujer dijo: "Podríamos entrar los dos." Su amigo le explicó entonces que pasaba lo mismo cuando uno quería entrar al reino de Dios. Todos son pecadores y nadie puede entrar por sus propios méritos. Pero Jesús vio nuestra condición y pagó el precio por nos¬otros. Cuando aceptamos lo que él ha hecho por nosotros, el espíritu divino viene a nuestros corazones y ejecuta la obra de la gracia que llamamos regeneración.

2. El texto de Whitefield.

Se dice que el gran evangelista, Jorge Whitefield predicó sobre el texto "Os es necesario nacer otra vez" más de tres mil veces. Un día un amigo le dijo: "Señor Whitefield, ¿por qué predica tanto sobre ese texto?" El señor Whitefield le contestó: "Porque es necesario nacer otra vez." Pero había otra razón por la cual lo usaba tan a menudo. Era a causa de la influencia que el texto habla tenido sobre su propia vida. Cuando era joven, él y sus amigos se habían sumergido en el pecado. Entonces un día se dio cuenta de su condición. Vio a su propio corazón en toda su negrura. Pero no sabía qué tenía que hacer para salvarse. Trató de vivir una vida de abnega¬ción. Se despojó de todo lujo, se vistió de harapos, Comió sólo los alimentos más simples, ayunaba dos veces por semana, dio su dinero a los pobres y pa¬saba noches enteras en oración. Todo fue en vano. Sentía que había algo malo en su propio corazón que todos sus esfuerzos no podían cambiar. Fue entonces cuando conoció a Carlos Wesley. Wesley le dio un libro para que lo leyera, intitulado: La vida de Dios en el alma. Lo leyó y llegó a convencerse que tenía que lle¬gar a ser una criatura nueva en Cristo. El libro lo trajo cara a cara con la demanda de Cristo: "Os es necesario nacer otra vez." Entonces un día en la Universidad de Oxford, donde él era un estudiante, aceptó a Jesucristo por fe, y el Espíritu de Dios entró en su corazón y obró un cambio admirable. Se sentó y escribió a sus parientes y les dijo que por fin había descubierto por experiencia propia, que había tal cosa como el nacimiento nuevo. Y por eso dondequie¬ra que iba proclamaba esa verdad. "Aunque estuvie¬se predicando a los indios en los bosques de América, o a los negros en las islas Bermudas, o a los mineros en los cerros de Escocia, o a un grupo selecto en el salón de Lady Huntingdon, su mensaje insistente era: 'Os es necesario nacer otra vez'."

3. La ilustración de Spurgeon.
No importa lo que sea nuestra posición o mérito, no podemos entrar al reino de Dios sin esta expe-riencia. Fue a Nicodemo, un príncipe de los judíos, un maes¬tro de religión a quien Jesús dijo: "Os es necesario nacer otra vez." Spurgeon lo ilustra de la siguiente manera: Supongamos que se hiciera efectiva una ley prohibiendo la presentación de una persona que no hubiera nacido en los Estados Unidos, al presi¬dente estadounidense. Supongamos que un hombre viniese de la China a este país y pidiese permiso para ver al presidente. Prontamente le llamarían la aten¬ción a la ley que dice: "El que no es nacido en los Estados Unidos no puede ver al presidente." El chi¬no contestaría: "Yo, en mi país soy un hombre pro¬minente, un hombre de carácter, un hombre de cier¬ta categoría, un hombre honesto y honorable." Pero la respuesta seria: "No importa quien sea usted, o cuál sea su posición, nadie puede entrar a la presen¬cia del presidente, si no ha nacido en los Estados Unidos." El chino se va y se dice a sí mismo: "Cam¬biaré mi nombre. Desecharé mi antiguo nombre chino y tomaré un nombre americano." Vuelve y pide que se le lleve a la presencia del presidente, di¬ciendo: "He cambiado mi nombre. Ya no me llamo Soo Chang, ahora soy John Smith. Déjenme ver al presidente." Pero nuevamente le dicen: "No impor¬ta que usted se haya cambiado el nombre, no puede ver al presidente, porque la ley dice que el que no es nacido en los Estados Unidos no puede ver al pre¬sidente." El chino se aleja nuevamente. Se dice a sí mismo: "Cambiaré mi traje. Me quitaré la amplia túnica oriental y me pondré ropa americana." Hace el cambio, y vuelve a la puerta de la Casa Blanca y pide permiso para ver al presidente. "Ved," dice, "He cambiado mi ropa. Ahora visto ropa americana." Pero nuevamente le contestan: "No importa la clase
de ropa que vista, no puede entrar, porque la ley di¬ce: 'El que no es nacido en los Estados Unidos no puede ver al presidente."'
Una ley como esa sería una ley arbitraria sin ra¬zón alguna. Pero la ley de Dios está basada sobre una verdad fundamental. Esa ley es: "el que no na¬ciere otra vez, no puede ver el reino de Dios" (Juan 3:3). Un hombre viene buscando cómo entrar al rei¬no. Se le pone por delante el requisito divino: "Os es necesario nacer otra vez." "Pero" dice él, "soy un hombre prominente y de influencia." La respuesta se repite: "No importa quien seas, o cuál sea tu posición, no puedes entrar al reino de Dios si no eres nacido del Espíritu de Dios." El hombre se va y dice: "Cambiaré mi nombre. Me llamaré Cristiano; hablaré el lenguaje de Sión; volveré a pedir que se me deje entrar al reino de Dios." Nuevamente se pa¬ra a las puertas del reino y dice: "He cambiado mi nombre. Ahora me llamo Cristiano, y ahora hablo el lenguaje de Sión. Dejadme entrar al reino." Vuel¬ve a repetirse la respuesta: "No puedes entrar, por¬que las Escrituras dicen, `El que no naciere otra vez, no puede ver el reino de Dios."' Entonces se va y se dice a sí mismo: "Cambiaré mi ropa. Me quitaré las ropas viejas del pecado y me pondré las ropas de la moralidad. Dejaré algunos de mis pecados y viviré una vida decente y honrada. Ayudaré al pobre y al desafortunado." Y así vuelve a la puerta del reino para pedir entrada. "Ved," dice, "He cambiado de ropa. Me he quitado la ropa vieja del pecado y me he puesto la ropa de la moralidad. Dejadme entrar." Pero le dicen: "No importa qué clase de ropa vistas, si no eres nacido del Espíritu de Dios, no puedes en¬trar."
Esta es la parte necesaria de la regeneración. Al¬guien ha dicho: "El haber nacido es una calamidad eterna si no nacemos de nuevo."
III. El Misterio de la Regeneración.

Nicodemo quedó perplejo en gran manera con las palabras de Cristo acerca del nacimiento nuevo. Cuando Cristo le puso por delante la necesidad de esta experiencia espiritual, Nicodemo dijo: "¿Cómo puede esto hacerse?" (Juan 3:9). Esa es la pregunta que han hecho muchos. ¿Cómo puede entrar el Es¬píritu de Dios al corazón humano y transformarlo? encierra un misterio que las mentes finitas no pueden explicar. Hay algunas cosas que tenemos que aceptar por la fe. Nadie puede comprender completa¬mente un nacimiento físico. Hay un misterio en él, que nadie puede explicar.

1. Reconocido por Jesús.
Jesús reconoció que el nacimiento nuevo encierra un misterio. Le dijo a Nicodemo: "El viento de don¬de quiere sopla, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene ni a dónde vaya: así es todo aquel que es nacido del Espíritu" (Juan 3:8). Sabes que el vien¬to sopla, puedes sentirlo; puedes ver sus resultados; pero no sabes cómo sopla, ni qué es lo que lo hace soplar. Es uno de los misterios de la naturaleza. Así es con el misterio del nacimiento nuevo. Puedes sen¬tirlo en tu corazón, puedes ver los resultados de él en otras vidas, pero no lo puedes explicar.
2. La experiencia del hombre ciego.
Cristo abrió los ojos al ciego. Los fariseos se acer¬caron al ciego y le preguntaron cómo habían sido abiertos sus ojos. El les dijo que un hombre llamado Jesús había hecho lodo con saliva, y se lo había un¬tado en sus ojos, y le había dicho que fuese y se lavase en el estanque de Siloé. El obedeció y recibió su vista. Les dijo a los fariseos más o menos así: "No sé qué tendría la saliva y el lodo que me pudo quitar las escamas de los ojos, pero una cosa sé, que antes era ciego mas ahora puedo ver. No sé cómo se hizo. Es para mí un misterio tan grande como para vosotros. Pero sé que se realizó."
En igual forma, la persona que ha experimentado el nuevo nacimiento puede decir: "No sé cómo se efec¬tuó. No puedo explicar cómo el Espíritu Santo pudo entrar en mi vida y hacer de mí una criatura nue¬va. Pero una cosa sé, que antes era un pecador perdido andando a tientas en una ceguera espiritual, y ahora soy un hijo de Dios. El Espíritu de Dios ha obrado en mí un cambio grande. ¿Cómo se obra? ni el teólogo más entendido del mundo podría explicar, pero el cristiano más sencillo sabe que se efectúa."
Jorge Whitefield dijo: "No puedo explicar cómo fue creado el universo; pero, a pesar de esto, el uni¬verso está aquí. No puedo explicar el misterio del nacimiento físico; ¿pero qué importa? ¡El niño está aquí! No puedo explicar la verdad que entró como un rayo en el alma de aquel estudiante de Oxford, y transformó su vida entera; pero, se explique o no, ¡aquí está Jorge Whitefield!"
Un hombre no vuelve las espaldas al viento y rehusa respirar, solamente porque no puede enten¬der el viento, ni puede explicar cómo trabaja en sus pulmones. Sería una persona insensata la que hi¬ciera eso. Y es igualmente insensata la persona que vuelve las espaldas al Espíritu de Dios, y lo deja fue¬ra de su vida, sólo porque no puede entender cómo el Espíritu puede obrar en el corazón humano.

3. La ilustración de Jowett.

El Dr. J. H. Jowett estaba preparándose una vez para predicar un sermón acerca del nacimiento nue¬vo. Fue a la orilla del mar y se sentó al lado de un viejo marinero, un hombre que había tenido muchos años de experiencia en la navegación. Le preguntó: "¿Sabe usted algo acerca del viento?" "Sí, señor," le contestó el anciano marinero. "Bien," dijo el predi¬cador, "¿Puede entonces explicarme el viento? ¿qué sabe del viento?" El anciano replicó: "No señor, no sé nada acerca del viento, pero conozco el viento. Puedo izar una vela." Y eso fue todo lo que pudo de¬cir el marinero. Conocía el viento; ola su sonido; sabía sus efectos; pero no podía explicar de dónde venia, o adónde iba. Pero conociendo el viento, iza¬ba sus velas y su buque navegaba por las aguas. Así es uno que es nacido del Espíritu de Dios. Reconoce la voz del Espíritu en su alma, siente cuando el poder del Espíritu toca su vida. Dice: "No lo entiendo pero me dejaré llevar por el impulso; entregaré mi vida al Espíritu tal como el marinero entrega sus velas al viento"; y así como el viento lleva la nave por el agua, así el Espíritu de Dios hará su obra maravillo¬sa en el alma que se ha entregado a él.
IV. El Poder de la Regeneración.
La necesidad de regeneración implica la posibili¬dad de regeneración. Dios nunca pone por delante de la gente una necesidad sin proveer los medios por los cuales se pueda cumplir. Así es que cuando Jesús dijo: "Os es necesario nacer otra vez," estaba dicien¬do a la vez: "Podéis nacer otra vez:" La experiencia de la regeneración está al alcance de todos. Sea el que fuere el pasado de una persona, ésta puede venir y abrir su corazón a Dios, y experimentar esa obra maravillosa de gracia que llamamos la regeneración.
1. El testimonio de la experiencia humana

La experiencia humana da testimonio del poder transformador del Espíritu de Dios en las vidas de los hombres. Muchos han sentido ese poder en sus propias vidas, y son testigos de la obra de aquel poder en las vidas de otros.
Según una historia que salió en el periódico, The Sunday School Times, hace algunos años, un número de ateos se j untó para criticar a la Biblia. Uno de ellos tomó como su tema la creación del hombre. Con desprecio y desdén dijo: "¿Qué hombre de sen¬tido común puede creer que varios miles de años ha, Dios se inclinó, tomó en su mano un poco de polvo, y soplando en él, lo convirtió en un hombre?" "¡Es absurdo!" gritaron sus compañeros. Un hombre cris¬tiano leyó esto e hizo este comentario: "Me podrían preguntar muchas cosas acerca de la creación del hombre que no podría contestar, pero hay una cosa que sé; Dios se inclinó una noche y levantó el terrón de tierra más sucio que había en el pueblo, y sopló en él su Espíritu, desde ese mismo momento fue una creación nueva, fue cambiado de un miserable hom¬bre borracho, jugador y ladrón a un hombre de Dios. Por veintitrés años aquel terrón de tierra que él cambió, no ha jugado ni bebido ni ha robado nunca. Y yo era ese terrón de tierra. Es fácil desdeñar la Biblia, pero no es tan fácil explicar una vida cam¬biada como la mía." Contra todos los desprecios y la incredulidad está el desafío de una vida cambiada.

2. Algunas ilustraciones.

Cuando Samuel Jones, el gran evangelista del Sur de los Estados Unidos, era joven, vivía en Cartersville en el estado de Georgia. Era desenfrenado, derro¬chador y perverso. Sus compa-ñeros eran irreverentes y borrachos inmorales. Cuando su padre yacía en su lecho de muerte, este joven pecador cayó de rodillas y entregó su corazón y su vida a Cristo. Dios lo llamó a predicar, y él fue por todas partes llaman¬do a los hombres a que dejasen sus pecados y se vol¬vieran a Dios. En el transcurso del tiempo regresó a su pueblo natal para tener una serie de reuniones. Un soldado anciano estaba sentado en la congrega¬ción. Era un anciano impío y perverso. Cuando ter¬minó la reunión, este anciano malo e impío fue has¬ta donde estaba el predicador y le dijo: "¿Eres tú el mismo joven, atrevido, impío, perverso y borracho,
que antes era la maldición de Cartersville ?" El pre¬dicador le contestó "Si, yo soy ese mismo joven." "Bien," dijo el anciano, "no importa cuáles hayan sido mis dudas acerca del poder de Dios para salvar a un pecador, las abandono ahora, y le pido al Dios Todopoderoso que me salve a mí tal como te salvó a ti."
Hace más de treinta años que Harold Begbie es¬cribió un libro que él llamó Hombres de Doble Naci¬miento, o UnaClinica de la Regeneración. Era la his¬toria del trabajo del Ejército de Salvación en el este de Londres. Contó acerca de la transformación de vidas que habían sido quebrantadas y arruinadas por el pecado. Bajo el poder del Espíritu de Dios, los bo¬rrachos ya no se embriagaban, los criminales eran alejados de su vida de crimen, y hombres y mujeres impíos se convertían en hijos de Dios.
Hace algunos años un grupo de hombres y mu¬jeres estaban congregados en la esquina de una calle escuchando a un joven orador hablar acerca de las bendiciones del socialismo. Llegó hasta la elocuencia al, relatar todo lo que el socialismo podría hacer por los hombres y las mujeres. En su entusiasmo gritó: "El socialismo puede ponerle un abrigo nuevo a un hombre." En el grupo que escuchaba había uno que acababa de experimentar el poder salvador de Dios en su vida. El gritó en contestación al desafío del socialismo: "Jesucristo puede poner a un hombre nuevo en ese abrigo." Es mejor un hombre nuevo en un abrigo viejo, que un hombre viejo en un abrigo nuevo. Cualquier sastre puede confeccionar un abri¬go nuevo, pero sólo Dios en Cristo, obrando en el corazón humano por el poder del Espíritu Santo, puede hacer un hombre nuevo.









EL ARREPENTIMIENTO

I. EL SIGNIFICADO DEL ARREPENTIMIENTO

1. Convicción de pecado
2. Tristeza por el pecado
3. Dar la espalda al pecado
4. Restitución por el pecado
II. LA NECESIDAD DEL ARREPENTMENTO
III. ESTIMULOS PARA EL ARREPENTMENTO
1. Las consecuencias del pecado
2. La bondad de Dios
(1) Revelada en bendiciones diarias
(2) Revelada en bendiciones especiales
(3) Revelada en su divina longanimidad
(4) Revelada en la dádiva de su Hijo


EL ARREPENTIMIENTO
El último capítulo trató acerca de la regeneración, el lado divino de la experiencia de la sal-vación. En este capítulo estudiaremos, la conversión, el lado humano de aquella gran expe-riencia. La regenera¬ción es la parte de Dios, la conversión es la parte del hombre.
El significado literal de la conversión es seguir otra dirección, un cambio. La persona convertida es la que ha dado una vuelta para seguir en otra di¬rección. Cuando una persona se convierte, deja de seguir en la dirección en que iba, y se vuelve para seguir en otra dirección. Deja de seguir el pecado y se vuelve a Cristo. El dejar de seguir el pecado se llama arrepentimiento, y la vuelta hacia Cristo se llama fe. Estos son los dos pasos que Pablo menciona en el texto: "Testificando a los Judíos y a los Genti¬les arrepentimiento para con Dios, y la fe en nues¬tro Señor Jesucristo" (Hch. 20:21).
El arrepentimiento es el tema de nuestra discusión en estos momentos.
La Palabra de Dios tiene mucho que decir acerca del arrepentimiento. Todos los grandes predicadores tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, die¬ron un lugar central en sus mensajes al arrepenti¬miento. Los profetas de aquellos tiempos llamaron al pueblo de Israel a arrepentirse de sus pecados y a volverse a Dios. Cuando Juan el Bautista vino del desierto y empezó su ministerio, el corazón de su mensaje era: "Arrepentíos, que el remo de los cielos se ha acercado" (Mt. 3:2). Cuando Jesús empezó su ministerio público, su mensaje era: "El tiempo es cumplido, y el reino de Dios está cerca: arrepentíos, y creed al evangelio" (Mr. 1:15). Cuando Pedro pre¬dicó a la multitud en el día de Pentecostés, muchos de ellos fueron compungidos y clamaron: "Varones hermanos, ¿qué haremos?" Pedro les dijo: "Arrepen¬tíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibi¬réis el don del Espíritu Santo" (Hch. 2:38). Pablo dice que el corazón de su mensaje es también: "Arre¬pentimiento para con Dios, y la fe en nuestro Señor Jesucristo" (Hch. 20:21). Es un mensaje que se ne¬cesita hoy en gran manera. Los hombres y las muje¬res se han olvidado de Dios y se han entregado al pecado. Andan a tientas en la oscuridad que cubre la tierra, y claman: "¿Qué haremos? si sólo escucha¬ran, oirían aquel llamado de Dios que vino a los hombres antiguamente: "Arrepentíos de vuestros pe-cados."

I. El Significado del Arrepentimiento.

¿Qué es el arrepentimiento? ¿Qué hace una perso¬na cuando se arrepiente? La palabra "arrepenti¬miento" viene de dos palabras latinas, que quieren decir apesararse de nuevo. Pero el arrepentimiento encierra más que esto. Por desgracia hay dos pala¬bras griegas que han sido traducidas al español co¬mo "arrepentimiento". Una de ellas significa sólo pe¬sar o remordimiento. Esa es la palabra usada para describir el estado de ánimo de Judas Iscariote en el texto que dice: "volvió arrepentido las treinta piezas de plata" (Mt. 27:3), y no encierra el pensamiento de
un cambio de parecer. Judas estaba lleno de remor¬dimiento al pensar en lo que había hecho, y vio algo de las consecuencias de su acto. La otra palabra que es traducida como arrepenti-miento quiere decir un cambio en la actitud de una persona. Esta es la pa¬labra que usó Juan el Bautista, y Jesús también la usó, y es la palabra que Pablo usó cuando dijo: "Arre-pentimiento para con Dios."
Pablo habla de este arrepentimiento como si fuera "para con Dios ". Es en verdad para con Dios porque todos los pecados son en contra de Dios. Un hombre no se puede arrepentir de sus pecados hasta que los vea en relación a un Dios Santo. A veces decimos que un hombre ha pecado en contra de sí mismo, o en contra de sus semejantes. Algunos hombres en ver-dad pecan en contra de sí mismos, y todos pecamos en contra de nuestros semejantes, pero no podemos ver el pecado como es verdaderamente hasta que nos damos cuenta de que es algo en contra de Dios. Es la relación del pecado para con Dios la que lo hace tan terrible. David pecó gravemente en contra de uno de sus semejantes, tomando a la esposa de Uría, y causando la muerte de éste para cubrir su pecado. Pero, cuando comprendió su pecado en su verdadero as-pecto, clamó a Dios: "A ti, a ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos" (Sal. 51:4). Loo que hacia más terrible su pecado era que había sido en contra de Dios. Eso es lo que hace que todo pecado sea más terrible. Y es esa la razón por qué el arre¬pentimiento tiene que ser para con Dios. El arrepen¬timiento se compone de varias cosas:

1. Convicción de pecado.

Nadie se arrepiente de sus pecados hasta que está convencido de que sus pecados exis-ten, hasta que tenga una convicción profunda de que ha pecado en contra de Dios. Esta es obra del Espíritu Santo. Se acordarán de que cuando Jesús estaba hablando acerca del Espíritu Santo, dijo: "Y cuando él viniere redargüirá al mundo de pecado" (Juan 16:8). Esas palabras de Jesús fueron cumplidas en el día de Pentecostés cuando vino el Espíritu Santo y los dis¬cípulos fueron llenos de él. A la predicación de Pedro y de los otros, la gente cayó sobre sus rostros y cla¬mó a causa del convencimiento de sus pecados. Fue la obra del Espíritu Santo.
No hay otra necesidad más grande hoy día que esa antigua convicción de pecado. El mundo ha per¬dido casi todo el convencimiento de pecado. Los hom¬bres y las mujeres quebrantan los mandamientos de Dios, y viven como si no hubiera tal cosa como el pe¬cado. Se ríen del pecado, y miran como una cosa de poca importancia su rebelión en contra de Dios. Pe¬ro las acti-tudes del hombre hacia el pecado no cam¬bian la naturaleza de éste, pues sigue siendo la mis¬ma terrible cosa de siempre. Es necesario que los hom¬bres lleguen a darse cuenta de esto.
Pero aunque la convicción es necesaria para el arrepentimiento, ella no es arrepentimiento. Una persona no se puede arrepentir de sus pecados hasta que está convencida de ellos, pero hay muchas per¬sonas que se han convencido y no se han arrepentido. Una persona puede tener una convicción profunda del hecho de que es pecadora en contra de Dios, y sin embargo, no arrepentirse nunca de su pecado. Alguien ha dicho: "Una cosa es despertar a las cin¬co de la mañana, y otra cosa es levantarse." Una cosa es estar convencido del pecado, y otra cosa es arrepentirse del pecado. La convicción es el reloj despertador, que despierta la conciencia del hombre; el arrepentimiento es levantarse, haciendo algo en contra del pecado.



2. Tristeza por el pecado.

Hay muchas personas que están convencidas de sus pecados pero no sienten tristeza por ellos. 1.1ace va¬rios años un hombre fue ahorcado por un crimen que había cometido. Antes de su ejecución, minis¬tros y amigos lo visitaron y trataron de mostrarle el camino a la vida eterna. Pero él rehusó todos sus ruegos y dijo: "Háganse a un lado y dejen que mi alma se vaya al infierno." Estaba convencido de sus pecados, y parece que se daba cuenta en parte de las terribles consecuencias de ellos, pero no tenía tris¬teza por sus pecados; parecía que no le importaban.
Pero la tristeza no es el arrepentimiento. Si la tris¬teza es verdadera, conducirá al arrepentimiento- Pablo dice: "Porque el dolor que es según Dios, obra arre¬pentimiento saludable" (2 Co. 7:10). Mucho del do¬lor que es manifestado por hombres y mujeres no es "el dolor según Dios " No es el dolor que despierta con el convencimiento de que han pecado en contra de un Dios santo y amoroso.
Algunos sienten tristeza por sus pecados a causa de la deshonra y la vergüenza que trae su descubri¬miento. Recuerdo a un hombre de Georgia en los Es¬tados Unidos, que acostumbraba emborracharse e ir a su casa y echar a la calle a su esposa, que era frá¬gil y débil y a sus niños. En una de estas ocasiones hizo tanto ruido, que los vecinos llamaron a la poli¬cía y ésta se llevó al hombre a la cárcel y 10 ence¬rraron. Fui a verlo mientras estaba prisionero. Esta¬ba muy apesadumbrado por lo que había hecho. Es¬taba sentado allí llorando sin con-suelo. Pero pronto me miró y me preguntó: "¿Qué dirá toda la gente cuando sepa? Esto me arruinará." Sentía pesar, no porque había sido brutal con su señora e hijos echán¬dolos de la casa de esa manera, ni porque había pe¬cado en contra de Dios, sino porque su pecado iba a hacerse público.
Algunas personas sienten pesar por sus pecados porque están cara a cara con las consecuencias de ellos. Muchas personas lloran cuando en una corte de justicia son condenadas y sentenciadas a muerte o a prisión. Sienten pesar, no porque han pecado en contra de Dios, sino porque van a tener que sufrir las terribles consecuencias de sus pecados. Esta es la explicación del dolor manifestado por mucha gen¬te cuando piensan que van a morir. Sienten tristeza, pero no porque han quebrantado las leyes de Dios y han causado dolor al corazón amante de Dios, sino porque piensan que van a ser echados en el infierno. Muchos de ellos que luego se mejoran, vuelven a su vida antigua de pecado.
Es la tristeza sagrada, la que conduce al arrepen¬timiento, la tristeza a causa de lo que el pecado es en relación a Dios. Esa fue la tristeza que llenó el corazón de Pedro aquella noche cuando salió y lloró amargamente. Había negado a su Señor, había pe¬cado en contra de Dios. Esa es la clase de tristeza que sintió el publicano aquel día cuando estando en el templo, se hería el pecho diciendo: "Dios, sé pro¬picio a mí pecador" (Le. 18:13). Pero la tristeza por el pecado no es el arrepentimiento, ni aun la tris¬teza sagrada lo es; pero conduce al arrepentimiento.

3. Dar la espalda al pecado.
El arrepentimiento es un esfuerzo de voluntad por medio del cual uno resuelve, con la ayu-da de Dios, dejar el pecado. El arrepentimiento es un cambio de parecer en lo que se refiere al pecado que conduce a un cambio de conducta.
Hay una historia acerca de un teólogo muy enten¬dido, que estaba predicando un sermón muy profundo y docto acerca del arrepentimiento. Cuando hubo terminado su largo discurso, la mayor parte de las personas no habían entendido el sermón. Entonces un anciano y sincero predicador se levantó de su asiento y al ir andando por el pasillo iba diciendo: "¡Voy al infierno! ¡Voy al infierno!, la gente que aun estaba sentada, lo miró asombrada. Pensaron que el anciano se habla vuelto loco. Entonces repentina¬mente se detuvo, y empezó a andar en la otra direc¬ción, diciendo: "¡Voy al cielo! ¡Voy al cielo!" Vol-viéndose entonces a la congregación les dijo: "Eso es el arrepentimiento." Por su acción tan sencilla el anciano había mostrado a la gente lo que el discurso tan docto no les había revelado, es decir que el arre¬pentimiento es dar la espalda al pecado e ir hacia Dios.
El arrepentimiento significa dar la espalda a todo pecado. Algunas personas están dispuestas a dejar algunos de sus pecados; sí, están dispuestas a dejar todos sus pecados menos el pecado favorito. Están completamente dispuestas a dejar todos los demás pecados, si pueden seguir con sólo ése. Pero el arre¬pentimiento significa dejar todo pecado. Mientras quede un solo pecado, no puede haber arrepen¬timiento.
Durante la guerra de la Revolución en los Esta¬dos Unidos, el General Washington junto eón su pe¬queño ejército llegó hasta Brandywine y cruzó el puente. Cuando ya todos habían cruzado, algunos soldados le dijeron al General: "¿Qué hacemos con el puente; lo quemamos, o lo dejamos por si acaso el enemigo nos hace retroceder y tengamos que cruzarlo nuevamente?" "Quemad el puente," dijo Wash¬ington, "es la victoria o la muerte." El arrepenti¬miento es como quemar el puente detrás de uno, de¬jando para siempre la vida antigua de pecado.

4. Restitución por el pecado.
Cuando una persona se arrepiente en verdad, no solamente resuelve que no volverá a la vi-da de peca¬do, sino que también hará restitución, en lo que le sea posible, por los pecados ya cometidos. Es verdad que hay muchos pecados por los cuales no podemos hacer restitución. Hay muchas cosas que no se pue¬den deshacer, pero si se arrepiente en verdad, vol¬verá y tratará de arreglar algunas de las cosas que ha hecho. El arrepentimiento no es únicamente re¬solverse a no defraudar ni hurtar más, sino que es el volver y restituir las cosas que han sido hurtadas. Zaqueo se paró y dijo: "He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he defrauda¬do a alguno, lo vuelvo con el cuatro tanto" (Le. 19:8). Resolvió que no solamente no defraudaría más, sino que también restituiría lo que había robado en el pa-sado. Es muy pequeño el arrepentimiento que no ha¬ce restitución en todo lo que puede por sus pecados pasados.
El señor D. L. Moody solía contar una experiencia que tuvo con un joven mientras estaba en una mi¬sión de predicación en el Africa. Este joven vino a ver al señor Moody y le dijo que quería ser un cristia¬no. Había estado introduciendo opio de contrabando a los Estados Unidos. El señor Moody le dijo: "No creo que usted pueda llegar a ser un cristiano si no hace restitución." El joven contestó: "Si hago eso, caeré en manos de las autoridades quienes me man¬darán al presidio." "Bueno, es mejor que lo haga,"
le di j o Moody. El joven se alejó muy triste. Al día siguiente volvió y dijo: "Tengo una es-posa y un ni¬ñito. Todos los muebles que tengo en la casa fueron comprados con el dinero que gané de esa manera deshonesta. Si yo llego a ser cristiano, tendré que perder esos muebles, y mi esposa tendrá que saberlo." El señor Moody le dijo: "Es mejor que pierda sus muebles, y que lo sepa su señora." El joven le pidió al señor Moody que viniera a hablar con su señora. Cuando él la visitó y le contó las circunstan¬cias, las lágrimas rodaron por las mejillas de ella, y le dijo: "Señor Moody, yo darla gustosamente todo si mi esposo se convirtiera; y tomando su cartera le dio al Sr. Moody todo el dinero que contenía. El joven tenía ciertas propiedades en los Estados Unidos las cuales vendió y dio el dinero al gobierno. Hizo así lo mejor que pudo para restituir lo que sus pecados pa¬sados lo habían hecho defraudar. El arrepentimien¬to que no hace esto es un arrepentimiento muy pe¬queño.
II. La Necesidad del Arrepentimiento.
El arrepentimiento no es solamente algo deseable, es algo que es necesario para la salvación. Pablo dice: "Empero Dios, habiendo disimulado los tiempos de esta ignorancia, ahora denuncia a todos los hom¬bres en todos los lugares que se arrepientan (Hch. 17:30). Algunos están listos para decir: "Sí, esta gente que ha cometido pecados tan graves debe arre¬pentirse, pero yo no pertenezco a esa clase. He vi¬vido una vida honrada y respetable." Pero Dios dice "Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios" (Rom. 3:23); y ya que todos han pe¬cado, todos tienen que arrepentirse.
A la gente que estaba congregada a su alrededor y que estaba comentando sobre los pecados terribles de otros, Jesús dijo: "No, os digo; antes si no os arrepin¬tiereis, todos pereceréis igualmen-te" (Lc. 13:3). y leemos que "comenzó a reconvenir a las ciudades en las cuales habían sido hechas muy muchas de sus maravillas, porque no se habían arrepentido" (Mt. 11:20). No los reconvenía porque eran grandes pe¬cadores, sino que los reconvenía porque no se arrepin-tieron. Sin un arrepentimiento genuino no hay sal¬vación.
No hace mucho que leí acerca de la vida de Pedro Cartwright, aquel aguerrido evangelista de la Iglesia Metodista de los días primitivos del metodismo en los Estados Unidos. En una ocasión visitó la ciudad de Nashville, Tennessee, y fue invitado a predicar en una de las iglesias metodistas de esa ciudad. Cuando ya iba a comenzar su sermón, el pastor le dijo en voz baja al oído: "Acaba de entrar el señor Andrés Jackson (el entonces presidente de los EE. UU.); tenga cuidado de no decir algo que le sea ofensivo." Se dice que el señor Cartw-right empezó su sermón más o menos en esta manera: "Me acaba de decir vuestro pastor que el Presidente, señor Andrés Jack¬son, está entre la congregación y que debo tener cui¬dado de no ofenderlo en lo que voy a decir; pero yo digo esto: si Andrés Jackson no se arrepiente de sus pecados, y no cree en el Señor Jesucristo, Dios con¬denará su alma en la misma ma-nera como conde¬naría el alma de un negro de Guinea." Y se dice tam¬bién que desde ese día Jackson fue un buen amigo del evangelista.
Sea cual fuere la categoría o posición de una per¬sona, Jesús dice que si no se arrepiente de sus peca¬dos, perecerá. Uno puede decir: "Creo en el Señor Jesucristo y estoy dispuesto a confesarlo delante de los hombres;" pero Dios dice: "¿Te has arrepentido de tus pecados?" Otro puede decir: "Estoy tratando de vivir una vida recta, estoy haciendo todo lo que puedo para ayudar a otros"; pero Dios dice: "¿Te has arrepentido de tus pecados?" Otro puede decir: "Oro todas las noches, voy a todas las reuniones de la iglesia y doy de mi dinero para el sostenimiento de ella"; pero Dios dice: "¿Te has arrepentido de tus pecados?" Otro puede decir: "He vertido muchas lá¬grimas a causa de mis pecados, y todos los días le pido a Dios que me perdone"; pero Dios dice: "No te pregunto cuántas lágrimas has vertido ni cuántas veces has pedido perdón, sino ¿te has arrepentido de tus pecados?" "Antes si no os arrepintiereis, todos pereceréis igualmente."

III. Estímulos para el Arrepentimiento.

Puede haber muchos estímulos, pero aquí men¬cionamos dos:

1. Las consecuencias del pecado.

Esto está comprendido en aquellas palabras so¬lemnes de Jesús de las cuales ya he escrito: "Antes si no os arrepentiereis, todos pereceréis igualmente." El pecado conduce a la destrucción. "La paga del pecado es muerte" (Ro. 6:23); "El alma que pecare, esa morirá" (Ez. 18:4) ; "Y el pecado siendo cum¬plido, engendra muerte" (Stg. 1:15). Si no se deja el pecado, es fatal para el alma del hombre. Si el peca¬do conduce a un fin tan horrible, seguramente que la persona que piensa se alejará de él. Ese es un es¬tímulo al arrepentimiento. No es el estímulo más laudable, pero es un estímulo.
Jonatán Edwards en su gran sermón, "Los Pecadores en las Manos de un Dios Airado," pintó en una manera tan gráfica las consecuencias del pecado que la gente aterrada clamó en alta voz en sus con¬gregaciones. Parece que el mundo ha llegado a la du¬reza y a la incredulidad frente a estas verdades. Ne¬cesitamos nuevamente que se nos predique y enseñe lo que el Señor Jesu-cristo reveló acerca de las te¬rribles consecuencias del pecado. Aquí tenemos un estímulo al arrepentimiento.

2. La bondad de Dios.
En Romanos 2:4 leemos estas palabras.: "¿O me¬nospreciáis las riquezas de su benignidad, y pacien¬cia, y longanimidad, ignorando que su benignidad te guía a arrepentimiento?"

(1) Revelada en bendiciones diarias. La bondad de Dios es revelada en sus bendiciones diarias. En su mensaje a la gente de Listra, Pablo estaba descri¬biendo el Dios vivo y verdadero. El dijo: "Si bien no se dejó a sí mismo sin testimonio, haciendo bien, dándonos lluvias del cielo y tiempos fructíferos, hin¬chiendo de mantenimiento y de alegría nuestros co¬razones" (Hch. 14:17). Cada día nos trae nuevas manifestaciones de la bondad de Dios. Nos ha dado la vida y las bendiciones diarias que en ella recibi¬mos. Estas señales diarias de divina bondad debe¬rían conducir al hombre al arrepentimiento.

(2)Revelada en bendiciones especiales. La bondad de Dios es revelada en sus bendiciones especiales. En tiempos de gran necesidad Dios ha provisto para hombres y mujeres. Cuando todos los recursos hu¬manos se han agotado, Dios ha tomado las cosas en sus bondadosas manos. Cuando por el camino han aparecido nubes negras y cargadas, Dios ha venido y las ha hecho desaparecer para que el sol pueda verse nuevamente. Muchos están dispuestos a testi-ficar que es la bondad de Dios la que los ha guiado por las experiencias más difíciles de la vida.
(3) Revelada en su divina longanimidad. La bon¬dad de Dios es revelada en su longanimidad y su misericordia. ¿Por qué es que Dios no mata a los hombres y a las mujeres en medio de sus pecados? Cuando día tras día siguen desobedeciendo sus man¬datos y viviendo en sus pe-cados ¿por qué Dios no los hace a un lado y manda la destrucción sobre ellos? La única res-puesta a esto es la bondad de Dios. Pedro nos dice: "Que es paciente para con - nosotros, no que-riendo que ninguno perezca, sino que todos pro¬cedan al arrepentimiento" (2 Pedro 3:9). El gran propósito tras la paciencia de Dios en el sufrimiento es el de conducir a los hombres al arrepentimiento.
Hay un relato acerca de un niño pobre que apren¬dió el oficio de impresor con un salario reducido. Cuando se hizo hombre, compró una imprenta gran¬de; la compra se hizo casi en su totalidad con paga¬rés. Trabajó mucho y pudo pagar cada pagaré en la fecha correspon-diente. Cuando hubo pagado el úl¬timo se fue a su casa y le dio el recibo a su señora di-ciendo: "El Señor ha sido bondadoso con nosotros. Debemos consagrar a su servicio el resto de nuestras vidas." La noche siguiente invitaron al pastor de la iglesia para que viniera a casa de ellos, y dedicaron sus vidas a Dios. El domingo siguiente fueron reci¬bidos como miembros de la iglesia y tomaron sus lu¬gares en el trabajo del reino. La bondad de Dios ha-bla hecho un llamamiento a sus corazones.

(4) Revelada en la dádiva de su Hijo. Por supuesto que la suprema revelación de la bondad de Dios está en la dádiva de su Hijo. "De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito." Jesucristo amó tanto a los hombres y a las mujeres perdidas que fue hasta la cruz y dio su vida para que se pu¬dieran salvar de sus pecados. En la cruz del Calva¬rio vemos lo mejor del amor de Dios. Ni aun Dios pudo hacer más de lo que hizo por los hombres en el Calvario.
Es esa bondad de Dios revelada en la cruz la que debiera quebrantar los corazones de los hombres y hacerlos arrodillarse en arrepentimiento. Si Dios amó de tal manera, entonces yo no continuaré que¬brantando su corazón con mis pecados, sino que abandonaré mis pecados y daré mi corazón, mi todo a él.
Cuando Guillermo McKinley hacia su campaña pa¬ra presidente de los Estados Unidos, un grupo de amigos suyos estaba recorriendo el país haciéndole propaganda. Estaban a bordo de un tren especial viajando por el oeste central; cuando la gente de un. pueblecito de Illinois, oyendo que el tren debía pasar por su pueblo, mandó pedir a los del tren que se pararan allí aunque fuera por unos minutos, y que los que estaban a bordo hablasen unas pocas palabras. Pero les contestaron diciendo que el tren no podría pararse. Enviaron un mensaje más urgen¬te, pero la respuesta fue la misma, el tren no se de¬tendría. Entonces, uno de los hombres del pueblo tomó la bandera de los Estados Unidos y la colgó atra-vesando la línea férrea, y envió este mensaje: "Hemos colgado nuestra bandera atravesada en la vía y los desafiamos a que la arrollen." Y cuando el tren se acercó y vieron la bandera atravesada en la vía, el tren se detuvo. No podían atropellar la bandera.
En su bondad, Dios hizo muchos llamados a los hombres pecadores para que se volviesen de sus pe¬cados, pero aquéllos los rechazaron todos. Finalmente envió a su propio Hijo a la cruz del Calvario. ¿Cómo puede el hombre pecador atropellar la cruz y seguir en sus pecados?

Al contemplar la excelsa cruz, do Cristo el Rey por mí murió,
Mis goces, pompas y vanidad con gran desprecio miro yo
Sólo en la muerte del Señor Jesús, mi Dios me glo¬riaré;
Las vanas cosas que amo aquí, por él gozoso dejaré.
-Isaac Watts


LA FE
I. EL OBJETO DE LA FE
1. No es un libro
2. No es un credo
3. Es una persona divina
II. EL SIGNIFICADO DE LA FE
1. Creer
(1) En la deidad de Cristo
(2) En la muerte expiatoria de Cristo (3) En la resurrección de Cristo
2. Aceptar
3. Rendirse
III. ALGUNAS VERDADES ACERCA DE LA CONVERSION
1. Una experiencia definitiva.
2. Unida a la regeneración.
3. Una experiencia instantánea.
4. El cambio exterior no es igual en todos 5. Una experiencia es necesaria



IV

LA FE
En el último capitulo discutimos el primer paso en la conversión: el arrepentimiento. Estudiemos ahora el segundo paso: la fe. El arrepentimiento es dar la espalda al pecado en el temor de Dios. La fe es un acercamiento a Cristo, entregarse con confian¬za a él. Los dos están inseparablemente unidos. No puede haber arrepentimiento sin fe, y no hay ver¬dadera fe sin arrepentimiento.
Podemos ver la importancia de la fe por el lugar que ocupa en la Palabra de Dios. En-contramos la palabra fe muchas veces en las páginas de la Biblia. No solamente eso, sino que es presentada como la cosa de suprema importancia en nuestro acerca¬miento a Dios. El autor de Hebreos nos hace recor¬dar que sin la fe nos es imposible agradar a Dios. Es por medio de la fe que uno se salva; "Porque por gracia sois salvos por la fe" (EL 2:8). Es por medio de la fe que uno es justificado; "Justificados pues por la fe, tenemos paz para con Dios" (Rom. 5:1). Es por medio de la fe que uno es santificado; "que re¬ciban, por la fe que es en mi, remisión de pecados y suerte entre los santificados" (Hech. 26:18). Es la fe la que da eficacia a la oración; "Y todo lo que pi¬diereis en oración, creyendo, lo recibiréis" (Mat. 21: 22). Es la fe la que nos sostiene en todas las experien¬cias de la vida; "Para nosotros que somos guardados en la virtud de Dios por fe" (1 Pedro 1:5). Es la fe la que hace posible una vida victoriosa; "Esta es la victoria que vence al mundo, nuestra fe" (1 Juan 5:4).
-Estamos pensando ahora especialmente en la fe salvadora como la explica Pablo en sus pala-bras: "la fe en Nuestro Señor Jesucristo" (Hech. 20:21).

I. El Objeto de la Fe.
"En el Señor Jesucristo." El arrepentimiento es en Dios, pero la fe tiene que ser en Cristo. Hay algunos que dicen que es suficiente que una persona sea sin¬cera en sus creencias.

1. No es un libro.
La fe salvadora no es la fe en un libro, aunque el libro sea la Biblia. No queremos decir una palabra en contra de la Biblia; es la Palabra inspirada de Dios. No queremos decir nada que pueda hacer que alguien no crea en las Sagradas Escrituras, y que no la tome como una lámpara a sus pies, y una lum¬brera a su camino. La Palabra de Dios es la regla de fe y de práctica que seguimos. Pero la fe en la Bi¬blia no salva a los hombres de sus pecados. Una per¬sona puede creer todo lo que se encuentra escrito en la Biblia y aun no ser salva.
2. No es un credo.
La fe que salva no es fe en un credo. Los credos tienen su lugar. Es importante que ten-gamos una de¬claración de las grandes doctrinas que aceptamos. Quizás no la llamemos un credo. Quizás la llamemos una confesión de fe. Expone algunas de las grandes verdades que hemos sacado de la Biblia. Pero la fe en algunas doctrinas no salva a un hombre de sus pecados.
3. Es una persona Divina.

La fe que salva es la fe en una persona, y esa per¬sona es el Señor Jesucristo. No fue un libro el que "herido fue por nuestras rebeliones, molido por nues¬tros pecados" (Is. 53:5). No fue un credo el que hizo la propiciación por nuestros pecados. Fue el Señor Jesucristo quien sufrió y murió por nosotros, y la fe salvadora es la fe en Cristo.
Observarán que Pablo dice: "nuestro Señor Jesu¬cristo." No es la fe en un mero hombre la que salva, aunque sea el mejor hombre que jamás haya vivido. Si fuera posible que un hom-bre pudiera vivir en la tierra sin pecar, aun así no podría salvar a los hom¬bres de sus pecados. Solamente un Señor divino pu¬do hacer eso. La fe que salva es aquella fe que tene¬mos en un Señor divino.
Podríamos citar muchos pasajes de las Escrituras que muestran que es la fe en Cristo la que salva: "para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna" (Juan 3:16); "El que cree en el Hijo, tiene vida eterna" (Juan 3:36) ; "Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo" (Hch. 16:31).
Cuando Bengel, el gran erudito y predicador lute¬rano, que ganó su reputación por su trabajo sobre el Nuevo Testamento en griego, estaba muriendo, citó aquellas palabras de Pablo pronunciadas al enfren¬tarse a la muerte: "porque yo sé a quién he creído, y estoy cierto que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día" (2 Ti. 1:12).
El Doctor S. D. Gordon relataba una historia muy hermosa acerca de una cristiana anciana y buena, que había estudiado la Biblia toda su vida, y que sabia muchos pasajes de memo-ria. En su ancianidad, su maravillosa memoria empezó a fallar, y perdió el poder de recordar lo que había aprendido. Pero hubo un texto que permaneció más tiempo en su co¬
nocimiento: "Yo sé a.quién he creído, y estoy cierto que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día." Poco a poco, partes de este texto favorito em¬pezaron también a desaparecer de su memoria, y solamente recordaba la última parte: "para guar¬dar mi depósito". En sus últimos días a medida que se debilitaba, sus seres queridos velan que sus labios se movían, y creían que pedía algo para su bienestar físico, y se inclinaban muy cerca de sus labios para poder oír lo que ella les pedía. Pero cada vez la en¬contraban repitiendo una sola palabra: "El, El, El." Y cuando el Doctor Gordon contaba la historia decía: "Ella había perdido toda la Biblia menos una pala¬bra, pero en esa sola palabra ella tenía toda la Bi-blia."

II. El Significado de la Fe.

¿Qué es el tener fe? Algunas personas creen que la fe pertenece a un reino imaginario, al-go que está opuesto a la razón. El Dr. Pablo Arturo Schilpp, en su libro, La Búsqueda del Realismo en la Religión, cuenta la historia de una maestra de escuela domi¬nical que hizo a su clase de muchachos esta pregun¬ta: ¿"Qué es fe?" Uno de ellos respondió: "La fe es creer en algo que uno sabe que no es cierto." Quizás haya mucha gente que tenga esta misma idea acer¬ca de la fe.
El Doctor Juan McDowell contaba que en su pri¬mer pastorado había un banquero que ra-ra vez asis¬tía a la iglesia. Por pura coincidencia, cada vez que lo hacía, el tema del sermón era "La Fe." Un día se encontró con el pastor y le dijo: "¿Por qué no pre¬dica sobre otra cosa que no sea la fe? ¿Por qué no habla sobre algo práctico?" Pocos días después, un grupo de personas del barrio extranjero de la ciudad, habiendo perdido la confianza en el banco de este banquero, en el cual eran depositantes, demandaban que se les entregase su dinero. Oyendo lo que pasaba, el pastor fue al banco y vio que el banquero personal¬mente trataba de tranquilizar a las personas dicién¬doles: "No hay nada por qué alarmarse, todo está bien en el banco." El pastor le puso la mano en el hombro y le preguntó: "¿Qué pasa?" "Bueno," dijo el banquero, "no es nada, el banco es seguro y sol¬vente; pero esta gente, por alguna razón, ya no le tiene confianza y ha perdido la fe en él. Si usted puede hacer algo para devolverles la confianza, há¬galo por favor." El pastor hizo lo que pudo, y pronto pasó el incidente. Poco tiempo después le dijo al banquero: "¿Qué dice acerca de la fe? ¿Se acuerda usted que me dijo que debía predicar sobre algo más práctico?" "Ah, si," dijo el banquero, "lo recuerdo muy bien, y retiro lo dicho. No hay nada más fun¬damental en los intereses del comercio y en los ne¬gocios de un país que la fe."
¿Pero, qué es la fe? Varias cosas componen la fe:

1. Creer.
Una persona que tiene fe es una que cree algo. Y ya que Jesucristo es el objeto de la fe salvadora, fe es creer algo acerca de Cristo. ¿Pero qué es lo que uno debe creer acerca de Cristo para ser salvo? Sólo Dios responde a esta pregunta. Pero, como solía decir un viejo amigo mío, que era pastor de la iglesia Luterana en mi ciudad: "Es mejor creer demasiado que creer muy poco." Me parece que hay ciertas ver¬dades acerca de Cristo que uno debe creer antes que
se pueda salvar.

(1) En la deidad de Cristo.

Es solamente la fe en un Cristo divino la que puede traer la salvación. No es suficiente creer que Cristo era un hombre bueno, un gran hombre, el mejor hombre que jamás haya vivido sobre la tierra. Un hombre bueno y grande no podría salvar a los hombres. La fe que salva es la, fe en un Cristo divino.
Surge aquí otra pregunta: ¿Puede una persona creer en la deidad de Cristo y negar el naci-miento virginal? El Doctor E. H. Carroll contesta esta pre¬gunta con un no enfático. El dice: "La deidad esen¬cial de nuestro Señor y su encarnación constituyen las piedras fundamentales de nuestra salvación. La primera verdad es la más vital y fa más fundamen-tal. Ni un hombre que rechaza esto puede llegar a ser cristiano ni debe ser recibido como cristiano. El que niega el nacimiento virginal de nuestro Señor, niega el plan entero de salvación." Si Jesucristo no fue di¬vino en todo sentido, como no lo ha sido jamás ni un hombre que haya vivido en la tierra, no es un Sal¬vador.

(2) En la muerte expiatoria de Cristo.

No es sufi¬ciente creer solamente, que Cristo Jesús fue a la cruz y murió. Todos los que han estudiado la historia es¬tán de acuerdo con eso. Pero su muerte no fue una muerte cualquiera. El hizo algo en esa cruz que po¬sibilitó la salvación para todo hombre. "El cual mis¬mo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el ma¬dero" (1 Pedro 2:24). Pagó una deuda allí que nin¬gún hombre podía pagar.

(3) En la resurrección de Cristo.

Esto significa tam¬bién creer en todas las verdades gloriosas que están unidas a la resu-rrección. La fe en un Cristo muerto no puede salvar al hombre de sus pecados. Fue su resu-rrección la que dio la eficacia a su muerte. Si la historia del evangelio hubiese terminado, como algunos dicen, con el relato del sepelio en el huerto, entonces como dice Pablo: "vuestra fe es vana; aun estáis en vuestros pecados" (1 Cor. 15:17).
Pero aunque es necesario creer en algunas cosas acerca de Cristo, eso solamente, no es fe. Una perso¬na puede creer todo lo que se ha dicho acerca de Cristo, y mucho más, y estar perdido aun. Los de¬monios de la obscuridad creen esas cosas también. Santiago dice: "Tú crees que Dios es uno; bien haces: también los demonios creen, y tiemblan" (2:19). Eso está bien hasta cierto punto, pero no es bastante. Cuando Cristo estuvo en la tierra, los demonios cla-maban, diciendo: "¿Qué tenemos contigo, Jesús, Hi¬jo de Dios?" (Mt. 8:29). Hay que tener más fe que ésta para salvarse.

2. Aceptar.
La fe en Cristo es aceptar a Cristo como Salvador y Señor, es adjudicarse a Cristo y su obra salvadora. Juan lo explica en Juan 1:12: "Mas a todos los que le recibieron, dióles potestad de ser hechos hijos de Dios, a los que creen en su nombre." La fe en Cristo es recibir a Cristo.
De nada le sirve a una persona saber que los ali¬mentos contienen ciertas propiedades que ayudan a preservar la vida y dan vigor al cuerpo si la persona no los toma para satisfacer sus necesidades. Tam¬poco de nada le sirve a un enfermo, creer que cierta medicina tiene poderes sanativos, si no la toma para su alivio. Y no le hará ningún bien a un pecador, creer solamente que un Cristo divino fue a la cruz y murió por los pecados del mundo, y resucitó, y vive ahora y para siempre. Tiene que aceptar aquel Cristo como su Salvador personal; tiene que adaptar a las necesidades de su alma los beneficios que Cristo ofrece.
Hace muchos años, estando Francia e Inglaterra en guerr4, un barco ballenero francés que había es¬tado por }mucho tiempo en el mar, regresaba a Fran¬cia y al pasar frente a la costa inglesa sufrió la falta de agua potable, y estaban a punto de perecer de sed. Desde un puerto inglés vieron la señal de an¬gustia del barco, e inmediatamente les enviaron un mensaje diciendo que la guerra había terminado y que podían llegar al puerto para proveerse de toda el agua que quisieran; a los hombres que estaban en el barco no les hizo ningún beneficio creer que el mensaje era cierto y que en el puerto había suficien¬te agua; fue necesario que entraran al puerto y be¬bieran el agua para que recibieran los beneficios del mensaje.
Esta es seguramente la verdad que Cristo tenía en el pensamiento cuando al hablar de sí mis-mo dijo "Yo soy el pan de vida" y "el agua de vida." El agua y el pan tienen que ser ingeridos antes de que se pueda gozar de sus beneficios. Negarse a beber y a comer, sólo puede conducir a un fin: la muerte. De una manera análoga, por fe, tenemos que posesionar¬nos de Cristo para saciar el hambre y la sed de nues¬tras almas. Negarse a aceptar a Cristo sólo puede conducir a un fin: la muerte espiritual.

3. Rendirse.
La fe en Cristo es rendirse a Cristo; es apoyarse en Cristo. Cuando Juan G. Paton estaba traduciendo el Nuevo Testamento al idioma de una tribu indíge¬na, no pudo encontrar palabras en ese idioma in¬dígena equivalentes a "creer" y a "fe". Un día mien¬tras trabajaba en su oficina, entró un maes-tro indi¬gena, cansado y acalorado por una larga caminata. Se dejó caer en una silla y usó una palabra que que¬ría decir: "estoy descansando todo mi peso aquí". Esa expresión dio al señor Paton la palabra que ne¬cesitaba. La fe es el hecho por el cual descargamos en Jesús, el peso de nuestras mentes y de nuestro co¬razones.
Muchos han leído, sin duda el relato que el Doctor Guillermo E. Hatcher hace de su propia conversión. Se estaba celebrando una serie de reuniones evan¬gelísticas en la vieja iglesia de Mount Hermon donde asistía la familia Hatcher. Muchos ya se habían con¬vertido y el muchacho estaba per-turbado pensando en su propia alma. Un amigo lo llevó por la mano al banco de los penitentes pero no encontró el mucha¬cho la salvación que buscaba. La noche siguiente fue solo a la reunión. Mientras iba andando absorto en sus propios pensamientos, un pariente que se había convertido recientemente se le acercó. Este parien¬te le preguntó qué opinión tenía de si mismo delante de Dios. El muchacho le contestó que sentía angus¬tia por su condición, porque sabia que delante del Señor era un gran pecador, pero no sabía qué hacer. Su pariente le dijo que tuviese fe en Cristo. El le contestó que había oído hablar mucho de la fe, pero que no la entendía aún. Su pariente se detuvo, y seña¬lando una rama grande de un roble, que se extendía atravesando el camino, le dijo al muchacho: "Su¬pongamos que estuvieses en esa rama; tendrías mie¬do de saltar, ¿no es cierto?" El muchacho dijo que seguramente sí tendría: "Mira otra vez," le dijo, "supongamos que estuvieses allá arriba y yo te lla¬mara por tu nombre y te dijera que si saltaras yo te recibiría y no dejaría que te dañaras; ¿lo harías?" "No, señor," fue la respuesta del muchacho. "Pero si yo te he dicho que te recibiría ¿por qué no lo harías?" le preguntó el pariente. "Porque no creo que usted ten¬dría la fuerza para recibirme," fue la respuesta del muchacho, "ni creo que se atrevería a ponerlo a prue¬ba." "Eso" le dijo el pariente, "es falta de fe Ahora mira de nuevo a la rama. Supongamos que tú estuvie¬ses allá arriba y que Jesucristo mismo estuviese aquí abajo en el camino, y que tú lo supieras, y que él te extendiera los brazos y te llamara por tu nombre y te dijera que saltaras a sus brazos ¿lo harías?" El muchacho pensó por un momento, luego dijo: "Si señor, lo haría gustosamente." El pariente le preguntó por qué lo haría. El muchacho le respondió: "Por¬que si él dice que me recibirá, él lo hará, él hace lo que promete, porque él puede hacer todo lo que se propone." "Pero muchacho, si eso es tener fe," le dijo su pariente, y siguieron su camino hacia el tem¬plo. El muchacho se sentó muy adelante, y durante el servicio se decía: "Me entregaré a Jesús esta no¬che." Y así lo hizo. Creyó que lo que Cristo había prometido era la verdad, y se entregó por completo a él. Eso era tener fe.

III. Algunas Verdades Acerca de la Conversión.

Ya hemos discutido brevemente los dos pasos que hay en la experiencia que llamamos conversión: "arrVpentimiento para con Dios y la fe en nuestro Señor Jesucristo" (Hechos 20:21). Ahora presenta¬remos algunas verdades acerca de esta experiencia.

I. Una experiencia definitiva.

Esta experiencia viene solamente una vez al indi¬viduo. Ya que la conversión se compone de arrepen¬timiento y fe, dar la espalda al pecado y volverse ha¬cia Cristo, en este sentido puede la persona conver¬tirse muchas veces. Cada vez que uno se da cuenta que ha pecado en contra de Dios, y se vuelve a Je¬sucristo arrepentido y con fe, se convierte. Ese es el sentido en que Cristo usa la palabra cuando pre¬dice la negación de Pedro, y le dice: "y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos" (Lc. 22:32). Pedro ya se había convertido, porque se había vuelto de los pecados de su vida antigua, y había puesto su confianza en Jesucristo. Pero cuando cometió aquel gran pecado de negar a Cristo, y se volvió arrepen¬tido y con fe, hacia Cristo, fue convertido de nuevo. Todo cristiano se convierte cuando se da cuenta que ha pecado, y se vuelve a Cristo arrepentido y con fe. En ese sentido hay muchas conversiones. Mientras que uno vive en la tierra continúa arre¬pintiéndose y poniendo su confianza en Cristo.
Pero en el sentido en que generalmente se usa la palabra, es una experiencia definitiva, y se realiza sólo una vez en la vida de una persona. Es la expe¬riencia radical por medio de la cual uno entra a la salvación. Es la ocasión en que la persona, pro¬fundamente convencida de su pecado, experimenta un cambio de mente y corazón respecto al pecado, y se confía a la misericordia salvadora de Cristo. Pue¬de ser que caiga en el pecado después de esta expe¬riencia, y tenga que arrepentirse y volver a Cristo muchas veces, pero nunca podrá volver a tener una experiencia como la primera. Eso es definitivo y ter¬minante. Algo ha ocurrido en su corazón que nunca se podrá deshacer.
Es verdad que uno puede tener una experiencia que crea que es la conversión, y a la cual llama con¬versión, luego descubre que estaba equivocado. Ha¬bía experimentado cierto remordimien-to por sus pecados, y había decidido que cambiaría su modo de vivir, pero nunca había estado verdaderamente conversión. Uno de los ancianos más santos que jamás he conocido es-taba perturbado por esa razón. Pero lo importante no es saber el lugar y el tiempo. La pregunta suprema es: ¿Aborreces el pecado ahora; te alejas de él en el temor de Dios; confías ahora en Jesucristo como tu Salvador personal?
'Dos personas emprenden un viaje para cruzar la frontera de otro país. Una de ellas sabe exactamente dónde se encuentra la línea divisoria, se dirige hacia ella, la cruza y entra al país extranjero; sabe la hora exacta y el lugar donde cruzó. La otra persona no sabe donde se encuentra la línea; pero sigue andan¬do, y después de un tiempo se da cuenta de que está en tierra extranjera. No sabe exactamente dónde cruzó la línea, ni sabe la hora exacta; pero sabe que está en el otro país por ciertas cosas que sabía que se encontraban en el país ex-tranjero a donde iba. Está en ese país lo mismo que la otra persona.
Así es en la conversión. Un hombre llega hasta la línea que separa el reino de este mundo del reino de Dios. Por medio del arrepentimiento y de la fe, cruza esta línea. Sabe exactamente cuándo aconte¬ció y dónde aconteció. Otro hombre, convencido de sus pecados, pone la mira en Dios. Después de un tiem¬po se da cuenta que está en el reino de Dios. Hay frutos en su corazón y en su vida que sólo el Espíritu de Dios puede producir. Sabe que aborrece el pecado y ama al Señor. Sabe que ha pasado de la muerte a la vida. No sabe el tiempo ni el lugar exacto en que esto ocurrió pero sabe que ha ocurrido. Ese hombre se encuentra en el reino de Dios tanto como el otro.

4. La manifestación exterior del cambio no es igual en todos.

La manifestación. exterior del cambio tenido en la experiencia de la conversión no es tan notable en unos como en otros: tal manifestación depende de la clase de vida que uno haya llevado, de qué tanto se haya hundido en el pecado. Si una persona ha sido disipada y se ha hundido mucho en el pecado, cuando se con¬vierte, el cambio en su manera de vivir será más nota¬ble que el cambio verificado en la vida de una persona que haya vivido honrada y decentemente. El cambio en la vida de un adulto es más notable que el cambio en la vida de un niño. El cambio interior es el mismo, pero las manifestaciones exteriores del cambio de¬penden de la clase de vida que la persona haya tenido.
Algunas veces oímos a alguna persona relatar la experiencia maravillosa de su conversión, y dice cuán¬to se había hundido en el pecado, que habla estado completamente manchada, y que cuando se convirtió, se verificó en su vida un cambio sorprendente. Algu¬nas personas se pre-ocupan porque no pueden relatar una experiencia semejante. Leen la historia de la con¬versión de Pablo, y luego tienen algunas dudas en cuanto a su propia salvación, porque no han tenido una experiencia como la de él. Pero antes de tener una experiencia como la de Pablo, necesitar-íamos ha¬ber vivido la vida de Pablo, haber sido perseguidores de la iglesia y tener las manos manchadas con sangre inocente. En vez de lamentarnos porque no podemos relatar una historia semejante en cuanto a nuestra propia conversión, deberíamos dar gracias a Dios por¬que no nos hundimos tanto en el pecado como para que llegáramos a necesitar un cambio que se manifes-tara exteriormente de una manera tan notable.

5. Una experiencia necesaria.
En Mateo 18:3, encontramos estas palabras de Cristo: "Si no os volviereis, y fuereis como niños, no entraréis en el reino de los cielos." Sin esa experien¬cia es imposible salvarse.
Han dicho algunos maestros de religión que todo hombre tiene dentro de sí el germen o la semilla de la vida eterna, y que puede crecer naturalmente y desarrollarse en un cristiano. Se siembra una semi¬lla, y si el ambiente y las condiciones son propicias, germinará y llegará a ser una planta; así Dios ha sembrado en el alma la semilla de la vida eterna, y si el ambiente y las influencias son favorables, esta semilla crecerá y llegará a ser un carácter cristiano. Nos dicen que si un niño es criado en un ambiente cristiano y .es correctamente instruido, nunca nece¬sitará la experiencia que llamamos conversión; que él ya está en el reino de Dios, y todo lo que necesita es educación adecuada para hacerlo permanecer en el reino.
Enseñanzas como éstas son contrarias a la mani¬fiesta declaración de la Palabra de Dios. Un niño no está en el reino de Dios cuando nace. David dijo: "He aquí en maldad he sido formado, y en pecado me con¬cibió mi madre" (Salmos 51:5). Pablo dijo: "éramos por naturaleza hijos de ira, también como los de¬más" (EL 2:3).
Esta clase de enseñanza niega la necesidad de la expiación de Cristo. Si la gente se puede salvar sin la expiación, entonces la muerte de Cristo no fue necesaria, y la predicación de la cruz es tontería en verdad.
Enseñanzas como esas hacen que la salvación sea algo que se pueda conseguir por medio del esfuerzo humano y no por medio de la gracia. Es negar el plan de salvación como lo declaran Pablo y los otros escri¬tores. "Porque por gracia sois salvos por la fe; y esto no de vosotros pues es don de Dios: No por obras, para que nadie se gloríe" (EL 2:8-9).
Hay sólo un mensaje del evangelio para todos: "arrepentimiento para con Dios, y la fe en nuestro Señor Jesucristo" (Hech. 20:21). Hay sólo un llama¬do evangélico para todos: Arrepentíos de vuestros pe¬cados, y poned vuestra confianza en el Señor Jesu¬cristo. Escuchad las palabras solemnes de Cristo: "Si no os volviereis .... no entraréis en el reino de los cielos" (Mt. 18:3)


LA JUSTIFICACION

I. EL AUTOR DE LA JUSTIFICACION

II. EL SIGNIFICADO DE LA JUSTIFICACION
1. El perdón
2. La restauración
3. La adopción
III. EL ORIGEN DE LA JUSTIFICACION
1. No por obras 2. Por la gracia
IV. FUNDAMENTOS PARA LA JUSTIFICACION
V. EL METODO DE LA JUSTIFICACION
VI. LOS RESULTADOS DE LA JUSTIFICACION
1. Paz con Dios
2. El favor divino
3. Gozo
(1) En la esperanza de gloria
(2) En las tribulaciones
V
LA JUSTIFICACION

La doctrina de la justificación se encuentra en¬trelazada en todas las Santas Escrituras. Esta ver¬dad está declarada definitivamente en el proceder de Dios con Abraham, Génesis 15:6: "Y creyó a Jehová, y contóselo por justicia." Esta verdad fue reafirma¬da por los maestros y profetas del Antiguo Testa¬mento. Pero es en el Nuevo Testamento donde la en-contramos en toda su plenitud. El apóstol Pablo es su exponente principal. Aparece en todos sus escritos, pero es en el libro de Romanos donde es más amplia¬mente interpretada. El tema de esa epístola es la justificación por la fe. Esta doctrina está en el cora¬zón del evangelio.
En la edad media esta doctrina desapareció casi por completo. Fueron asociadas con ella tantas en¬señanzas falsas y tantos errores que su verdadero significado fue encubierto. No tenía lugar en la vida de los hombres como una experiencia vital. La reli¬gión perdió casi por completo su vitalidad y llegó a ser un sistema de ritos y ceremonias. La Reforma Protestante se produjo cuando fue descubierta de nuevo la doctrina de la justificación por la fe. Cuan¬do Martín Lutero iba ascendiendo la escalinata sa¬grada en Roma, la declaración de las Sagradas Es¬crituras, "el justo vivirá por la fe", cobró un signi¬ficado nuevo para él, y cambió su vida entera (Rom. 1:17)

I. El Autor de la Justificación.

¿Quién es el que justifica? Pablo contesta a esa pregunta en Romanos 8:33: "Dios es el que justifica." A veces la gente trata de justificarse a sí misma. Je¬sús acusó a los fariseos de esto diciéndoles: "Vosotros sois los que os justificáis a vosotros mismos delante de los hombres" (Luc. 16:15).Una de sus parábolas más penetrantes fue pronunciada a unos que confia¬ban en sí como justos. Hay muchos hoy en día que también tratan de justificarse a sí mismos, que con¬fían en si como justos.
A veces algunas personas tratan de justificar a sus semejantes. Padres tratan de justificar a sus hijos. Amigos tratan de justificar a sus amigos. Y hay cier¬tas autoridades religiosas que sostienen su derecho de justificar a los hombres. Hay solamente Uno que tiene el derecho de justificar, y ese es Dios; "Dios es el que justifica" (Rom, 8:33).
II. El Significado de la Justificación.

¿Qué hace Dios cuando justifica al hombre? La pa¬labra justificación conduce a conclusiones erróneas. Viene de dos palabras latinas que quieren decir, ha¬cerse justo. Pero ese no es el significado de la pala¬bra según la manera en que la usa Pablo. En el Nue¬vo Testamento, jus-tificar nunca quiere decir hacerse justo.
La palabra es un vocablo legal, y significa decla¬rar justa a una persona. Tiene que ver con su posi¬ción frente a la ley. Se usa en contraste con la pa¬labra condenación. El condenar a un hombre no lo hace pecador, sino que lo declara pecador, lo declara culpable delante de la ley. En forma parecida, el jus¬tificar a una persona no la hace justa, sino que la declara justa.
El Doctor Pendleton usa una ilustración de la an¬tigüedad para explicar esto. Cuando una persona era acusada de un crimen era denunciada delante de los jueces, quienes, después de considerar el testimo¬nio procedían a pronunciar su fallo depositando unas piedrecitas en una urna. Si consideraban culpable al hombre acusado, ponían piedrecitas negras en la urna. Pero si lo creían inocente, ponían piedrecitas blancas. Ahora bien, el hecho de poner piedrecitas negras en la urna no hacía de ese hombre un crimi¬nal. Era el método por el cual los jueces lo pronuncia¬ban culpable. Y el poner piedrecitas blancas no ha¬cia inocente al hombre. Era la manera en que los jueces lo declaraban inocente. Así la condenación divina no hace que un hombre sea pecador, lo de¬clara ser un pecador. Y la justificación divina no hace que un hombre sea justo, lo declara ser justo. La justificación no tiene que ver con la condición del hombre, sino con su relación ante la ley. No es un hombre condenado sino un hombre justificado.
La justificación se compone de tres partes:

1. El perdón.

La persona justificada es una persona perdonada. Cuando Dios justifica a un hombre, le per-dona sus pecados. Declara que han sido satisfechas las deman¬das de la ley, en cuanto a este hombre, y que está libre de las consecuencias de sus pecados. De acuer¬do con datos que Dios considera suficientes, declara que ya no le imputa sus pecados al hombre; está per¬donado. Sus pecados han sido eximidos. El ya no es¬tá bajo la condenación. Ningún poder de la tierra ni más allá de la tierra, puede jamás traer sobre este hombre las consecuencias de sus pecados. Dios lo h., perdonado. Cuando el presidente de un país perdona a un hombre, él declara que este hombre no tiene que cumplir la sentencia que ha sido pronunciada en contra de él. Ningún poder del país puede poner mano sobre ese hombre para hacerlo cumplir la sen-tencia cuando el presidente lo ha perdonado. Así, cuando Dios perdona a un hombre, declara que sus requisitos han sido satisfechos y le ha dado la liber¬tad. No hay ningún poder en la tierra ni más allá de la tierra que pueda apoderarse de aquel hombre para obligarlo a aceptar las consecuencias de sus pe¬cados.

2. La restauración.
El mero perdón de los pecados no restaura al hom¬bre al favor divino. No le devuelve todo lo que perdió a causa del pecado. Cuando el presidente perdona a un hombre, lo libra simplemente de la sentencia que ha sido pronunciada en contra de él. No le devuelve todo lo que ha perdido como resultado de sus malas acciones. La deshonra permanece. El perdón no le devuelve su antiguo lugar en la sociedad. Así es co¬mo el mero perdón de Dios no le devuelve al hombre todo lo que ha perdido a consecuencia del pecado. En el decreto de la justificación, Dios no solamente de¬clara que ha perdonado al hombre, sino que también lo restaura al favor divino. Desde ahora en adelante será tratado copio un hombre que nunca ha pecado.
Esto está ilustrado en la parábola del hijo pródigo. Cuando él se levantó y regresó a su pa-dre y le pidió perdón, quería solamente que le dieran el lugar de un sirviente. No tenía esperanzas de ser restaurado a su lugar antiguo en su hogar. Pero el padre no sólo lo perdonó, sino que le dio vestido, zapatos, puso un anillo en su dedo, e hizo una fiesta en su honor. Lo restauró a su lugar en la casa de su padre. Esto es lo que hace Dios en la justificación. No sólo perdona los pecados de un hombre, sino que lo vuelve nueva¬mente a su favor y lo trata como a uno que nunca
ha pecado.

3. La adopción.

Este es, quizás, un tema que merece una discusión más amplia que la que le podemos dar aquí. Algunos teólogos hablan de la adopción como si fuera un as¬pecto de la justificación, mientras que otros la con¬sideran como algo completamente diferente. "La adopción es el método que Dios usa para introducir hijos a su familia" (Mullins). Pablo quizás tomó la idea de las costumbres romanas. Era una costumbre común entre los romanos adoptar a un niño en sus familias, con todos los derechos y privilegios de un hijo verdadero. Así es como Dios adopta a los hijos redimidos a su familia, les da todos los derechos y privilegios de hijos. "Porque no habéis recibido el espíritu de servidumbre para estar otra vez en te¬mor; mas habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos, Abba, Padre. Porque el mismo Es¬píritu da testimonio a nuestro espíritu que somos hi¬jos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios, y coherederos de Cristo; si empero padece¬mos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados" (Romanos 8:15-17).
La justificación es entonces, el acto judicial por el cual Dios declara que el hombre es libre de las con¬secuencias de sus pecados y que es restaurado al fa¬vor de Dios y recibido en la familia de Dios. No es solamente curada la herida, sino que la misma cica¬triz es quitada, y una relación santa establecida.



III. El Origen de la Justificación.
Pablo lo declara en las palabras del texto, "Siendo justificados gratuitamente por su gracia" (Rom. 3: 24). La justificación no tiene su origen en la santi¬dad de Dios, ni en la justicia de Dios, sino en la emanación de ese amor divino que llamamos la. gra¬cia; siendo justificados por la gracia.

1. No por obras
.
En toda esta epístola y sus demás escritos, Pablo hace un contraste claro entre la justificación por obras, y la justificación por gracia. Dios no justifica a una persona por lo" bueno que él pueda ver en ella, ni por las cosas buenas que pueda hacer, porque en este mismo texto leemos: "Por cuanto todos peca¬ron, y están destituidos de la gloria de Dios" (Rom. 3:23). Si una persona llega a ser justificada por sus obras tendría que vivir sin pecado. Mas, ya que nin¬gún hombre ha hecho eso, ningún hombre puede ser justificado por sus obras.
Hablando de Abraham, Pablo dice: "si Abraham fue justificado por las obras, tiene de qué glo-riarse; mas no para con Dios" (Rom. 4:2). Y en otra parte dice: "Porque por las obras de la ley ninguna carne se justificará delante de él" (Rom. 3:20). Y otra vez dice: "Y si por gracia, lue-go no por las obras; de otra manera la gracia ya no es gracia" (Rom. 11:6). Dios no justifica al hombre en reconocimiento por su buen carácter, ni por sus obras buenas. Lo justifica gratuitamente por la gracia de su propio corazón.

2. Por la gracia.

Esto está acentuado por el adverbio que Pablo usa en su texto, "Siendo justificados gratuitamente por su gracia". Es algo que Dios ofrece libremente como un don, y que no se puede ganar por el esfuerzo hu¬mano. Esta lección es una de las lecciones difíciles que el hombre debe aprender, si quiere hacer algo para ganar la justificación de Dios. Pero el hombre no quiere humillarse ante el trono de su gracia y recibir la justificación como un don gratuito.
Se dice que una vez Rowland Hill estaba predi¬cando en una feria.Cerca de él habían unos hombres que remataban sus mercaderías. El predicador dijo: "Yo también voy a tener un remate; voy a vender vino y leche sin dinero y sin precio; mis amigos allá," dijo señalando con el dedo a los que re-mataban, "en¬cuentran difícil la tarea de hacer que vosotros pa¬guéis los precios que ellos quieren; mi dificultad es hacer que vosotros estéis dispuestos a no pagar na¬da." El hombre titubea porque Dios ofrece justificar¬lo gratuitamente. Spurgeon dijo: "Si yo pudiese pre¬dicarles una justificación que cada uno pudiera com¬prar con dinero, ¿quién saldría de aquí sin ser justi¬ficado? Si yo pudie-se predicarles una justificación que se pudiese ganar andando cien kilómetros, ma¬ñana todos se-riamos peregrinos ¿no es así? Si pudie¬se predicarles una justificación por torturas y fla¬gelaciones, habría pocos aquí. que no se flagelarían, y muy severamente. Pero cuando es gratuita, gratui¬ta, gratuita, los hombres la rechazan."
IV. Fundamentos para la Justificación.

¿Sobre qué fundamentos puede un Dios santo ba¬sarse para justificar a un hombre pecador? Pablo con¬testa esta pregunta de la siguiente manera: "Siendo justificados gratuitamente por su gracia, por la re¬dención que es en Cristo Jesús" (Rom. 3:24); Los fundamentos de la justificación están encerrados en la doctrina de la expiación de Cristo.

Hay dos clases de justicia. la justicia personal y la justicia divina. La justicia personal per-tenece a un hombre por lo que es y lo que ha hecho. La justicia divina es la justicia de Cristo que es ofrecida al hom¬bre por la fe en su sangre. "Al que no conoció peca¬do, hizo pecado por nosotros para que nosotros fué¬semos hechos justicia de Dios en él" (2 Cor. 5:21). Cristo tomó nuestros pecados sobre él para Poder ofrecernos su justicia.
Bunyan en su maravillosa historia de El Peregri¬no, describe a Cristiano, vestido de harapos, llevan¬do el peso de sus pecados, y emprendiendo el viaje desde la Ciudad de Destrucción hacia la Ciudad Ce¬lestial. Después de mucho caminar llega a una cruz erecta en la cima de un monte, el Peso cae de sus hombros, y se va rodando cuesta abajo hasta desapa-recer dentro de una tumba abierta. Al estar parado allí, absorto y llorando de gozo, tres seres resplan¬decientes se le aparecen. El Primero le dice: "Tus pe¬cados te son perdonados." El segundo le quita sus harapos y lo viste con una túnica hermosa. El terce¬ro le hace una marca y le da un rollo para que lea.
Eso es lo que pasa siempre al pie de la cruz donde Cristo fúe hecho pecado por nosotros, para que nos¬otros fuésemos hechos justicia de Dios en él; no so¬lamente se aleja rodando el peso de los pecados, sino que Dios nos quita los harapos. viejos de nuestra ini¬quidad y nos viste con la túnica inmaculada de la justicia de Cristo. Ese es el fundamento sobre el cual basamos nuestra justificación, no lo que hemos he¬cho, mas lo que Cristo ha hecho por nosotros.

V El Método de la Justificación.

"Al cual Dios ha propuesto en propiciación por la fe en su sangre" (Rom. 3:25). En Romanos 5:1 Pablo
también lo dice: "Justificados pues por la fe, tene¬mos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo". Así como vimos el contraste que existe entre la gracia y las obras, así también tenemos el contraste entre la fe y las obras. La justificación no viene por medio de las obras de la ley, sino por la te en Cristo. En Romanos 3:28 Pablo dice: "Así que, concluimos ser el hombre justificado por fe sin las obras de la ley."
La muerte expiatoria de Cristo en la cruz no sig¬nifica que todos los hombres serán salvos. Su muerte hizo posible la salvación de todo hombre, pero nin¬gún hombre puede salvarse sin apropiarse la gracia salvadora de Dios en Cristo. Es por medio de la fe que el individuo llega a ser participe de los beneficios 4e la cruz. En nuestro estudio acerca de la fe encon¬
mos que la fe quiere decir aceptar a Cristo. Es por medio de la fe que el individuo es unido a Cristo en tal forma que se hace partícipe de todo lo que Cristo ha hecho. La fe es apro-piarse de Cristo; la fe es aceptar lo que Cristo ha hecho por nosotros; la fe es recibir el manto de justicia que Cristo ha tejido para nosotros. Cuando una persona hace eso, está vestido con la justicia de Cristo, y así queda justifi¬cada delante de Dios. Como dice Pablo en Romanos 8:1: "Ahora pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús". Ya no están delante de Dios como hombres condenados, sino como hom¬bres justificados.
Volvamos al ejemplo que Pablo usa una y otra vez: "Y creyó Abraham a Dios, y le fue atribui¬do a justicia" (Rom. 4:3). Dice también : "a Abra¬ham fue contada la fe por justicia" Rom. 4:9). El no era justo en si mismo; y las cosas buenas que hizo no lo podían hacer justo. Mas su fe le fue -con¬tada por justicia, y así quedó justificado delante de Dios. De la misma manera, el individuo no es justo en si mismo, y no puede justificarse por sus buenas obras. Mas cuando pone su fe en Cristo, acepta lo que Cristo ha hecho por él, y se viste de la justicia de Cristo, y así queda justificado delante de Dios.
Pero alguien pregunta: "¿No habló Santiago, el hermano de nuestro Sefñor, acerca de la justifica¬ción por las obras, y no mencionó a Abraham como su ejemplo?" Santiago dice: "¿No fue justificado por las obras Abraham nuestro padre, cuando ofre¬ció a su hijo Isaac sobre el al-tar? ¿No ves que la fe obró con sus obras, y que la fe fue perfecta por las obras? Y fue cumplida la Escritura que dice: Abra¬ham creyó a Dios, y le fue imputado a justicia, y fue llamado amigo de Dios. Vosotros veis, pues, que el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe" (Stg. 2:21-24). Esto parece enseñar la jus¬tificación por la fe y por las obras. Pero Santiago está haciendo un contraste entre dos clases de fe, la fe muerta y la fe viva, diciendo que una fe que no se expresa en obediencia a Dios, es una fe muerta, y por esa razón es sin valor; es solamente asentir in¬telectualmente a una verdad. Una fe como esa no salva, es la fe viva, la fe que se expresa en obediencia a Dios la que salva. Esa es la clase de fe que tuvo Abraham. Santiago dice: "¿No ves que la fe obró con sus obras, y que la fe fue perfecta por las obras?" En otras palabras "Abraham fue justificado por la fe, pero fue una fe viva que se expresó en obedien¬cia a Dios." Ni un solo hombre puede ser justificado por una fe intelectual y muerta.
VI. Los Resultados de la Justificación.
Pablo menciona varios:

1. Paz con Dios.
“Justificados pues por la fe, tenemos paz para con " (Rom. 5:1). La paz es el resultado de la justificación.
Pablo no dijo: "tenemos la paz de Dios" (es verdad que la tenemos si mantenemos buenas rela-ciones con Dios), sino que dijo: "paz para con Dios." El hombre condenado no tiene paz con Dios; hay ene¬mistad entre él y Dios, hay separación. El anciano profeta dijo al Israel que estaba pecando: "Mas muestras iniquidades han hecho división entre vos¬ y vuestro Dios" (Is. 59:2). El pecado en el jardín del Edén rompió el compañerismo que había entre el hombre y Dios. La paz con Dios se alejó cundo entró el pecado.
Durante los primeros años de mi ministerio en Kentucky, un anciano que no era cristiano, venia de vez en cuando a escuchar mi predicación, y pare¬cia que. le gustaba mucho mofarse del cristianismo. Un día me dijo: "Ustedes los pastores hablan acer¬ca de hacer las paces con Dios. Yo no tengo necesi¬dad de hacer las paces con Dios, porque nunca me he enojado con él. Me gusta Dios; no tengo nada en contra de él." Entonces se rió como si hubiese dicho algo muy jocoso. El anciano parece que se había ol¬vidado, que aunque él no tenia nada en contra de Dios, Dios si tenia mucho en contra de él. El había vivido en pecado, habla quebrantado la ley de Dios y había hollado el amor de Dios.
El hombre no puede tener paz con Dios sin la gra¬cia justificadora. Hay enemistad entre él y Dios. So¬lamente cuando viene confesando sus pecados y po¬ne su confianza en Cristo puede tener paz con Dios. Es entonces cuando queda justificado delante de Dios.

2. El favor divino.

"Por el cual también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes" (Rom. 5:2). La palabra traducida como entrada quiere decir presentación. Por Cristo hemos sido presentados a esta gracia en la cual estamos firmes.
Imagínese la entrada a un palacio oriental a don¬de llegan extranjeros queriendo ver al monarca. Es¬tos extraños no pueden llegar a la presencia del sultán, a menos que haya alguno en el palacio que conozca tanto al sultán como a ellos para así pre-sentarlos mutuamente. Jacob y sus hijos fueron a Egipto. Nunca habían visto al rey y este no los había visto a ellos. Pero José, quien estaba ligado a ellos por lazos sanguíneos, y que era el segundo en el reino después del rey, los introdujo al palacio y los presen¬tó. El rey los recibió, y les dio la mejor tierra, y con¬tinuó colmándolos de favores, por estar ellos relacio¬nados con José. De la misma manera, el pecador es un extranjero para Dios, y no puede llegar a su pre¬sencia si alguien no lo presenta. Cristo, que se ha identificado con la causa del pecador, y quien la vez, el Hijo de Dios, viene y lleva al pecador a la presencia de Dios y lo presenta. Dios lo recibe en el palacio de su gracia y continúa confiriéndole sus fa¬vores. Por medio de Cristo hemos sido todos presen¬tados en este palacio de gracia donde ahora esta¬mos firmes, y día tras día recibimos el favor divino y sus bendiciones.

3. Gozo.

"Y nos gloriamos" (Rom. 5:2). Saber que hemos sido justificados delante de Dios es suficiente moti¬vo para que nos regocijemos. Pablo menciona dos fa¬ses de su gozo:
(1) En la esperanza de la gloria. "Nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios" (Rom. 5:2). La gloria de Dios es la gloria que Dios tiene, y la gloria que él da. La esperanza de la gloria que hace regoci¬jarse el corazón del justificado, es la esperanza de ser participe de la gloria de Dios. "Aun no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él apareciere, seremos semejantes a él, por¬que le veremos como él es" (1 Juan 3:2). Sea lo que fuere el cielo, o la gloria de la ciudad eterna, esa es la gloria que puede esperar el hijo de Dios y es lo que le llena el corazón de gozo.
(2) En las tribulaciones. "Y no sólo esto, mas aun nos gloriamos en las tribulaciones" (Rom. 5:3). ¿Có¬mo puede una persona regocijarse en las tribulacio¬nes? ¿Cómo pudo Pablo regocijarse cuando lo echa¬ron en la prisión, y le golpearon las espaldas? Podía gloriarse, porque sabia que, "a los que a Dios aman, todas las cosas les ayudan a bien, es a saber, a los que conforme al propósito son llamados" (Rom. 8: 28). Podía gloriarse porque sabía que "Si sufrimos, también reinaremos con él" (2 Tim. 2:12). Podía glo¬riarse porque sabía que, "lo que al presente es mo¬mentáneo y leve de nuestra tribulación, nos obra un sobremanera alto y eterno peso de gloria" (2. Cor. 4:17).
Vale la pena ser un hijo de Dios. El ser justificado por la fe en Cristo significa mucho. Ojalá que cada uno de nosotros pudiera decir: "Soy justificado por la fe, y tengo paz para con Dios por Jesús mi Salva¬dor y Señor, por medio del cual he sido presentado al Rey de reyes y estoy firme ahora en el palacio de su gracia, y me glorío en la esperanza de la gloria de Dios.”


LA SEGURIDAD

I. LA FALTA DE SEGURIDAD CRISTIANA
1. Ideas falsas de la vida cristiana
2. La falta del conocimiento de una experiencia defi¬nitiva
3. Descuido del deber cristiano
4. Viviendo indignamente

II. LA IMPORTANCIA DE LA SEGURIDAD CRISTIANA

1. La falta de ella imposibilitan una paz y un gozo com¬pletos
2. El que no tiene la seguridad no puede hacer una obra cristiana eficaz
3. La falta de seguridad deshonra a Dios
4. La falta de seguridad empaña el camino que queda por delante

III. LOS FUNDAMENTOS DE LA SEGURIDAD CRISTIANA

1. No son los sentimientos
2. No es lo que se ha logrado
3. La Palabra de Dios
4. Fundamentos adicionales en la experiencia cristiana
(1) Obediencia gozosa
(2) Amor cristiano
(3) El testimonio del Espíritu Santo


VI
LA SEGURIDAD
En Juan 20:31, el escritor nos dice por qué él es¬cribió el libro que llamamos el Evangelio según Juan: "Estas empero son escritas, para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios; y para que creyendo, ten¬gáis vida en su nombre." El escribió este libro para señalarnos el camino de la salvación. En 1 Juan 5:13 él nos dice por qué escribió su primera epístola; "Es¬tas cosas he escrito a vosotros que creéis en el nom¬bre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna, y para que creáis en el nombre del Hijo de Dios." El escribió esta epístola para que los cristianos tuvieran la seguridad de la salvación.
En la Palabra de Dios hay dos cosas bien claras acerca de la seguridad cristiana. Primero, Dios quie¬re que sus hijos tengan la seguridad de su salvación. No es su voluntad que estén llenos de dudas ni te¬mores, que es la obra que hace satanás. El malévolo hace todo cuanto está en su poder para evitar que los cristianos tengan la seguridad, porque sabe que un cristiano que duda no puede ser nunca un cris¬tiano poderoso. Fue sabia la contestación que dio a su pastor un mu-chacho recién convertido cuando aquél le preguntó si el diablo no le había dicho algu¬na vez que él no era cristiano. "SI," contestó el mu¬chacho, "a veces me dice eso." "Bueno, ¿y qué le dices tú?" le preguntó el pastor. "Yo le digo," replicó el muchacho, "que si soy cristiano o no a él nada le Importa."
Segundo, Dios ha hecho posible que un cristiano tenga seguridad. Ha provisto los medios por los cua¬les se puede conseguir y guardar esa seguridad. Pa¬blo no tenía duda alguna sobre su salvación. El de¬cía: "yo sé a quién he creído, y estoy cierto que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día" (2 Tim. 1:12). Muchos cristianos en la actualidad tienen esa seguridad; todos podrían tenerla.
Consideremos cuatro cosas acerca de la seguridad cristiana.

I. La Falta de Seguridad Cristiana.
Muchos cristianos tienen la seguridad de que son salvos, pero hay muchos que no tienen esa seguridad. Están perturbados por las dudas. Hay varias razones por estas dudas.

1. Ideas falsas de la vida cristiana.

Hay muchos que piensan que porque sus vidas no alcanzan ciertas normas no son cristianos. Por cier¬to que los cristianos deben tener las normas más altas de conducta. Hay muchas personas que están conten¬tas con normas muy bajas, pero el fracaso en alcanzar esas normas no debe in-terpretarse pensando que uno no es cristiano. No hay hombres perfectos en la tierra. El hecho de que una persona fracase a veces, o caiga, no quiere decir que no sea cristiana. Lo que hace después de que ha fracasado o caído, es lo que revela su condición.



2. La falta del conocimiento de una experiencia definitiva.

Algunos cristianos oyen a otros relatar su conver¬sión, señalando el tiempo y el lugar exacto de su salvación, y porque ellos no pueden recordar una ex¬periencia definitiva como esa, tienen dudas acerca de su propia conversión. Es sin duda una gran satis¬facción para la persona, saber exactamente dónde y cuándo se convirtió, pero esa no es, en absoluto la única seguridad que tenemos acerca de nuestra sal¬vación. No es ni siquiera una seguridad in-falible, por¬que uno puede haber interpretado mal la experiencia que tuvo. Esta cuestión ha sido discutida amplia¬mente en el capítulo sobre la conversión

3. Descuido del deber cristiano.

Muchos cristianos no tienen una seguridad com¬pleta acerca de su salvación, porque están descui¬dando las cosas que los ayudan a ser cristianos fuer¬tes. No leen ni estudian sus Biblias; han fracasado en la oración; ya no están sirviendo en la obra cris¬tiana; han descuidado sus obligaciones para con su iglesia. Cuando una persona es culpable del descui-do de sus deberes y privilegios cristianos no es pro¬bable que tenga la plena seguridad de su salvación. Y uno que es fiel en todas estas cosas seguramente que no caerá en la duda.
Un joven que gozosamente se había convertido y había llegado a ser un miembro fiel de su igle-sia, asis¬tiendo a todos los servicios y tomando una parte ac¬tiva en la obra cristiana, después de un tiempo se alejó. Ya no asistía regularmente a los servicios, y dejó a un lado su obra cristiana. Un domingo por la mañana decidió asistir al servicio en su iglesia. El pastor predicó un sermón que penetró hasta lo pro¬fundo de su ser. El joven fue a hablar con el pastor al terminar el servicio y le dijo: "Cuando se reúna el comité, pídales que me borren de la lista de la iglesia, porque yo no soy cristiano." El pastor le re¬cordó su conversión y su servi-cio fiel en la iglesia. El joven replicó: "Sí, yo creí que me había convertido, pero estaba equi-vocado; no soy cristiano; dígales que me borren de la lista de la iglesia." El sensato pastor le dijo: "Bueno, pero antes que lo hagamos ¿quieres hacerme un favor?" "Seguramente," dijo el joven. "Tú conoces al anciano ciego que es miembro de esta iglesia. A él le gusta mucho que le lean la Biblia. Yo no podré ir a visitarlo esta tarde. ¿No quieres tú ir y leerle la Palabra de Dios?" le preguntó el pastor. Pero el joven le contestó: "¿Por qué he de ir yo a leer¬le la Palabra de Dios?, yo no soy cristiano" "Cual¬quiera puede leer la Palabra de Dios," fue la respues¬ta del pastor. "Ve a su casa y léele." Y le dio algunos pasajes escogidos para que los leyese al anciano. Esa noche el joven regresó con el semblante radiante y le dijo al pastor: "pastor, no mencione el asunto de bo¬rrarme de la lista. Todo está bien ahora. Fui a leerle al anciano ciego, y él me hizo que le siguiera leyendo por un buen rato. Entonces me pidió que orara. Oré con él, y él dijo: `¡Aleluya!' y no sé por qué, pero yo también dije `¡Aleluya!' Ahora todo está bien."

4. Viviendo indignamente.
Algunos no tienen la seguridad cristiana porque han dejado que el mundo predomine demasiado en sus vidas, y han caído en el pecado. Han entrado en relaciones mundanas, y han cedido a las tentaciones de la vida. Ellos no pueden tener la seguridad cris¬tiana hasta que se arrepientan de sus pecados y se vuelvan a Dios. La seguridad cristiana y el pecado no pueden morar juntos en el mismo corazón. David per¬dió el gozo de su salvación cuando cayó en el pecado. Cualquier cristiano que cae en el pecado perderá el gozo y la seguridad de su salvación, y nunca los po¬drá recuperar hasta que se vuelva de sus pecados a Dios.
II. La Importancia de la Seguridad Cristiana.

Algunos maestros cristianos han llegado hasta de¬clarar, que si una persona no tiene la se-guridad de su salvación, no es un cristiano. Eso no es cierto. Uno no puede ser un buen cristiano mientras que esté lleno de dudas, pero uno puede ser cristiano y no tener la plena seguridad de su salvación. Es im¬portante por varias razones que uno tenga esta se¬guridad cristiana.
1. La falta de ella, imposibilitan una paz y -un gozo completos.

Uno que no tiene la seguridad de su salvación no puede tener la paz y el gozo completos en su vida cristiana. Puede ser que tenga una fe y una esperan¬za de las cuales no se separaría por nada en el mun¬do, pero mientras el temor y las dudas invadan su corazón, la plenitud de la paz y el gozo permanece¬rán afuera. Dios quiere que su pueblo tenga gozo. Es¬ta es su pro-mesa: "Y la paz de Dios, que sobrepuja todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros entendimientos en Cristo Jesús" (Fllipen¬ses 4:7). Pero cuando el corazón está lleno de dudas no hay lugar para la paz de Dios.
El señor Sankey en su libro, Mi vida y la historia de los himnos evangélicos, cuenta de un caballero que dio eT siguiente testimonio en una reunión en Exeter Hall, en Londres: "Durante la re-ciente gue¬rra en el Transvaal, cuando los soldados que iban hacia el frente encontraban a otro grupo de soldados a quienes conocían, su saludo acostumbrado era: 'Cua¬trocientos noventa y cua-tro, muchachos; cuatrocien¬tos noventa y cuatro'; Y el saludo era contestado in¬variablemente con 'Seis más adelante, muchachos; seis más adelante'. El significado de esto era que un buen número de la edición más pequeña de los himnarios Sacred Songs and Solos había sido enviado al frente, y el número 494 en estos himnarios era 'Dios os guarde en su Santo amor'; y seis más ade¬lante o sea el número 500, era 'En Jesucristo mártir de paz.' "
Esta es la seguridad que da paz y gozo. Si uno pue¬de cantar de todo corazón las palabras:

"En Jesucristo, mártir de paz,
En horas negras de tempestad,
Hallan las almas dulce solaz,
Grato consuelo, felicidad."
entonces puede cantar el coro con más entusiasmo,

"Gloria cantemos al Redentor,
Que por nosotros quiso morir;
Y que la gracia del Salvador
Siempre dirija nuestro Vivir."
Significa mucho en estos días de prueba, por los cuales estamos pasando, tener esa seguridad. La se¬mana pasada recibí una carta de un joven de esta iglesia que está sirviendo en el ejército de su país. La dirección que nos dio es: "En alguna parte de In¬glaterra." Al irse dejó a su esposa y un niño. Al final de su carta dice: "En todas mis oraciones pido que pueda servir a Dios por medio del servicio a mis se¬mejantes, y creo que estoy aquí por su voluntad. Mi vida está en sus manos, y no me importa a dónde me lleve." Gracias a Dios por la paz que viene al corazón por medio de la seguridad de ser un hijo de Dios y "confiarlo todo a su cuidado tierno"
2. El que no tiene la seguridad no puede hacer una obra cristiana eficaz.

El que no tiene la seguridad cristiana no puede hacer una obra cristiana efectiva. Puede cumplir fielmente ciertos deberes, y observar ciertos ritos, pero no puede dar fruto mientras lleve en su cora¬zón la duda de su salvación. El lugar santísimo en el servicio cristiano es llevar a otros a Cristo. Nuestro Señor puso eso en el primer lugar, y nosotros no nos atrevemos a darle un lugar secundario. ¿Cómo pue¬de ser posible que uno pueda hablar con convenci¬miento y entusiasmo a un alma perdida, y señalarle el camino hacia Cristo como Salvador, si tiene dudas de su propia salvación? No servirla para mucho un guía que dijera a los que esperan ser dirigidos por él: "Creo que conozco el camino, aunque no estoy se¬guro." Y el cristiano que dice: "Creo que soy un cristiano aunque no estoy seguro," no tendrá mucho éxito en llevar a otros a Cristo. En verdad, no tendrá muchos deseos de llevar a otros a Cristo, mientras que no esté seguro de su propia posición. La falta de seguridad imposibilita una obra cristiana efectiva.

3. La falta de seguridad deshonra a Dios.

Dios ha dado su palabra, su promesa sagrada, que si uno se arrepiente de sus pecados y pone su con¬fianza en Cristo, lo salvará. Si uno pone su confian¬za en Cristo, y luego sigue dudando, pone en duda la veracidad de Dios. ¿Hará Dios lo que dice? ¿Cum¬plirá Dios sus promesas? Entonces ¿por qué no echa¬mos a un lado todas las dudas y confiamos en él? La falta de seguridad deshonra a Dios porque pone en duda su palabra.

4. La falta de seguridad empaña el camino que queda por delante.
La falta de seguridad empaña el camino que que¬da por delante con el temor. La muerte o la venida de nuestro Señor es lo que nos espera en el camino que queda por delante. Los hombres y las mujeres tienen que aparecer ante el tribunal de Dios en el juicio. La duda respecto a la posi-ción de ellos ante Dios los llena de temor. La seguridad les permite se¬guir adelante sin temor. El grito triunfante de Pablo cuando estaba a la sombra de la muerte, nos con¬mueve el alma: "Por-que yo ya estoy para ser ofre¬cido, y el tiempo de mi partida está cercano. He pe¬leado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez jus¬to, en aquel día" (2 Tim. 4:6-8). Podía enfrentarse con la muerte con ese grito de victoria en sus labios porque podía decir: "Porque yo sé a quién he creído, y estoy cierto que es poderoso para guardar mi de¬pósito para aquel día." La seguridad que tenía en su alma echó fuera todos sus temores, e hizo de la puerta de la muerte un arco de triunfo.
Hace algún tiempo fue publicada una historia acerca de una tormenta en el lago Erie. Una an-cia¬na abordó el vapor en Búfalo con el objeto de ir a visitar a su hija en Cleveland. Durante la travesía se desencadenó una terrible tempestad, y los pasaje¬ros, temiendo por sus vidas se juntaron para orar. La anciana no parecía preocuparse. Tranquilamente
sentada alababa al Señor, mientras rugía la tempes¬tad. Cuando aminoró la furia de los ele-mentos, algu¬nos pasajeros le preguntaron cómo podía disfrutar de tanta calma cuando la muerte parecía segura. Ella les dijo: "Hijos, esto es lo que pasa. Tengo dos hijas; una murió y se fue al cielo; la otra se fue a vivir a Cleveland. Cuando rugía la tempestad esta-ba pensando a cuál de mis lijas visitaría primero, a la que vive en Cleveland o la que está en el cielo, y no me preocupaba cuál de las dos sería."

III. Los Fundamentos de la Seguridad Cristiana.
¿Sobre qué puede uno basar su seguridad? Una equivocación en esto podría ser fatal. A ve-ces las personas se creen cristianas cuando no lo son. Es falsa la seguridad que tienen. Si uno no ha cumpli¬do las condiciones de la salvación: "arrepentimiento para con Dios, y fe en nuestro Señor Jesucristo", no es cristiano, no importa cuantas otras cosas haya hecho. Si tiene alguna seguridad es una seguridad falsa. ¿Sobre qué fundamentos puede uno que es cristiano basar su seguridad?

1. No son los sentimientos.

Algunas personas tienen dudas acerca de su sal¬vación porque no tienen los sentimientos que ellos piensan que un cristiano debe tener. Puede ser de¬seable este sentimiento, pero no es una base adecua¬da para la seguridad. El sentimiento es inconstante. Sube y baja como la marea. Muy a menudo nuestros sentimientos son gobernados por circunstancias y condiciones. Podemos sentir una cosa hoy día, y ma¬ñana una cosa completamente distinta. Los senti¬mientos son engañadores. Una persona puede sentir que es cristiana cuando no lo es, y puede sentir que no es cristiana cuando en realidad lo es. Si uno de¬pendiese de sus sentimientos, la mayor parte del tiempo estaría en dudas.

2. No es lo que se ha logrado.

La seguridad de la salvación no se basa en lo que uno ha logrado, ya sea en el carácter o en la conduc¬ta. Un verdadero cristiano desarrollará el mejor ca¬rácter posible, y servirá en la mejor manera que pueda, pero la realización de estos objetivo persona es una base segura para la seguridad. ser miembro de la tener un buen carácter; puede iglesia y tomar una parte activa en toda la obra de la iglesia, y no ser cristiano. Su salvación no descan¬sa en lo que ha hecho, o puede hacer, sino en lo que
Cristo ha hecho por ella.

3. La Palabra de Dios.

La única base para la seguridad que es verdadera y duradera, es la palabra de Dios. Dios ha dicho: "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida terna. El que cree en el Hijo, tiene vida eterna" (Jn. 3:16,36). "Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo tú, y tu casa', (Hech. 16:31) Es-tas promesas y muchas más ha dado Dios a los que aceptan la obra expiatoria que Cristo hizo por ellos y que Ciertamente Dios cumplirá su Palabra. Ni una promesa que él haya hecho será jamás quebrantada. "Mas la palabra del Señor permanece perpetuamen¬te" (1 Pedro 1:25). Si una persona se ha arrepentido de sus pecados, y ha puesto su confianza en el Señor Je-sucristo como su Salvador personal, tiene la promesa de Dios de que ella es salva.
Cuando el Doctor J. W. Chapman era estudiante en la universidad, estaba penosamente con-fundido acerca de su propia salvación. Le contó a D. L. Moody el gran evangelista sus dificultades, diciéndole: "A veces creo que soy cristiano, y otras veces me pregunto si he sido salvado o no." El Sr. Moody le dijo que leyera Juan 5:24, "De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me ha enviado, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas pasó de muerte a vida." "¿Cree usted en este texto?" le preguntó el señor Moody. El joven le aseguró que sí creía. "¿Cree usted en Cristo?" preguntó el evan¬gelista. Chapman le dijo que sí. "¿Es usted cristia-no?" le preguntó entonces. El joven nuevamente le explicó sus dudas. El señor Moody le dijo que vol¬viese a leer el pasaje, y nuevamente le preguntó si aceptaba a Cristo y si creía su Palabra. Chapman le aseguró que si. El señor Moody le preguntó si era cristiano, y otra vez el joven empezó a expresarle sus dudas. Entonces el gran evangelista se volvió hacia• él y le dijo: "Mire usted, ¿de quién duda?" En ese momento preciso pudo ver la verdad el joven atribulado. Había aceptado a Cristo, y había creído su Palabra, y sin embargo estaba dudando si Dios cumpliría su Palabra o no. "En un momento," nos dice, "sabia que era cristiano a causa de su promesa."
Uno puede asirse de las promesas de Dios cuando los sentimientos fracasan. Podemos encon-trar una ilustración de esto en una historia que tuvo su origen en Irlanda muchos años ha. El mayor Whittle esta¬ba celebrando unas reuniones evangelisticas, y se convirtió un niñito. Por medio de la influencia de este niño la madre vino e hizo profesión de fe en
Cristo. Pero era difícil para ella creer que por medio de una simple fe en Cristo ella pudiera tener la vida eterna. El evangelista le señaló el mismo versículo que el señor Moody usó en su conversación con Chapman, llamándole la atención especialmente a la palabra "tiene." "El que oye mi palabra, y cree al que me ha enviado, tiene vida eterna." La señora aceptó aquella preciosa verdad y se fue a su casa con el corazón gozoso. Pero a la mañana siguiente esos sentimientos de seguridad habían desaparecido. El niño, viendo la expresión de desesperación en su rostro, le pre-guntó qué era lo que la molestaba. Ella le contestó: "Oh, hijo mío, esa seguridad ha desapa¬recido." El niño fue y buscó su Biblia y la abrió en el mismo versículo y le dijo: "Madre, el versículo está en la Biblia todavía."
Hace unos años que The Globe, uno de los periódi¬cos más grandes del Canadá, y que es publicado en Toronto, imprimió una hermosa historia acerca de la Reina Victoria. La Reina había asistido a un ser¬vicio en la Catedral de San Pablo y había escuchado un sermón que le interesó mucho. Más tarde en con¬versación con su propio capellán, le preguntó si uno podía estar completamente seguro de su salvación. El capellán le dijo que él no sabía ninguna manera en que uno podría tener la seguridad completa. Ha¬biendo llegado a oídos de Juan Townsend, un hu¬milde ministro del evangelio, esta conversación de la Reina con su capellán, le escribió la siguiente carta a la Reina

A VUESTRA MAJESTAD, NUESTRA ESTIMADA REINA VICTORIA, DE UNO DE VUESTROS MAS HU¬MILDES SERVIDORES:
Con manos temblorosas, pero con el corazón lleno de amor, y porque sé que podemos tener una se¬guridad absoluta de nuestro hogar celestial que Je¬sús fue a preparar, ¿puedo pedir a vuestra Majestad que lea los siguientes pasajes de las Escrituras: Juan 3:16; Romanos 10:9, 10?
Estos pasajes prueban que hay una seguridad ab¬soluta de la salvación por la fe en nuestro Señor Je¬sucristo para aquellos que creen y aceptan su obra terminada. Quedo vuestro servidor en el nombre de Jesús,
Juan Townsend

Pocos días después recibió la siguiente respuesta:

A Juan Townsend:
Fue recibida vuestra carta de fecha reciente, y en contestación os quiero decir que he leído cuidadosa¬mente y con oración las porciones de las Escrituras a que os referís. Creo en la obra consumada por Cris¬to, y confío en la gracia de Dios que os veré en aquel hogar del cual él dijo: "Voy, pues, a preparar lugar para vosotros."
Victoria Guelph

4. Fundamentos adicionales en la experiencia cristiana.
Pueden encontrarse fundamentos adicionales en la experiencia humana. En la epístola que fue escrita "para que sepáis que tenéis vida eterna", Juan seña¬la algunos de estos fundamen-tos adicionales que uno puede encontrar en su propia vida.
(1) Obediencia gozosa. "Y en esto sabemos que nosotros le hemos conocido, si guardamos sus man-damientos. El que dice, Yo le he conocido, y no guar¬da sus mandamientos, el tal es men-tiroso, y no hay verdad en él; Mas el que guarda su palabra, la cari¬dad de Dios está verdaderamente perfecta en él: por esto sabemos que estamos en él" (1 Juan 2:3-5). Uno no desea obedecer a Dios y guardar sus manda¬mientos si no es un cristiano. Puede obedecer ciertos mandamientos por temor, pero ese deseo gozoso de obedecer no está en uno que no es cris-tiano.
En una reunión celebrada por el extinto doctor Santiago M. Gray, una niña de doce años se convir¬tió. En un servicio de testimonios ella se paró q tes¬tificó por su Salvador. "¿Cuándo te salvaste?" le pre¬guntó el doctor Gray. "El domingo pasado," contes¬tó ella, "pero no lo supe hasta el viernes." "¿Cómo llegaste a saberlo entonces?" "Porque ese día se lo dije a mi mamá," fue la respuesta de la niña. La seguridad de su salvación vino cuando obedeció a su Señor haciendo confesión abierta.
(2) Amor cristiano. "Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los her¬manos. El que no ama a su hermano, está en muerte. Cualquiera que aborrece a su hermano, es homicida; y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna per-maneciente en sí" (1 Juan 3:14, 15). Una de las ca¬racterísticas sobresalientes de la vida cristiana es el amor cristiano. Si el corazón está lleno de odio, uno puede muy bien tener dudas acerca de su posición ante Dios.
Este amor es primeramente un amor por nuestros hermanos cristianos. "Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los her¬manos." Al verdadero cristiano le gusta el compa¬ñerismo de otros cristianos, y desea hacer por ellos todo lo que le sea posible. Si uno prefiere la compa¬ñla de los Incrédulos a la de los cristianos, no tiene gran seguridad de que está en el lado de Dios. San¬tiago dice en el capitulo 4:4: "Cualquiera pues que quisiere ser amigo del mundo, se constituye enemi¬go de Dios." Compare 1 Juan 2:15.
Pero este amor del verdadero cristiano se extien¬de más allá del compañerismo cristiano y abarca a toda la humanidad. Uno puede amar a su hermano cristiano con un amor distinto al que tiene para con los demás, pero si es un hijo de Dios, ama a todos los hombres. Puede ser que no le guste la manera de ser de algunos de ellos, pero en lo profundo de su corazón les desea el bien. Hay dentro de él un ar¬diente deseo por la salvación de ellos.
Un amor como éste debe manifestarse, no tan sólo en palabras sino también en hechos. La prueba del verdadero amor está no en lo que se dice sino en lo que se hace. En 1 Juan 3:17-19 el apóstol dice: "Mas el que tuviere bienes de este mundo, y viere a su hermano tener ne-cesidad, y le cerrare sus entrañas, ¿cómo está el amor de Dios en él? Hijitos míos, no ame-mos de palabra ni de lengua,, sino de obra y en verdad. Y en esto conocemos que somos de la ver¬dad, y tenemos nuestros corazones certificados de¬lante de él." El amor cristiano es el amor de la mano abierta tanto como del corazón abierto. Si a no lo consume la avaricia, el egoísmo y la mezquindad, puede muy bien preguntar cuál es su relación con Dios.
(3) El testimonoo del Espíritu Santo. "y en esto sabemos que él permanece en nosotros por Espíritu que nos ha dado" (1 Juan 3:24 _'En Romanos 8:16, Pablo dice: "Porque el mismo Espíritu da tes¬timonio a nuestro Espíritu que somos hijos de Dios.” Y Juan vuelve a decir: “El que somos hijos de Di Dios, tiene el testimonio en si mismo" (1 Juan 5:10). Si uno es un verdadero cristiano y trata de hacer la voluntad de su Maestro, tendrá la seguridad en su propio corazón de que es un hijo de Dios, una seguridad que fue puesta allí por el Espíritu divino.
El doctor Bruce Kinney, en su librito acerca de misiones fronterizas, relata la historia de la conver¬sión de un jefe indio, llamado Brazo Blanco. Una vez que hubo hecho su profesión de fe Pública, alguien le Pregunte cómo sabia que era cristiano. El le dijo: "Siempre he reconocido que yo era hombre malvado, y procuré apaciguar los espíritus según mi propia re¬ligión; pero nunca sentí ni seguridad ni satisfacción. Cuando llegó el misionero procuré investigar la nueva religión. El misionero me dijo que si yo oraba a Cris¬to y lo aceptaba como mi único y suficiente Salvador, él me perdonaría mis pecados y yo podría sentirme tranquilo. Oré durante mucho tiempo, pero no encon¬traba la paz, sin embargo, seguí orando. Todavía era yo como una persona que está en un cuarto obscuro, sin nada de luz; pero aun así seguía orando, y de re¬pente sentí como si alguien estuviera en el cuarto y hubiera encendido una cerilla, y hubo luz, y pude ver, entonces vino la paz en mi corazón. De esta manera sé que soy cristiano.”


LA PERSEVERANCIA

I. LA BASE DE LA DOCTRINA
1. De acuerdo can el propósito de Dios
2. De acuerdo con la promesa de Dios
3. De acuerdo con las palabras descriptivas usadas

II. OBJECIONES A LA DOCTRINA
1. Algunos pasajes de las Escrituras declaran el peligro y la po-sibilidad de la apostasía
2. Ejemplos de apostaría en la Biblia
(1) Aquellos que cayeron en pecado y
(2) Aquellos que cayeron en pecado y no se arrepintieron
3. La doctrina conduce al descuido, y tiende hacia la in¬moralidad en el vivir

III. VERDADES QUE SON ASOCIADAS A LA DOCTRINA
1. Uno puede estar engañado acerca de su salvación
2. Uno puede perder el gozo y el poder de su salvación
3. Uno puede confundir la salvación con recompensas
VII
LA PERSEVERANCIA
¿Podrá perderse una persona que ha sido verda¬deramente salvada? Esta es una pregunta que sur¬ge en las mentes de muchos. En la respuesta a esta pregunta está una de las diferencias principales en¬tre la teología arminiana y la calvinista. Los armi¬nianos cuyo nombre viene de Santiago de Armentus, enseñan que una persona que se ha salvado puede perder su salvación. Denominan esta experiencia co¬mo una "calda de la gracia." Los calvinistas, llama¬dos así por Juan Calvino su fundador, sostienen que, si uno se salva verdaderamente nunca podrá perder esa salvación. A esto lo llaman "la perseverancia fi¬nal de los santos," o "la divina preservación." Si la miramos desde el lado humano, es perseverancia; desde el lado divino, es preservación. Los cristianos perseveran, Dios preserva.
¿Cuál sistema de teología es el verdadero? Nos¬otros, los bautistas tomamos nuestro puesto al lado de los calvinistas. Creemos que si una persona ha tenido una verdadera experiencia de la gracia nunca se perderá; una vez que llega a ser un hijo de Dios, nunca dejará de ser un hijo de Dios, sino que "per¬severará desde la gracia hasta la gloria”.
1. La Base de la Doctrina.

¿En qué descansa nuestra creencia en la perse¬verancia de los santos?
Los teólogos nos dicen que descansa parcialmente, sobre la razón; que la doctrina es una deducción ne¬cesaria de otras grandes doctrinas, como la regene¬ración, la justificación, la santificación, la unidad con Cristo, y otras doctrinas de la gracia. El doctor Strong dice: "Todas estas doctrinas son parte de un plan general, que no resultaría en nada si un solo cristiano pudiera caer."
Pero, es la Palabra de Dios que nos da la base se¬gura para esta doctrina. Creemos en la perseveran¬cia final de los santos porque creemos que la Palabra de Dios la enseña.

1. De acuerdo con el propósito de Dios.
Está de acuerdo con el propósito de Dios según la exponen las Escrituras. Pablo dice en Efesios 1:11: "En él digo, en quien asimismo tuvimos suerte, ha¬biendo sido predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el consejo de su vo¬luntad." Escu-chad nuevamente al gran apóstol como dice en Romanos 8:29: "Porque a los que antes cono¬ció, también predestinó para que fuesen hechos con¬formes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos." Es el propó¬sito de Dios, según lo revela su Palabra, que aquellos que se allegan a él por medio de Cristo obtendrán finalmente la vida eterna.
2. De acuerdo con la promesa de Dios.
Está de acuerdo con la promesa de Dios según la exponen las Escrituras. Dios ha prometido definiti¬vamente que todo aquel que a él viene será salvo por toda la eternidad.
Encontramos que David expresa esta promesa en el Salmo 37:24. Hablando de la seguridad del hombre que pone su mira en el Señor, dice: "Cuando cayere, no quedará postrado; porque Jehová sostiene su ma¬no." El cristiano puede caer; muchos de nosotros cae¬mos; pero Dios ha prometido que no lo dejará en su triste estado, sino que lo levantará.
Encontramos la promesa en los labios de Jesús. En Juan 10:27-29, dice: "Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen; y yo les doy vida eterna: y no perecerán para siempre, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, mayor que todos es y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre." La eterna seguridad del hijo de Dios no podría ser presentada, en lenguaje más vigoroso que éste.
En los escritos de Pablo encontramos esta promesa repetidas veces. En Filipenses 1:6, dice: "Estando confiado de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesu¬cristo." Cuando una persona se convierte, Dios em-pieza una buena obra en ella; la promesa es que continuará esa buena obra hasta que el cristiano quede perfeccionado y completo en la presencia de su Señor.
Encontramos la promesa en 1 Pedro 1:3-5: "Ben¬dito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesu-cristo, que según su grande misericordia nos ha regenerado en esperanza viva, por la resurrec-ción de Jesucristo de los muertos, para una herencia incorruptible, y que no puede contaminarse, ni marchitarse, reservada en los cielos para nosotros que somos guardados en la virtud de Dios por fe, para alcanzar la salud que está aparejada para ser manifestada en el postrimero tiempo." Pedro declara que hay una herencia para cada cristiano aparejada en el cielo, y que el cristia¬no es guardado y protegido por el poder de Dios pa¬ra aquella herencia.
Podríamos citar muchas otras promesas de la Pa¬labra de Dios, pero todas están resumidas en los úl¬timos versículos de Romanos 8: "¿Quién nos aparta¬rá del amor de Cristo? tribula-ción? o angustia? o persecución? o hambre? o desnudez? o peligro? o cu¬chillo? ... Antes, en todas estas cosas hacemos más que vencer por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy cierto que ni la muerte, ni la vida, ni án¬geles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo bajo, ni ninguna cria¬tura nos podrá apartar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro."

3. De acuerdo con las palabras descriptivas usadas.
Está de acuerdo con las palabras descriptivas usa¬das en las Escrituras. La experiencia por la cual uno llega a ser un hijo de Dios se llama regeneración o renacimiento. El cristiano es uno que ha renacido, ha nacido del Espíritu de Dios, ha nacido al reino de Dios.. Llega a ser un hijo de Dios por medio del rena¬cimiento. Cuando un niño nace ya nunca podrá de¬jar de ser el hijo de sus padres. Podrá llegar a ser un malvado y un vagabundo, pero siempre será su hijo a pesar de esto. Y cuando uno nace de Dios, nunca podrá dejar de ser un hijo de Dios. Puede alejarse y llegar a ser un hijo malo, pero es hijo de Dios aún.
Cuando uno pone su confianza en Jesucristo, llega a ser partícipe de la vida que llamamos la vida eter¬na" (Juan 3:36). La promesa no dice que la obtendrá en alguna fecha futura, si per-manece fiel, sino que la tiene ahora, en el momento preciso en que pone su confianza en Cristo. Si es vida eterna no puede terminarse. El creyente llega a poseer algo que per-durará para siempre.
Se describe la relación que existe entre Cristo y el creyente en términos de una unión duradera y vital. Según dice, el creyente está en Cristo, y Cristo está en el creyente. Se describe al creyente como miembro del cuerpo de Cristo. Una unión tan vital como esa no será quebrantada.
Los pasajes de las Escrituras .que hemos citado y otros que podríamos haber citado, declaran plena¬mente que cuando uno tiene una experiencia genui¬na de la gracia seguramente que continuará en la gracia y será guardado por el poder de Dios para sal-vación eterna. Pueden Venir ocasiones cuando rein¬cida y pierda por un tiempo el gozo y el poder de su salvación, pero nunca perderá su salvación.

II. Objeciones a la Doctrina.
Se han presentado varias objeciones a la doctrina de la perseverancia final de los santos.
1. Algunos pasajes de las Escrituras declaran el peligro y la posibilidad de la apostasía.

Miremos dos o tres de estos pasajes.
En Juan 15, Jesús describe la relación que existe entre sus discípulos y él usando el ejemplo de la vid y los pámpanos. "Yo soy la vid, vosotros los pámpa¬nos." En el versículo 2, dice: "Todo pámpano que en mí no lleva fruto, le quitará." Y otra vez en el versí¬culo 6 dice: "El que en mí no estuviere será echado fuera como mal pámpano, y se secará y los cogen, y los hechan en el fuego, y arden."
Es evidente que Jesús estaba hablando acerca de personas que se habían unido a él por medio de una profesión de fe, más bien que por medio de una ex¬periencia espiritual. Jesús hace que el llevar fruto sea la prueba de la sinceridad de nuestra profesión. Si uno que pro-fesa ser cristiano no lleva fruto en el carácter y en el servicio, no pertenece a Cristo, y no tiene lugar en la iglesia de Cristo. "Haced, pues, fru¬tos dignos de arrepentimiento" (Le. 3:8) es el lla¬mado de Dios. "Mas el fruto del Espíritu es: caridad, gozo, paz, tolerancia, benignidad, bondad, fe, man¬sedumbre, templanza" (Gál. 5:22,23). Si el fruto no está presente es porque el Espíritu no mora dentro.
El destino de estos pámpanos infructuosos es muy parecido al destino de la cizaña en la pará-bola de Jesús. El dijo que la cizaña representaba a los hijos del maligno, y que sería recogida, ata-da en fardos y quemada. Fue quemada porque era perversa y nunca había sido nada más que perversa.
En 2 Pedro 2:21, tenemos otro pasaje que se cita para comprobar la posibilidad de una apostasía com-pleta; "Porque mejor les hubiera sido no haber cono¬cido el camino de la justicia, que después de haberlo conocido, tornarse atrás del santo mandamiento que les fue dado." Pedro no dice que habían andado por el camino de la justicia, sino que dice que lo habían conocido, y se habían vuelto atrás rehusando andar en él. El versículo siguiente da la interpreta¬ción. "Pero les ha acontecido lo del verdadero pro¬verbio: El perro se volvió a su vómito, y la puerca lavada a revolcarse en el cieno." El perro volvió a su vómito porque era perro aún, con la naturaleza de un perro. La puerca volvió a revolcarse en el cieno, porque ella también era puerca aún, con los deseos y la naturaleza de una puerca. Todas las lavadas del mundo no le podrían quitar su naturaleza de puerca. Así es con los que han conocido el camino de la justi¬cia y sin embargo retroceden. Retroceden porque su naturaleza no ha cambiado. Aman todavía las co¬sas que antes amaban. Nunca han tenido una expe¬riencia de la gracia que cambia los corazones y trans¬forma las vidas.
El pasaje en Hebreos 6:4-6, es quizás, el más im¬portante de todos: "Porque es imposible que los que una vez fueron iluminados y ,gustaron el don celes¬tial, y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, y asimismo gustaron la buena palabra de Dios, y las virtudes del siglo venidero, y recayeron, sean otra vez renovados para arrepentimiento, crucificando de nuevo para si mismos al Hijo de Dios, y expo¬niéndole a vituperio."
En primer lugar si ese pasaje enseña la posibilidad de caer de la gracia, enseña demasiado. Si ese es su verdadero significado, entonces no hay esperanza para los que reinciden porque el pasaje dice: "Por¬que es imposible que ... sean otra vez renovados pa¬ra arrepentimiento". Con aquella inter-pretación es en vano predicarles a los caídos.
Es verdad que el lenguaje que usa el escritor para describir las experiencias de las personas acerca de las cuales escribe es duro, se fijarán que no alcanza a la fe. En ninguna parte en los versículos ya men¬cionados, dice que creyeron en Cristo. Más bien pa¬rece que está describiendo hombres que pertenecen a la clase acerca de la cual Pedro estaba escribiendo en los versículos citados de su epístola, hombres que habían estado en contacto con el Espíritu Santo, y habían llegado hasta la misma puerta del reino, y de allí habían retrocedido. La palabra "recayeron" que es usada para describirlos tiene el mismo signi¬ficado que "apartan" que Jesús usó en su parábola de la simiente: "Y los de sobre la piedra, son los que habiendo oído, reciben la palabra con gozo; mas és¬tos no tienen raíces; que a tiempo creen, y en el tiem¬po de la tentación se apartan" (Le. 8:13). Se apar¬tan porque no tuvieron nunca la raíz del asunto dentro de ellos; nunca se habían salvado.
Lo que el escritor dice en el versículo 9 del capítulo 6 de Hebreos parece comprobar que ésta es la inter¬pretación correcta, "Pero de vosotros, oh amados, esperamos mejores cosas, y más cercanas a salud, aunque hablamos así." No pertenecían a la clase de la cual había estado escribiendo, sino a aquella que se había salvado verdaderamente.

2. Ejemplos de apostasía en la Biblia.
Estos ejemplos se pueden dividir en dos clases.
(1) Aquellos que cayeron en el pecado y se arre¬pintieron. Estudiemos dos de éstos, uno en el Anti-guo Testamento, y uno en el Nuevo Testamento.
En el Antiguo Testamento el ejemplo sobresalien¬te es David. Después de servir fielmente a Dios por muchos años, cayó en pecado grave. Era culpable de adulterio, mentira y asesinato. En ese estado de separación con Dios permaneció por un año más o menos. Entonces se volvió con un corazón arrepen¬tido y se dedicó de nuevo a Dios. En su oración de arrepentimiento, que encontramos en el Salmo 51, dice: "Vuélveme el gozo de tu salud." No había per¬dido su salvación pero sí había perdido el gozo y el poder de su salvación. Era un hijo de Dios que se había extraviado, y había vuelto a su Padre. Era el hijo pródigo del Antiguo Testamento volviendo a la casa de su Padre.
En el Nuevo Testamento, Pedro es un ejemplo no¬table en esta clase. Habiendo vivido en la más estre¬cha compañía con el Señor por más de tres años, lo negó en la hora de peligro. Con juramentos, negó con vehemencia que jamás había conocido a Jesús. El no permaneció en este estado de separación por mu¬chos meses como lo hizo David, sino que sólo por algunas horas. Cuando vio la mirada que el Señor le dirigía, su corazón fue quebrantado por el arrepen¬timiento, y saliendo lloró amargamente. Después de la resurrección, fue restaurado a su lugar acostumbrado en el favor de su Señor. No habla perdido su salvación, había tropezado y había caído, solo para levantarse de nuevo y renovar su compañerismo con el Señor.
No hay hombres perfectos. Algunos se hunden más en el pecado que otros, y algunos permanecen por más tiempo en el pecado que otros. Si fuera po¬sible que un cristiano perdiera su salvación y dejara de ser un hijo de Dios, ¿dónde trazaríamos la línea divisoria? Digamos que si un hombre comete cierto pecado, deja de ser un hijo de Dios, pero puede co¬meter otra clase de pecado, y ser aún un hijo de Dios. ¿Vamos a decir que si un hombre comete cierto nú¬mero de pecados ya no puede ser un cristiano, pero que puede cometer unos pocos pecados y ser aún un hijo de Dios? ¿Podemos decir que si un hombre permanece en el pecado por un año, pierde su dere¬cho de ser un cristiano; pero, que si permanece en el pecado por sólo unos pocos días es aún un cris¬tiano? ¿Quién trazará la línea y dónde será trazada?
(2) Aquellos que cayeron en el pecado y no se arre¬pintieron. Debemos decir aquí que nadie sabe lo que pasa en el corazón de otro antes de morir. Uno que ha vivido en el pecado puede arre-pentirse y volverse a Dios dentro de su propio corazón en los últimos mo¬mentos de su vida. Pero estamos pensando en los que aparentemente siguieron a Dios en el principio, y luego cayeron en el pecado, y que según las apa¬riencias han muerto en sus pecados sin arrepentirse. Nuevamente tomamos dos ejemplos, uno del Antiguo Testamento y uno del Nuevo Testamento.
Baúl, el primer rey de Israel, quien en su juventud parecía buscar al Señor, pertenece a esta clase. Es un lenguaje severo el que se usa para describir sus ex¬periencias. Fue ungido rey por Samuel el profeta, en cumplimiento del mandato del Señor. El relato dice que el Espíritu del Señor vino sobre él y profetizó. También dice que Dios le dio otro corazón. Empezó bien en el lugar de responsabilidad al cual había sido llamado, pero se alejó del Señor y siguió el camino que él mismo había escogido. Cerca del final de la vida, al ver los peligros que lo amenazaban, clamó al Señor, pero no hubo respuesta. Y entonces en la desesperación de su alma, cayó sobre su propia es¬pada y acabó así con su vida. Pertenece a aquella cla¬se que Jesús describe en su parábola como la simien¬te que cayó en lugares pedregosos, o entre las espi¬nas. Pertenece a la clase que se describe en el pasaje en el capítulo 6 de Hebreos, que ya hemos discutido. Estuvo en contacto con el Espíritu de Dios, se sintió conmovido por grandes emociones dentro de su co¬razón, pero nunca entregó su vida a Dios.
En el Nuevo Testamento es Judas Iscariote quien se destaca en esta clase. Fue escogido por Jesús como uno de sus doce apóstoles. Fue comisionado por Je¬sús junto con los demás apóstoles, para salir y pre¬dicar, y hacer milagros. Pero, al final, traicionó y vendió a su Señor por treinta piezas de plata; y en¬tonces en desesperación salió y se ahorcó. Jesús no nos dejó en dudas acerca de este hombre. Dijo a sus discípulos, "¿No he escogido yo a vosotros doce, y uno de vosotros es diablo?" (Juan 6:70). Judas nunca fue un verdadero discípulo de Jesús. Tuvo su oportunidad y fracasó.
Juan, en 1 Juan 2:19, nos ha dado la verdadera ex¬plicación de los que parecen ser cristia-nos, y luego retroceden: "Salieron de nosotros, mas no eran de nosotros; porque si fueran de nosotros, hubieran cier¬to permanecido con nosotros; pero salieron para que se manifestase que todos no son de nosotros."

3. La doctrina conduce al descuido, y tiende hacia la inmoralidad en el vivir.
Si una persona sabe que nunca se perderá no le importará como vive. Esta objeción revela una falta de entendimiento acerca de la verdadera naturaleza de la vida cristiana. Cuando una persona está verda¬deramente salvada, no desea vivir en el pecado, pues una naturaleza nueva ha sido implantada en su ser. Las cosas que antes amaba ya han perdido su atrac¬tivo, ahora ama al Señor y anhela hacer su voluntad. Cuando uno puede vivir en el pecado y no sentir remordimiento es evidente que nunca ha sido sal¬vado.
III. Algunas Verdades que son Asociadas a la Doctrina.

1. Uno puede estar engañado acerca de su salvación.

Puede creer que ha sido salvado cuando en verdad no ha pasado por esa experiencia. Puede pertenecer a la clase que Jesús describe en la parábola del sembrador y la simiente, que tuvieron una experien¬cia impresionable, pero no se habían convertido verdaderamente. O puede ser que se crea cristiano porque se ha unido a la iglesia y observa ciertos ritos y reglamentos. Esta es una cuestión acerca de la cual uno no puede de ninguna manera equivo¬carse. Pablo nos exhorta: "Examinaos a vosotros mis-mos si estáis en la fe" (2 Cor. 13:5). Y Pedro dice: "Por lo cual, hermanos, procurad tanto más de ha¬cer firme vuestra vocación y elección" (2 Pedro 1:10). No se deje engañar acerca de la cosa más impor¬tante en el mundo: su posición ante Dios.
2. Uno puede perder el gozo y el poder de su salvación.
Eso es lo que le pasó a David. Por el pecado había perdido el gozo de su alma, y el poder había desapa¬recido de su vida. A veces una persona cree que ha perdido su salvación cuan-do sólo ha perdido el gozo. Cuando un cristiano empieza a ser negligente, y des¬cuida sus de-beres cristianos, y se retira del servicio cristiano, no va a tener la paz y el gozo en su cora¬zón. Y si es un verdadero cristiano, no permanecerá en esa condición. Su conciencia lo molestará hasta que regrese y renueve sus votos. Cuando haga esto, volverá a tener paz, gozo y poder.
3. Uno puede confundir la salvación con recompensas.
La salvación es una obra del Espíritu Santo y no una obra del hombre. El individuo se arrepiente de sus pecados, pone su confianza en Jesús como su Salvador personal, y enton-ces entra el Espíritu San¬to para hacer su obra de gracia, por la cual uno se salva de sus pecados. Las recompensas más amplias de la salvación son para aquellos que son fieles y verdaderos en su vida cristiana y en sus obras. Uno puede salvarse y perder las recompensas. más amplias de la Salvación. "Si la obra de alguno fuere quemada, será perdida: él empero será salvo, mas así como por fuego" (1 Cor. 3:15). Eso es lo que Pablo dio a en¬tender cuando escribió: "ocupaos en vuestra salva¬ción con temor y temblor" (Filipenses 2:12). La re¬compensa completa depende de la fidelidad en la vida y en el servicio.
La doctrina de la perseverancia final de los santos trae consuelo a los corazones de todos los que son verdaderos hijos de Dios. Seria terrible pensar en que, aunque sé que ahora soy salvo, mañana puedo perderme. Hay consuelo en el pensamiento "que el que comenzó en vosotros la buena obra, la per¬feccionará hasta el día de Jesucristo" (Filipenses 1:6). Soy salvo ahora y seré salvo cuando esté en su presencia en aquel gran día.
Esta doctrina también impone una responsabili¬dad sobre todo verdadero cristiano. Como hijos de Dios, comprados por la sangre de Cristo, y con la mira puesta en la consumación gloriosa en el mundo venidero, debemos ser fieles y sinceros para con nues¬tro Sefíor. Debemos vivir como los hombres y las mujeres que han sido comprados por tal precio, y que viven y tienen la mira puesta en una herencia tan gloriosa. Debemos servir como sirven los hombres y las mujeres que han sido llamados a la comunión con Dios y a los cuales se les ha confiado el trabajo de su reino en este mundo.

LA SANTIFICACION

I. EL SIGNIFICADO DE LA SANTIFICACION

1. La opinión Antinomista - Falsa
2. La opinión Perfeccionista - Falsa
3. La opinión de la Biblia
(1) El significado de la santificación
a. Puede referirse al relacionamiento
b. Puede referirse al carácter
(2) Tres pasos en la santificación
a. Una experiencia
b. Un proceso
c. Una consumación

II. EL AGENTE DE LA SANTIFICACION
III. EL METODO DE LA SANTIFICACION
1. El método principal: la Palabra de Dios
2. Otros medios
(1) La oración
(2) Servicio cristiano
(3) Compañerismo cristiano
(4) Las providencias de Dios

VIII

LA SANTIFICACION

Hay ciertas doctrinas grandes de la Biblia que al¬gunas personas pasan por alto porque otras las han pervertido y violado. Esto es cierto en cuanto a la segunda venida de Cristo. Algunas personas han ido al extremo en sus opiniones acerca de esta bendita verdad y por esa razón otras personas la han pasa¬do por alto. Esto también es verdad respecto a la doctrina de la santificación. Como algunos han per¬vertido esta doctrina, y han desarrollado toda clase de teorías acerca de ella, otros la han echado a un lado enteramente. Pero es una de las doctrinas gran¬des de la Biblia, y debe recibir la consideración que merece. Mencionemos tres cosas acerca de la san¬tificación.

1. El Significado de la Santificación.

¿Qué significa ser santificado? Ha habido dos opi¬niones falsas acerca del cristiano en su re-lación al pecado.

1. La opinión antinomista - Falsa.

Según esta teoría, ya que la salvación viene ente¬ramente por la gracia por medio de la fe en Cristo, el cristiano no tiene obligación alguna de guardar la ley de Dios. Puede seguir viviendo como le plazca. Mientras más peca más oportunidad tiene la divina gracia para obrar. Pablo hace referencia a esta opi¬nión falsa en Romanos 6:1: "¿Pues qué diremos? Perseveraremos en pecado para que la gracia crez¬ca?" Contesta tal sugestión como esa con la enfática declaración: "En ninguna manera." Una idea como esa de la vida cristiana es una perversión de la ver¬dad, y revela una completa falta de comprensión de la naturaleza de la vida cristiana. Cuando una per¬sona llega a ser verdaderamente cristiana, no desea vivir en el pecado. "Los que somos muertos al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?" (Rom. 6:2). Hay odio hacia el pecado en el corazón de todo verdadero cris¬tiano.

2. La opinión perfeccionista - Falsa.
Según esta teoría, una persona puede y debe lle¬gar a ser perfectamente libre de pecado durante su vida aquí. Esta fue la opinión de Juan Wesley y de muchos otros. Es la opinión de muchos en la actua¬lidad. Para ellos la santificación es la perfección sin pecado.
Tal doctrina no tiene fundamentos verdaderos en las Escrituras. Primeramente, ni un solo hombre exceptuando a Jesús, ha jamás sostenido ser libre de pecado. Ciertamente que Pablo no pretendió tal cosa para si mismo. Ni los demás apóstoles tampo¬co. En segundo lugar, las Escrituras declaran ter¬minante y enfáticamente que no hay ningún hom¬bre sin pecado. Léase 1 Juan 1:8: "Si dijéremos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y no hay verdad en nosotros." Juan dice que la persona que pretende ser libre de pecado se está engañando a sí misma o está mintiendo.
Alguien ha dicho: "¿No dijo Jesús: `sed, pues, vos¬otros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto? Nuestro Señor no nos diría que hiciésemos algo que nos seria imposible hacer." Dios pone siempre por delante de su pueblo un ideal per¬fecto. Cualquier cosa inferior no sería digna de un Dios santo. Sería un Dios poco exigente si dijera: "Debéis ser perfectos en la mayoría de las cosas, pero si erráis un poco aquí y allí, está bien." No sería Dios si pusiera delante de los hombres y de las mujeres un ideal que no llegara a la perfección. Pero niega enfáticamente en su Palabra de que persona alguna haya jamás alcan-zado ese ideal.
Otra persona puede decir: "¿No dice Juan, el dis¬cípulo amado, en 1 Juan 3:6, 9: `Cualquiera que per¬manece en él, no peca; cualquiera que peca, no le ha visto, ni le ha conocido. Cualquiera que es nacido de Dios, no hace pecado, porque su simiente está en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios'?" En primer lugar, si estos versículos son usados para en-señarnos el estado de perfección sin pecado, ellos prueban demasiado. La declaración es: "No puede pecar." El pecado es imposible para él. Seguramente que esto no es verdad; no es imposible que un cristia¬no peque, no importa cuanto haya avanzado en la vida cristiana.
Para entender verdaderamente estas palabras de Juan debemos apelar al griego, idioma en que fueron escritas. En ese lenguaje, el tiempo presente del ver¬bo lleva en si la idea de una acción continuada. Y es ese el tiempo que emplea Juan. Lo que Juan dijo es esto: "Cual-quiera que permanece en él no conti¬núa pecando." Puede cometer pecados individuales, pero no vive en el pecado, no practica el pecado. Si es un hijo verdadero de Dios, es imposible continuar en el pecado.
Ahora, hay el peligro de que al echar a un lado la opinión del perfeccionista, vayamos demasiado lejos en la otra dirección. Podemos llegar a ser negli¬gentes en la cuestión del pecado, y hacer poco esfuer¬zo para alcanzar el modelo ideal de Dios. Bien ha dicho el doctor A. J. Gordon: "Si la doctrina de la perfección sin pecado es una herejía, la doctrina del contentamiento con la imperfección y el pecado es una herejía aún más grande. No es un espectáculo edificante ver a un cristiano mundano tirar piedras a un perfeccionista cristiano."

3. La opinión de la Biblia.

(1) El significado de la santificación. La palabra "santificación" se usa en dos sentidos.

a. Puede referirse al relacionamiento. Quiere decir separar una cosa para Dios. Las vasijas en el Templo estaban santificadas, es decir, habían sido separadas para el servicio sagrado. El sábado era santificado, estaba separado de los demás días de la semana co¬mo un día santo, un día para el servicio de Dios. El hijo primogénito era santificado porque era sepa¬rado para Dios. En Exodo 13:2, Dios le dice a Moisés: "Santifícame todo primogénito". Aarón y sus hijos fueron santificados cuando fueron ungidos y apar¬tados para el sacerdocio. De igual modo, es santifi¬cado el cristiano; es una persona que ha sido se¬parada para Dios.

b. Puede referirse al carácter. El santificar es ha¬cer santo. En nuestro estudio acerca de la justifica¬ción, encontramos que justificar no quiere decir ha¬cer justo, sino declarar justo. Santificar, por otra parte no significa declarar santo, sino hacer santo. Cuando Dios santifica a una persona la hace santa.

(2) Tres pasos en la santificación. Hay tres pasos distintivos en la santificación.

a. Una experiencia. En un sentido uno es santifi¬cado cuando llega a ser un cristiano. En aquella ex¬periencia que llamamos la regeneración, la vida antigua del pecado es crucificada, y nos es imparti¬da una disposición santa. Esa experiencia señala el principio de la santificación.

b. Un proceso. La santificación es el crecimiento en la vida y el carácter cristiano. Cuando uno llega a ser cristiano, es un niño en Cristo. Debe crecer y desarrollarse hasta llegar a la estatura máxima del cristiano. Vemos aquí la relación que existe entre la regeneración y la santificación. La regeneración es un nacimiento; la santificación es un crecimiento. El doctor Strong nos da esta definición de santifi¬cación. "La santificación es la operación continuada del Espíritu Santo, por medio de la cual es mantenida y reforzada la santa disposición impartida en la re¬generación." Uno llega a ser un hijo de Dios en la experiencia de la regeneración; uno crece como hijo de Dios en la experiencia de la santificación.
Este crecimiento es más rápido en algunos que en otros. Algunos crecen a una altura más elevada en la vida cristiana que otros. Puede haber retrocesos en el camino, pero la dirección general de la vida cristiana es hacia arriba. Es como un viaje que em¬pieza en las llanuras y continúa hasta las cimas de las montañas. El camino no es necesariamente de subida todo el tiempo. Puede haber lugares donde haya bajadas. Pero la dirección general es hacia arri¬ba, y al final del camino uno se encuentra en la cima de la montaña.
En esta experiencia de la santificación nuestro ser entero está implicado. Pablo dice: "Y el Dios de paz os santifique en todo" (1 Tesalonicenses 5:23). Pablo no está hablando de la per-fección sin pecado, sino que está hablando de la santificación entera del hom¬bre. Da énfasis a esto en las palabras que siguen, "para que vuestro espíritu y alma y cuerpo sea guar¬dado entero sin reprensión para la venida de nues¬tro Señor Jesucristo ". La santificación abarca todo el hombre.
e. Una consumación. Este proceso de crecimiento continúa durante toda nuestra vida aquí en la tie¬rra, y se completa en la vida más allá. La muerte liberta al alma de todo pecado, de todo el poder del pecado y de la presencia del pecado. En la resurrec¬ción el cuerpo es re-dimido de corrupción y es hecho conforme a su cuerpo glorioso. "Aun no se ha ma-nifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él apareciere, seremos semejantes a él, por¬que le veremos como él es" (1 Juan 3:2). "Mas nues¬tra vivienda es en los cielos; de donde también es¬peramos al Salvador, al Señor. Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de nuestra bajeza, para ser semejante al cuerpo de su gloria" (Filipenses 3:20¬21). La santificación empieza con una experiencia, y es consumada en una transformación gloriosa del alma y del cuerpo a la semejanza perfecta del Hijo de Dios.
Eso no quiere decir que todos los hijos de Dios se¬rán exactamente iguales en el mundo ve-nidero, ni que recibirán la misma recompensa. Todos estarán libres de pecado, y de todas las cosas que el pecado produce, pero no compartirán en igual forma, las glorias del otro mundo. Habrá grados de bendición y de honor. Más de una vez nuestro Señor declaró que a cada uno lo recompensaría según sus hechos.
Cada uno recibirá lo que sea capaz de contener, pero su capacidad será juzgada por su fidelidad en la vida cristiana y en el servicio.

II. El Agente de la Santificación.
En Romanos 15:16, Pablo habla de la santificación por el Espíritu Santo. Es la obra de Dios realizada en los hombres y en las mujeres por medio del Espíritu Santo. Así como en la re-generación es el Espíritu Santo el agente divino así lo es también en la santi¬ficación. Su nombre Espíritu Santo implica no sola¬mente que es santo en su carácter, sino que una par¬te de su obra es hacer santos a los hombres. Cuando uno se convierte, el Espíritu Santo entra en su vida y hace la obra de gracia que llamamos regeneración. Hace su morada en la vida redimida, y por medio de su presencia y poder se efectúa la santificación.
Pero así como en la experiencia de la salvación hay el lado divino y el lado humano, la parte de Dios y la parte del hombre, en igual forma hay el lado divi¬no y el lado humano en la santificación, la parte de Dios y la parte del hombre. La parte humana se pue¬de llamar la de-dicación. El individuo dedica su vida a Dios y el Espíritu Santo lo santifica. La santifica-ción va en proporción a la forma en que el individuo le cede a Dios su vida.
La vida individual es como una casa. Hay muchas piezas en ella. Uno puede abrir la puerta de la casa a un visitante y dar a la visita acceso a ciertas pie¬zas, y mantener otras piezas cerradas a su paso. Así uno puede abrir la puerta de su vida al Espíritu San¬to, el Huésped divino, y darle acceso a ciertas piezas de la vida, y mantener otras piezas cerradas. Sola-mente cuando está dispuesto a abrir todas las puertas de su vida al Espíritu Santo, puede. aquel Espíritu divino hacer una obra de santificación completa. Pablo estaba hablando de eso cuando les dijo a los cristianos de Efeso: "sed llenos de Espíritu" (Ef. 5:18). Abrid todas las puertas de vuestras vidas a él.
Antes que se pueda llenar una vasija hay que va¬ciar lo que pueda contener. Si está casi llena de agua sucia, no se puede llenar con agua limpia si no se vacía primero el agua sucia. Y antes que la vida pueda estar llena del Espíritu de Dios, hay que va¬ciar de ella todas las cosas indignas. El individuo debe dominar los deseos pecaminosos del corazón y los hechos de la carne y con todo su ser obedecer a Cristo.

III. El Método de la Santificación.
¿Cómo ha de realizarse esta obra? Algunos han pensado que la manera en que uno puede llegar a santificarse es dejando la compañía humana, aleján¬dose del mundo y encerrándose tras la muralla de un claustro. Pero ese no es el método de Dios, y no ha dado resultados para alcanzar la santificación. Ha ha¬bido hombres grandes y buenos que escogieron esa manera de vivir, pero probablemente habrían sido hombres mucho más grandes y mejores, si hubiesen escogido una manera de vida diferente. Algunos de los mejores de ellos han testificado que no han esca¬pado al poder de la tentación, al alejarse del mundo en esa forma. Cuando Jerónimo tenia treinta años, dejó el mundo y se retiró al desierto de Arabia. Allí en su refugio solitario, visiones extrañas lo tentaban, y recogiendo piedras las tiraba al crucifijo, mientras que pronunciaba palabras blasfemas. Entonces se entristecía por lo hecho, y tomando las mismas pie¬dras se laceraba el pecho con ellas en una agonía de arrepentimiento. Esa no es la manera en que Dios santifica.

1. El método principal: la Palabra de Dios.

El método principal que usa el Espíritu Santo en su obra de santificación es la Palabra de Dios. En su oración intercesoria por sus seguidores, Jesús di¬jo: "Santifícalos en tu verdad: tu palabra es verdad" (Juan 17:17). Una persona nunca progresará en la vida cristiana si es negligente con la Palabra de Dios. Pedro une el crecimiento en la gracia con el crecimiento en conocimiento. "Mas creced en la gracia y conocimiento de nuestro Señor y Salva¬dor Jesucristo" (2 Pedro 3:18). El salmista antiguo reconoció el lugar y el poder de la Palabra de Dios en su vida cuando dijo: "En mi corazón he guarda¬do tus dichos, para no pecar contra ti" (Salmo 119: 11). Y nuevamente dice : "¿Con qué limpiará el jo¬ven su camino? Con guardar tu palabra" (9). Pablo reconocía él lugar y el poder de la palabra de Dios como una fuerza potente en la guerra cristiana cuan¬do habló de ella como "la espada del Espíritu." Es el arma que el Espíritu de Dios usa para hacer su obra.

2. Otros medios.

Aunque la Palabra de Dios es el instrumento prin¬cipal en la santificación, hay otros medios por los cuales la Palabra es interpretada al individuo y es aplicada a su vida.
(1) La oración. La oración es verdaderamente un medio vital de santificación. Jesús fue transfigurado en la presencia de sus tres discípulos mientras ora¬ba. Los hombres y las mujeres cristianos son también transfigurados cuando oran y son transformados a la semejanza de Cristo. Pablo dice: "Por tanto, nos¬otros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma semejanza, como por el Espíritu del Señor" (2 Cor. 3:18).
(2) Servicio cristiano. El servicio es un método de santificación. Es solamente cuando los hombres y las mujeres cristianos trabajan por el Señor que crecen más y más a su semejanza.
(3) Compañerismo cristiano. Esta clase de compa¬ñerismo conduce a la santificación. El creci-miento de muchos ha sido retardado por su asociación con la gente del mundo en vez de la gente de Dios. La ob¬servancia del día del Señor que Dios nos ha dado conduce a la santificación. La per-sona que es negli¬gente en estas cosas no crecerá mucho. A veces oímos decir que una persona puede ser tan fiel cristiana fuera de la iglesia, como dentro de ella; o que puede hacer otra cosa en el día del Señor en vez de ir a las reuniones de la iglesia y ser aún un buen cristiano. Tal dicho no es verdad. Nadie puede crecer si no usa los medios que Dios ha provisto para nuestro cre¬cimiento. Si esto fuera cierto podríamos decir que una persona que deja de comer sus alimentos dia¬rios, puede ser tan saludable como una persona que diariamente se alimenta.
(4) Las providencias de Dios. Las providencias de Dios son medios de santificación. Los dolores y su¬frimientos, las pruebas y dificultades, son usados por el Espíritu Santo para traer a los hombres y a las mu¬jeres a un compañerismo más íntimo con Dios. Isaías dijo: ,"En el año que murió el rey Uzzias vi yo al Señor" (Is. 6:1). Muchos cristianos pueden tes¬tificar diciendo: "En el año que mu-rió mi niño, o en el que murió mi esposa, o en el que murió mi esposo, vi al Señor." Y algunos pue-den testificar: "En el año que tuvimos pruebas y dificultades vimos al Se¬ñor y tuvimos un compañerismo más íntimo con él."
Durante los años de prosperidad que siguieron a la primera Guerra Mundial, hubo un hombre en mi congregación que se enriqueció. En su prosperidad se olvidó de Dios, descuidó a su iglesia, y se entregó a los placeres del mundo. Luego vino la depresión, y casi de la noche a la mañana perdió todas sus posesiones. Lo encontré en la calle un día, y dete¬niéndose me saludó diciendo: "En mi prosperidad me olvidé de Dios y fui negligente con mi iglesia. Ahora Dios me lo ha quitado todo, y me doy cuenta cuán pecador soy. Tuve que tener esta experiencia para volverme a Dios." Muchos otros pueden dar un testimonio parecido. Las joyas preciosas no pueden llegar a la plenitud de su hermosura y perfección sin antes pasar por un período largo de pulimento. El carácter cristiano no puede llegar a la plenitud de su hermosura y perfección, sin antes pasar por el pulimento de la divina providencia.
La santificación empieza por una experiencia, y sigue progresando por medio de la obra del Espíritu Santo en la vida, y llega al final a la gloriosa consu¬mación en la presencia del Señor. Bien dijo el Sabio de la antigüedad: "Mas la senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto" (Proverbios 4:18). Empieza en las sombras del nacimiento de un nuevo día, bri¬lla más y más a medida que sube el sol en el cielo del día de la vida, y por último alcanza su culminación en las glorias del día eterno de los cielos.


LA ETERNIDAD

I. LO QUE SIGNIFICA LA ETERNIDAD

II. EL ASUNTO DEL DESTINO ETERNO

1. Los dos lugares
2. ¿Lenguaje literal o simbólico?
3. ¿Qué determina el destino?
(1) No el carácter
(2) No las buenas obras
(3) No el ser miembro de una iglesia
(4) La actitud de uno hacia él pecado y hacia Cristo

III EL ASUNTO DE LAS RECOMPENSAS ETERNAS

1. Los perdidos no recibirán la misma condenación
(1) En proporción a la oportunidad
(2) En proporción a la culpabilidad
2. No todos los redimidos recibirán la misma recompensa
(1) En proporción a la oportunidad
(2) En proporción a la fidelidad
IX
LA ETERNIDAD

Hay algunas palabras que el lenguaje humano no puede definir, porque las mentes finitas no pueden comprender su significado. Una de estas palabras es "eternidad!' Lo mejor que podemos hacer es com¬parar la eternidad con el tiempo, y decir que "la eternidad es una duración sin fin del tiempo ". Y sin embargo nos damos cuenta que en la eternidad hay implicado algo más que una mera duración. Lleva consigo la idea de cualidad de existencia tanto como de cantidad.

I. Lo que Significa la Eternidad.
En el griego y en el hebreo, idiomas en que fue escri¬ta la Biblia, la palabra que es traducida al castellano como "eternidad" significa literalmente "edades." Es edad tras edad sin fin. La palabra se refiere tanto al pasado como al futuro. El pasado es un pasado sin edad. A Dios se le llama el "Dios eterno." Nunca ha habido un tiempo en que Dios no ha existido. Tam¬bién se habla de él como "el que habita la eternidad" (Is. 57:15).
El doctor A. G. Brown menciona la respuesta que hace muchos años dio en París un alumno de una institución para sordomudos, a la pregunta: "¿Qué es la eternidad?" "La eternidad," dijo el alumno, "es la vida del Todopoderoso."
Al pensar en la eternidad, por lo general pensamos en el futuro sin fin. Ecclesiastés 3:11, al hablar de Dios en su relación al hombre dice: "el mundo dio en su corazón ". El escritor habla de esta verdad en contraste con lo que acaba de decir en los versículos precedentes. Ha señalado las variadas experiencias por las cuales pasan los hombres. Si la vida aquí en la tierra fuese toda la existencia del hombre, los hom¬bres bien podrían pensar si vale la pena vivir. Pero la vida en la tierra no es todo lo que hay de vida, porque "él ha dado el mundo en sus corazones ". El hombre es un ser inmortal. La muerte física no es el final de la historia. Hay una eternidad en el futuro. Ya que es esa la verdad, el hombre debía pensar más en aquel mundo eterno.
Lord William Russell, un estadista inglés del siglo diez y siete, fue acusado falsamente de traición y condenado a muerte. Cuando lo conducían al patí¬bulo, sacó su reloj de su bolsillo y dándoselo al doctor que lo asistía, le dijo: "¿Quiere usted tener la bon¬dad de recibir mi reloj y conservarlo. Yo ya no lo necesito; desde ahora voy a vérmelas con la eter¬nidad."
Una tarde, mientras el cuáquero francés Esteban Grellet, que dedicó su vida a la filantropía cristiana en Europa y América se paseaba solo por el campo, libre el pensamiento de cosa alguna concerniente a religión o de algo que hubiese pensado u oído, le lla¬mó la atención lo que parecía ser una voz terrible que decía: eternidad, eternidad, eternidad, que penetró hasta su alma, estremeciendo todo su ser y echán¬dolo al suelo como a Saulo. En aquel momento la gran depravación y el estado pecaminoso de su corazón le fueron revelados. Como resultado de esta experien¬cia, entregó su corazón al Señor y empezó una vida de servicio cristiano.
Encima de cada uno de los tres portales de la Ca¬tedral de Milán hay una inscripción. En el de la iz¬quierda está labrada una corona de rosas y debajo de ella las siguientes palabras: "Todo lo que agra¬da es sólo momentáneo." En el de la derecha hay una cruz, y debajo dice: "Todo lo que perturba es sólo momentáneo." Encima de la gran puerta central hay esta inscripción: "Sólo es importante lo eterno." Al pensar en la eternidad, se presentan dos pregun¬tas.

II. El Asunto del Destino Eterno.

La respuesta a esta pregunta es determinada en la vida aquí en la tierra. Algunos nos dicen que el hom¬bre tendrá una oportunidad para salvarse en el mun¬do venidero, pero no hay ninguna autoridad para tal doctrina en la Palabra de Dios. El destino eterno de una persona es decidido aquí.

1. Los dos lugares.

Según las Escrituras, hay solamente dos lugares a los cuales pueden ir los hombres en ese mundo eterno. Uno se llama el cielo y el otro se llama el in¬fierno. Se describen a los dos como lugares, y los dos son eternos en su duración. El cielo es descrito como una ciudad hermosa, con calles de oro, mura¬llas de jaspe y puertas de perlas; el infierno es des¬crito como un abismo insondable del cual sube el humo del tormento para siempre jamás. Se des-cribe al cielo como el lugar por donde corre el río de la vida; el infierno como un lago de fuego y azufre. El cielo se describe como una ciudad de luz y de eterno día; el infierno como un lugar de angustia y tormen¬to. El cielo según es descrito es un lugar de música donde los ángeles, y las mujeres y los hombres redi¬midos cantan los cánticos de Sión; el infierno se describe como un lugar donde hay lloro, lamento y crujir de dientes. Al cielo lo describen como un lugar donde todos son puros y santos y buenos; al infierno como un lugar donde existe todo lo que es pecaminoso, impuro y degradante.

2. ¿Lenguaje literal o simbólico?

¿Es literal o simbólico el lenguaje que se usa para describir estos dos lugares? No siempre es fácil dis¬tinguir dónde el lenguaje de las Escrituras deja de ser literal y empieza a ser simbólico. Por varias razo¬nes nos parece que el lenguaje usado para describir el cielo y el in-fierno es un lenguaje figurativo.
En primer lugar, si tomamos el lenguaje como li¬teral, se contradice a si mismo. Se habla del infier¬no como un lugar de fuego, y también como el lugar de las tinieblas de afuera. El fuego y las tinieblas no van juntos. Donde hay fuego también hay luz.
En segundo lugar la manera de existir en el mundo eterno es distinta a la manera de este mundo. En este mundo somos seres físicos, relacionados con cosas materiales. En el mundo eter-no seremos seres espi¬rituales, relacionados con cosas espirituales. En el otro mundo los hombres no reaccionarán a las cosas físicas, como lo hacen en este mundo. El cuerpo no será un cuerpo físico, sino un cuerpo espiritual. "Se siembra cuerpo animal, resucitará espi-ritual cuer¬po" (1 Cor. 15:44).
En tercer lugar, la mente finita no puede com¬prender completamente las cosas eternas, ni puede describirlas en lenguaje humano. El Espíritu Santo usó las cosas que eran familiares a los hombres para explicar realidades eternas.
Jerusalem era la ciudad santa. Para los judíos de¬votos, era el lugar más sagrado en la tierra. Era para ellos una ocasión de alegría cuando emprendían el viaje para ir a Jerusalem a celebrar una de sus fies¬tas religiosas. Era una calamidad para ellos el no po¬der asistir. Desde la lejana Babilonia, el salmista des¬terrado escribió: "Si me olvidare de ti, oh Jerusalem, mi diestra sea olvidada. Mi lengua se pegue a mi pa¬ladar, si de ti no me acordare; si no ensalzare a Je¬rusalem como preferente asunto de mi alegría" (Sal¬mo 137:5-6). La ciudad tenía muros a su alrededor para su protección, y puertas por las cuales podía en¬trar la gente. Así que cuando Dios quiso describir el cielo, lo pintó como una Nueva Jerusalem, con sus calles de oro, su muro de jaspe y sus puertas de perlas.
La palabra infierno es una traducción de la pa¬labra hebrea, Gehenna. Este era el nombre de un valle situado al sur de Jerusalem. En los tiempos an¬tiguos fue el lugar donde los niños eran ofrecidos en sacrificio al dios Moloch. Para los judíos era un lugar horrible. Echaban allí toda la basura de la ciudad, y los animales muertos, y hasta echaban allí los ca¬dáveres de los criminales que habían sido ejecutados por sus crímenes. El fuego ardía allí continuamente para consumir la basura y los cuerpos muertos. Cuan¬do Dios quiso describir el infierno, tomó este lugar terrible que los judíos aborrecían, y lo usó para dar una idea de un infierno eterno, un lugar "Donde su gusano no muere y el fuego nunca se apaga" (Marcos 9:44).

3. ¿Qué determina el destino?

¿Qué es lo que determina a cuál de estos lugares ha de ir una persona? Será bueno mencionar primero algunas cosas que no determinan el destino.

(1) No el carácter. El destino no es determinado por el carácter. Es verdad que no debemos menos¬preciar un buen carácter pero el buen carácter no salva. Si la salvación dependiese del carácter tendría que ser un carácter perfecto, un carácter sin una falta, que no ha sido empañado por ningún pecado. Nadie puede alcanzar ese modelo, así que nadie se puede salvar por su carácter.
(2) No las buenas obras. Las buenas obras no de¬terminan el destino. No importa cuánto bien pueda hacer una persona, sus buenas obras no pueden sal¬varla. A veces si a una persona se le pregunta si es cristiana, contestará: "Estoy haciendo lo mejor que puedo." Podemos decir dos cosas acerca de eso. En primer lugar, no es cierto. Nadie está haciendo lo mejor que puede. En segundo lugar lo mejor del hom¬bre no es suficiente. La salvación no es algo que podemos ganar. Así que aunque sean importantes las buenas obras, no pueden salvar al hombre de sus pecados.
(3) No el ser miembro de una iglesia. El ser miem¬bro de una iglesia no determina el destino. Hay al¬gunas personas (no muchas) que aunque no son miembros de ninguna iglesia están salvados y van ca¬mino del cielo. Hay muchos que son miembros de al¬guna iglesia y que están perdidos y van rumbo al in¬fierno. El ser miembro de una iglesia es algo impor¬tante pero no es un pasaporte al cielo.
(4) La actitud de uno hacia el pecado y hacia Cris¬to. Por una parte está la actitud de uno hacia el pe¬cado, y por otra parte la actitud hacia Cristo. Dos hombres fueron crucificados con Cristo, el uno a su derecha, y el otro a su izquierda. Uno de estos hombres se salvó, y el otro se perdió. ¿Por qué? No fue porque uno de ellos era hombre bueno, y el otro hombre ma¬lo. Los do eran hombres malos. Nos dicen que los dos eran ladrones, y quizás criminales. Puede ser que los dos fueran criados en el mismo vecindario, que jugaran juntos cuando niños, que llegaran a la juventud juntos, y salieran juntos a enfrentarse con la vida; cayeron juntos en el pecado, y fueron cap¬turados juntos, fueron juzgados y condenados jun¬tos, y ahora están muriendo juntos. Y sin embargo uno se salvó y el otro se perdió. ¿Por qué? Porque, en esa hora, en la cruz, uno vio su vida pasada con todo su pecado, y su corazón fue quebrantado por el arrepentimiento; se dio cuenta que había el po¬der de salvar en ese Cristo que estaba muriendo en otra cruz, y levantó su voz y clamó: "Jesús: Acuér¬date de mí cuando vinieres a tu reino." Y Jesús le dijo: "De cierto te digo, que hoy estarás conmigo en el paraíso" (Luc. 23:42, 43). Fue salvado porque se arrepintió de sus pecados y puso su confianza en Cristo. El otro se perdió porque, en esa misma hora, miró su vida pasada de pecados y no sintió ningún deseo de arrepentirse; miró a la cara del mismo Cris¬to, y en vez de confiar en él, lo injurió y lo escarneció.
Podemos decir entonces, que un hombre se salva porque se arrepiente de sus pecados y pone su con¬fianza en el Señor Jesucristo; un hombre se pierde porque rehúsa arrepentirse de sus pecados, da las espaldas a Jesucristo y lo niega como Salvador.
III. El Asunto de las Recompensas Eternas.

1. Los perdidos no recibirán la misma condenación.

En la Biblia dice bien claro que todos los perdi¬dos no recibirán la misma condenación. Dios es justo y recto. No sería justo condenar a todos los peca¬dores en la misma forma.
(1) En proporción a la oportunidad. La condena¬ción será en proporción a su oportunidad. Aquellos que han tenido oportunidades grandes de escuchar el evangelio recibirán mayor condenación que aque¬llos cuyas oportunidades han sido restringidas. Cris¬to dijo: "Porque el siervo que entendió la voluntad de su Señor, y no se apercibió ni hizo conforme a su voluntad, será azotado mucho. Mas el que no en¬tendió, e hizo cosas dignas de azotes, será azotado poco:" (Luc. 12:47, 48). Jesús le dijo a Pilato, el go¬bernador romano que lo entregó pa-ra ser crucifica¬do: "el que a ti me ha entregado, mayor pecado tie¬ne" (Juan 19:11). Mayor pecado, porque sabía más y tuvo oportunidades más grandes. En otra ocasión, Jesús dijo: "¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti Bethsaida! porque si en Tiro y en Sidón fueran hechas las ma¬ravillas que han sido hechas en vosotras,. en otro tiempo se hubieran arrepentido en saco y en ceniza. Por tanto os digo, que a Tiro y a Sidón será más to¬lerable el castigo en el día del juicio, que a vosotras" (Mt. 11:21, 22). ¿Por qué iba a ser más tolerable para estas ciudades en el día del juicio que para las gen¬tes de Bethsaida y de Corazín? No porque era gente más buena -eran conocidos por sus maldades- sino porque no hablan tenido las oportunidades que la gente de las ciudades de Palestina habían tenido. La gente de estas ciudades pertenecía a Israel, la nación que Dios había bendecido tan singularmente. Jesús vino a la gente de estas ciudades con su mensaje de vida y las manifestaciones de su poder. Si Jesús es-tuviese aquí hoy día creo que diría algo como esto a las multitudes incrédulas de' América. "¡Ay de vos¬otros!, gente incrédula de América porque si las obras grandes que han sido hechas entre vosotros hubie¬sen sido hechas en la China o en el Africa, la gente de aquellas tierras se habría arrepentido en saco y ce¬nizas. Por tanto os digo que para aquella gente será más tolerable el castigo en el día del juicio, que a vosotros."
(2) En proporción a la culpabilidad. La condena¬ción será en proporción a la culpabilidad. Todos han pecado pero no han pecado en la misma proporción. Algunos se han hundido más en el pecado que otros. No sería justo que todos recibiesen ell mismo castigo. El hombre que ha vivido una vida decente y moral, no recibirá la misma condenación que el hom¬bre que ha vivido en el pecado más vil. Volvamos nuevamente a las palabras de Jesús: "Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno conforme a sus obras" (Mt. 16:27). En el cuadro del juicio pin¬tado en Apocalipsis 20, encontramos estas palabras: "Y el mar dio los muertos que estaban en él; y la muerte y el infierno dieron los muertos que estaban en ellos; y fue hecho juicio de cada uno según sus obras."

2. No todos los redimidos recibirán la misma recompensa.
La Palabra de Dios declara que tampoco los redi¬midos recibirán recompensas iguales. Aquí podemos aplicar las palabras de Jesús: "a cada uno conforme a sus obras."

(1) En proporción a la oportunidad. Así como es en el caso de los perdidos así es también en el caso de los redimidos recibirán sus recompensas en pro¬porción a sus oportunidades. Aquellos que han hecho lo mejor que pudieron, según la oportunidad que tuvieron serán iguales que los que han hecho más, porque las oportunidades que tuvieron éstos para ha¬cerlo fueron más grandes. En la parábola de los ta¬lentos, el hombre que recibió los dos talentos y los ocupó en la mejor manera posible recibió la misma recompensa que el hombre que había recibido cinco talentos los cuales había empleado bien. Y si el hombre que recibió sólo un talento hubiese usado ese talento en la mejor manera posible, él también ha¬bría recibido la misma recompensa que recibieron los otros.
(2) En proporción a la fidelidad. La recompensa también será en proporción a la fidelidad. Los cris¬tianos mundanos y negligentes no recibirán la mis¬ma recompensa que los cristianos consa-grados. En¬contramos declarada esta verdad en 1 Corintios 3:14, 15: "Si permaneciere la obra de alguno que sobreedi¬ficó, recibirá recompensa. Si la obra de alguno fuere quemada, será perdida: él empero será salvo, mas así como por fuego." Todo cristiano debe escuchar y meditar atentamente en la exhortación de Juan: "Mirad por vosotros mismos, porque no perdamos las cosas que hemos obrado, sino que recibamos galar¬dón cumplido" (2 Juan 8).
Sólo Dios tiene el derecho de decidir el grado de condenación que será pronunciada sobre los perdi¬dos, y las recompensas que recibirán los salvados, porque sólo él sabe los motivos y pensamientos del corazón, y las circunstancias y condiciones de la vida. Los hombres a menudo juzgan mal a otros, y hasta se juzgan mal ellos mismos, porque no tienen sabiduría. "Porque Jehová mira no lo que el hombre mira; pues que el hombre mira lo que está delante de sus ojos, mas Jehová mira el, corazón" (1 Samuel 16:7). Muchas veces el servicio cristiano pierde su valor en los ojos de Dios porque los motivos son egoís¬tas y mercenarios.
Dice una antigua leyenda que un ángel estaba hablando con un anciano cristiano, y entrando a una gran bóveda, salió llevando en las manos una corona hermosa, adornada de joyas brillantes de gran precio. Le mostró la corona al anciano, y le dijo: "Esta es la corona que yo había hecho para ti en tu juventud, pero como rehusaste entregarte completa¬mente a Dios, la has perdido. Nuevamente entró el ángel a la bóveda, y regresó con otra corona hermo¬sa, pero ni la mitad de la que era la otra, y le dijo al anciano: "Esta es la corona que hice para tu edad madura, pero como en esos años te entregaste a un discipulado indolente, también la has perdido." Una vez más entró el ángel a la bóveda, y regresó con una tercera corona. Era una corona sencilla de oro, no tenía joyas. "Aquí tienes la corona de tu vejez," le dijo el ángel, "esta corona será tuya para toda la eternidad."
PREGUNTAS PARA AYUDAR EL ESTUDIO Y
LA REFLEXION

I
1. Hable acerca de la doctrina de la expiación en el Nuevo Testamento.
2. En más o menos treinta palabras diga lo que significa la expiación.
3. Indique cuál es la promesa de la expiación en el Antiguo Testamento.
4. La expiación: ¿Qué es? ¿Quién la efectuó? y ¿Para qué?
5. Cuáles fueron los elementos esenciales del plan de la ex¬piación.
6. Exponga el propósito doble de la expiación.
7. Discuta brevemente el poder de la expiación.
8. Hable acerca de lo que la expiación significa para usted en las obligaciones que impone.

II


9. Discútase brevemente el elemento divino y el elemento hu¬mano en el plan de Dios para el hombre.
10. Diga cuatro cosas acerca del significado de la regeneración.
11. Hable brevemente acerca de la necesidad de la regeneración
12. ¿Cuál es su reacción ante el misterio de la regeneración?
13. Dé un testimonio referente al poder de la regeneración en la experiencia humana.
14. ¿Se da en la predicación actual, énfasis adecuado a la doc¬trina de la regeneración?

III

15. Exponga los dos pasos que hay en la conversión.
16. Haga un bosquejo de las cuatro ideas encerradas en el sig¬nificado del arrepentimiento.
17. ¿Por qué no es suficiente el convencimiento y la tristeza por el pecado?
18. ¿Cuál es la alternativa al arrepentimiento? Conteste con versículos de la Biblia.
19. ¿Cuáles son los dos estímulos mencionados hacia el arre¬pentimiento?
20. ¿Cómo es revelada la bondad de Dios que conduce al arre¬pentimiento?
21. ¿Se predica y enseña el arrepentimiento hoy en día como es debido?

IV
22. ¿Cuál es el lugar y el papel que desarrolla la fe en el plan de la salvación?
23. Discútase brevemente "el objeto de la fe." Lo que no es y lo que es.
24. ¿En qué debe uno creer si la fe ha de conducir a la salvación?
25. ¿Cómo explicaría a un hombre perdido lo que es aceptar a Cristo y entregarse a él?
26. Mencione cinco verdades acerca de la conversión.
27. ¿Se da en la actualidad la importancia debida a la expe¬riencia espiritual interior?

V

28. ¿Quién justifica? ¿Quién no puede justificar?
29. Dé una ilustración que demuestre el significado de la jus¬tificación.
30. ¿Cuáles son las tres cosas implicadas en la justificación?
31. ¿Cómo distinguiría entre la justificación y el perdón?
32. ¿En qué se basa Dios para la justificación?
33. ¿Cuál es el método de la justificación?
34. ¿Cuáles son algunos de los resultados de la justificación?
35. Diga algo acerca de su propia gratitud por la justificación.


VI

36. ¿Qué desea Dios para nosotros en cuanto a la seguridad?
37. ¿Cuáles son algunas de las razones por la falta de seguridad?
38. Diga en tres o más razones la importancia de tener la se¬guridad de la salvación.
39. Discuta las bases de la seguridad, tanto las negativas como las positivas.
40. ¿Hasta qué punto goza usted de la seguridad?
VII

41. ¿Cuál de las dos ideas teológicas acerca de la perseveran¬cia acepta usted? ¿Por qué?
42. ¿Cuál es la base segura de la doctrina de la perseverancia?
43. Cite algunos pasajes Bíblicos que muestren que esta doc¬trina está de acuerdo con el propósito y la promesa de Dios.
44. Enuncie una de las objeciones a la doctrina que ha sido divulgada y contéstela.
45. Discútanse brevemente algunas de las verdades asociadas a la doctrina de la apostasía.
46. ¿Qué significa para usted personalmente la seguridad en Cristo?

VIII

47. Explique por qué es que hay cierta aversión a la doctrina de la santificación en estos días.
48. Discútanse brevemente dos ideas falsas acerca de la san¬tificación.
49. Mencione los tres pasos que la Biblia da de esta doctrina.
50. ¿Quién es el agente de la santificación?
51. Bosqueje por medio de una discusión breve los medios de santificación.
52. ¿Desea usted y está buscando definitivamente la santifi¬cación?
IX

53. Cite algo de las Escrituras acerca del significado de la eternidad.
54. ¿Cuáles son los dos lugares que van a ser habitados eternamente?
55. ¿Son literales o simbólicas las descripciones de estos lugares?
56. ¿Por qué y cuándo se usa lenguaje simbólico? ¿Es más ve¬rídico o real el lenguaje literal que el simbólico?
57. Relate en sus propias palabras lo que determina el destino.
58. Discuta los grados de castigo y de recompensa.
59. ¿Qué significa para usted la esperanza del cielo?


PREGUNTA GENERAL

60 ¿En qué espera ser diferente usted y obrar diferente como resultado de estos estudios especiales?